domingo, 22 de septiembre de 2013

Supernova 17

Capítulo 17

Lentamente emerjo de mi pozo de sueños. Aprieto los labios y los párpados, realmente estoy muy cómoda justo ahora. Mi mente se mantiene bajo el efecto del sopor creado por imágenes, sensaciones y sonidos que inundan mis sentidos. Muevo mis dedos y las yemas me hormiguean suavemente; es entonces que lo recuerdo. La discusión, el sexo, Lyem. Abro los ojos y levanto la mirada sólo para descubrir que él me observa distraídamente mientras una de sus manos acaricia ociosamente mi piel. Le sonrío tímidamente cuando sus ojos emiten un suave destello.

     -¿Mejor ahora? -se acuesta sobre su costado alzándose sobre su codo, apoyando la cabeza en la mano, mientras la otra la mantiene sobre mi vientre.

     Me abrazo a él con fuerza, escondiendo mi rostro en su pecho y acariciándolo con mi nariz y mis mejillas.

     -No -me aparto y le sonrío-. Quería seguir durmiendo.

     -¿Tan cansada te dejé? -inquiere con cierto tonillo de suficiencia. Esboza una sonrisa de medio lado, aquella con la que comúnmente se mofa de mí. Pero esta vez no me importa.

    -Me agrada dormirme contigo -confieso tímidamente. La sonrisa desaparece enseguida de su rostro- Además, estaba soñando con algo que deseo hacer desde hace tiempo.

     -¿Y eso qué es?

     Me encojo de hombros, acostándome de espalda.

     -Ver las estrellas.

     Suelta un bufido y su expresión burlona vuelve.

     -¿Acaso en Londres no hay estrellas?

    -No se trata de eso. Siempre he querido ir a un lugar tranquilo, silencioso y tan oscuro que pueda contemplarse sin problemas la vasta extensión del firmamento hasta donde mis ojos alcancen a ver. Se lo he dicho a Harper muchas veces, pero sé que está bastante liado con los problemas que enfrenta el país. De hecho me sorprende que tenga tiempo de controlarme cuando estamos al borde de una guerra… -sacudo la cabeza, incrédula. ¿Cuántas horas tiene el día de Harper en realidad?- Como sea, ahora que me has malinfluenciado estoy segura de que hallaré la ocasión de cumplirlo.

    -¿Malinfluenciarte? –repite, socarrón. Sube su mano de mi vientre a mi pecho izquierdo y comienza a moldearlo, apretarlo, masajearlo. La sangre vuelve a correr por mi sistema como enloquecida.

     -Sí. Antes de conocerte jamás se me hubiera ocurrido desafiar y desobedecer una orden de Harper tan deliberada y descaradamente. Puede que se llame valor o rebeldía, pero sea como sea es culpa tuya.

     Sus ojos verdes viajan por mi rostro lentamente antes de asentarse en los míos. La profundidad del color de los iris es tan sorprendente, llamativa y hechizante que por un segundo contengo la respiración, expectante, esperando su siguiente movimiento. Aún no soy capaz de racionalizar del todo el hecho de estar desnuda, acostada junto a Lyem también desnudo, manteniendo una charla tranquila.

     -Ya veo tu plan –se agacha y me muerde suavemente la punta de la nariz; cuando se separa, estoy riendo.

     -¿Cuál plan? –pregunto con una sonrisa boba.

     -Si llegas a convetirte en un verdadero dolor de cabeza para el general, siempre podrás echarme la culpa, y que sea mi cabeza la que ruede. –Se mueve lentamente hasta estar encima de mí. La manta le cubre medio cuerpo, pero a él no parece incomodarle-. Eres astuta, pequeña, no puedo decirte cuánto.

     -Estás demente, jamás haría algo así –levanto la cabeza y le beso suavemente en los labios.

     -¿Sabes una cosa? Yo podría llevarte un día a una magnífica colina no muy lejos de aquí desde donde la vista es sencillamente inigualable –dice en voz baja.

     Parpadeo sorprendida.

     -¿De veras? ¿Pero qué pasa si alguien se da cuenta que faltamos? Dijiste que no tendrías problemas por estar conmigo,  ¿lo olvidaste? –Pero dentro de mí crece una especie de excitación eufórica al pensar en la posibilidad de tumbarme a campo abierto entre los brazos de Lyem para admirar las estrellas.

     Suena decididamente agradable, y me encantaría.

     -No importa. Si vas a ir prefiero que sea conmigo –murmura contra mi mandíbula, y me da la impresión de que a esa oración le falta la mitad, la que él no quiere pronunciar en voz alta-. Te iré a buscar un día e iremos allá.

     -Muchas gracias.

     -No hay por qué. Si supieras lo que tengo en mente no me lo agradecerías –se eleva sobre sus codos y me lanza una sonrisa maliciosa. No puedo evitar ruborizarme mientras los músculos del vientre comienzan a tirarme de nuevo. Siento la erección de Lyem contra mi ingle; él también se prepara rápido-. ¿Segunda ronda?

     Menea las caderas suavemente para provocarme. Y realmente no tarda en conseguirlo.

     Atrapa mi boca en la suya, su lengua moviéndose, enredándose y devorando la mía mientras sus dientes muerden suavemente mis labios. No tarda en acelerárseme la respiración y, de hecho, el corazón. La sangre corre como enloquecida por todo mi cuerpo, calentándome la piel, sensibilizándola e incrementando el rubor en mis mejillas. Lyem desliza una mano entre nuestros cuerpos, dos de sus dedos se entrometen entre los pliegues de mi sexo hasta encontrar el punto sensible.

     -Vaya, ya me estabas esperando.

     Su sonrisa de suficiencia es deslumbrante y pícara. Me hace ruborizar más. Lentamente acaricia mi sexo, lo recorre arriba y abajo haciendo que me retuerza aún con su macizo cuerpo encima, y cuando menos me lo espero introduce uno y después el otro dedo, moviéndolos en mi interior, arrancándome gemidos.

     -Se está tan bien aquí dentro…. –murmura contra mi oreja, lamiendo el lóbulo con la punta de su lengua- Puedo dar fe de ello.

     Me retuerzo y gimo. Intento levantar las caderas para seguir el ritmo de sus movimientos. Me aferro a su cabello y nuca, separo las piernas y las coloco flexionadas a cada lado de su cuerpo para permitirle mejor acceso a mí. Él sonríe.

     -Creo que esto te gusta tanto como a mí –murmura.

     -Me gusta porque es contigo.

    Y entonces la imagen de los brillantes y dulces ojos de Christopher se me viene a la mente para recordarme que eso es cierto sólo por un detalle: es el único con el que lo he hecho. Me sacudo el pensamiento y me permito disfrutar del momento, de Lyem y su respiración cada vez más errática, de sus manos toqueteando cada rincón de mi cuerpo, de su piel frotándose levemente contra la mía, de su erección intentando apuñalar una de mis piernas… Cielos, ¿de veras lo vamos a hacer otra vez?

     -¡¿Qué diablos estás haciendo?!

     La puerta se cierra con un fuerte golpe y Lyem y yo nos quedamos de piedra. Sus atenciones se han detenido, dejándome algo frustrada, pero el pánico que siento mezclado con cierta pizca de alivio que sé que no me va a durar mucho me  paraliza. Miro a Lyem con los ojos abiertos de par en par, aterrorizada, pero él no parece ni remotamente tan alterado como yo. De hecho, sus ojos han recuperado ese brillo frío y distante con el que algunas veces me contempla, cuando se dispone a atacarme con el filo de sus palabras. Se levanta de encima de mí sólo lo suficiente como para mirar hacia atrás, a nuestro visitante; su cuerpo sigue sobre el mío para protegerme de la mirada del intruso. Yo justo ahora quiero que de la tierra se abra una enorme grieta y me trague con todo y manta.

     -¿Acaso tu madre no te enseñó a tocar la puerta antes de entrar? -Le increpa Lyem con deliberada calma, casi indiferencia.

     -Esta también es mi habitación, y no puedo creer que seas tan canalla como para hacer algo así. ¡Es la protegida del general, la chica con la que nos prohibieron mantener trato alguno! ¡Y tú te la estás follando!

     -Eso no es asunto tuyo, Stuart.

    Stuart suena tan sorprendido y descolocado que me da la impresión de que esta conversación no va a acabar pronto, y no puedo evitar maldecir mi suerte en voz baja. ¿Es mucho pedir el haber podido irnos sin ser descubiertos, y así, precisamente?

     -¡Claro que lo es! -ruge de vuelta- Si los descubren, también van a echarme la culpa por cómplice, por haberlo sabido y no hablar.

     -Hazte el que no sabe nada -Lyem se encoge de hombros- Fíngete el idiota, eso se te da bastante bien.

     -Así que ahora el idiota soy yo. Te revuelcas con medio pueblo, te metes entre las piernas de la protegida de un importante general del ejército que va a tener las bolas de todos nosotros en una bandeja si se llega a enterar de esto, y para empeorar, la chica ¡sólo tiene quince años! ¿Acaso no te basta con todas tus amiguitas? ¿Qué pasó con la de anoche, la tal... Leane?

     Repentinamente un fuego venenoso y ácido se me desliza por la garganta, los intestinos y avanza hasta enroscarse alrededor de mi corazón como si fuera una boa constrictora enojada, agresiva y celosa. Así que la noche anterior Lyem se enrolló con otra, ¿eh? Él se molesta conmigo porque dejo que Christopher me toque y me bese, pero yo debo alegrarme de que pase de sexo en sexo hasta que encuentra una oportunidad conmigo, ¿no? Ahora sí estoy jodidamente enfadada.

     -Eso no es tu maldito problema -masculla Lyem, y puedo sentir la baja resonancia de un gruñido pasando de su pecho al mío, avivando mi ira-. Sal de aquí.

     -¿Quién será la siguiente, Lyem? ¿Una de catorce, o de trece? Supongo que su juventud tiene un límite ya que su cuerpo debe estar lo suficientemente desarrollado como para satisfacerte, ¿no? -El veneno expulsado de cada una de sus palabras me da a entender, un poco sorprendida, que este es un asunto casi personal para Stuart, y me parece que poco tiene en realidad que ver conmigo- Y a ésta, ¿la engatusaste, la obligaste o la drogaste?

     -Stuart, cállate.

     -Porque si mal no recuerdo, a mi pobre hermana Sabrine la violaste -sisea.

     El cuerpo de Lyem tiembla perceptiblemente a causa del enfado. Por un momento me olvido del mío y presto atención a cada palabra, cada recriminación, mientras trato de descifrar el enigma que para mi constituye Lyem. ¿De verdad es tan terrible como Stuart lo acusa? En un momento dado se pone en pie con tanta rapidez y agresividad que ni Stuart ni yo alcanzamos a procesar nada antes de escuchar el fuerte golpe directo en la mejilla. El muchacho cae casi de bruces al suelo mientras Lyem, enojado como el infierno, desnudo y lívido, lo observa con los puños fuertemente apretados a cada lado del cuerpo. Incluso yo que yazco en la cama a su espalda, puedo sentir la ira fluyendo de él peligrosamente.

     -Tú no eres ningún santo, Stuart. ¿O es que ya olvidaste a esa joven novia a la que embarazaste, desgraciaste y desconociste como madre de un supuesto hijo tuyo? Eres tan hijo de puta como yo, y eso que no saco a relucir el peor de tus crímenes -escupe con desprecio-. Además, por la cantidad de dinero que encontré guardada en la lata bajo tu colchón, me parece que alguien volvió al servicio de prostitutos, ¿o me equivoco?

     Stuart, con la mandíbula amoratada y el labio sangrante, palidece al oírlo.

     -¿Has estado husmeando mis cosas?

     -Correcto. Uno siempre debe tener información para cuando se la necesite, así que ten cuidado conmigo.

     La cabeza me da vueltas y mi estómago ha cogido la diversión de imitarle. Siento ganas de vomitar, mi cuerpo tiembla y se sacude con fuertes escalofríos, la boca la tengo seca y realmente no quiero acabar de creer nada de lo que está pasando. Tantas trampas, tantos actos despreciables, tanto abuso, tanto engaño... La garganta se me cierra y me parece que de un momento a otro me voy a asfixiar. ¿Con qué clase de monstruos me he venido a tropezar? Me parece que Christopher tenía razón respecto a Lyem, debí haberle hecho caso y alejarme.

     En un breve lapso de lucidez donde mi cabeza está despejada de todo pensamiento que no implique acciones mecánicas como moverme, salgo de la cama envuelta en la manta, cojo mi ropa del suelo tan rápido como puedo y me escabullo de la habitación para encerrarme en otra. Me recuesto de la puerta, Lyem no ha venido tras de mí, y creo que hasta lo agradezco. Me alisto con premura alejando de mi mente todo intento de analizar y razonar cada acusación escuchada y cómo me siento ante ellas. Cuando he terminado, bajo rápida y silenciosamente los escalones hacia el piso inferior y salgo de la casita esperando dejar el revoltijo de estómago en la habitación.

     Mientras doy un paso detrás del por la enorme extensión de pastos verdes y flores silvestres, me parece estar atrapada entre la consciencia y el sopor; mi cuerpo se mueve por sí solo, mis piernas saben instintivamente adónde llevarme, y yo las dejo. Abandono, violaciones, embarazos... Dios, es terrible. No puedo conciliar nada de esto, no quiero creer que confié y me entregué a un hombre tan... despiadado, frío y cruel. Un hijo de puta, se llamó Lyem a sí mismo. A ambos.

     No quiero pensar, no puedo pensar. Jamás creí que estar encerrada en mi habitación pudiese antojárseme una opción tan atractiva. Quizá, al final, Harper sabía que las personas son despreciables y falsas; quizá al final siempre estuvo en lo correcto... Aunque Christopher no es así, y quizá sea el único.

     -¡Lucero!

     Mis piernas se vuelven de inflexible piedra cuando le escucho. No me atrevo a echar un vistazo por encima del hombro. No me hace falta. El pánico me barre por dentro; ¿qué hago? ¿Me quedo? ¿Lo espero? ¿Quiero escucharle? ¿Quiero hablar con él? En realidad, lo que quiero justo ahora es estar sola y lo más lejos posible de Lyem. Así que echo a correr.

     Corro como si me estuviesen persiguiendo y mi vida dependiera de que cada paso estuviera impreso con una velocidad cada vez superior a la del anterior, como haría una niñita buscando refugio del feo mundo real en los brazos consoladores de su madre. El problema es que yo nunca conocí a una madre ni tuve una figura a la que pudiera considerar como tal, y Harper, pese a que siempre ha sido como mi guardián, jamás representó el rol de padre para mí.

     -¡Joder, Lucero! ¡Detente! ¡Escúchame! -La insistente voz de Lyem se escucha cada vez más cerca y jadeante. Él es bastante más alto que yo así que podrá alcanzarme fácilmente si no encuentro una forma de aprovecharme de la distancia que nos separa para llegar a terreno neutral donde ya no pueda molestarme ni acosarme. ¿Acaso no se da cuenta que para mi mente socialmente incapaz esto ha sido demasiado? ¿No se da cuenta que ha puesto para mí las cosas en perspectiva? Porque si fue capaz de violar a la hermana de Stuart, de su compañero y sospecho que amigo en cierto sentido, ¿qué no será capaz de hacerme a mí? Además, están las otras, las que por momentos aumentan de decenas a centenas en mi cabeza...

     ¡Basta, no he de pensar en ello! Sin embargo no puedo evitar la sensación de que he sido utilizada, manipulada y engañada por un hombre al que le deposité mi confianza, mi simpatía y las ganas de convertirlo en mi primer amigo cuando es probable que para él yo sólo fuera otro par de piernas entre las cuales arrodillarse. No creo que nunca hubiera podido imaginar que acabaría sintiéndome tan herida; justo ahora podría echarme en el pasto y llorar hasta quedar seca, pero no quiero que Lyem me alcance.

     Diviso la casa no tan lejos de mí. Recorto camino atravesando el prado que la rodea y antes de poder frenar, choco de lleno contra una espalda. Ambos nos precipitamos al suelo y yo creo que me he roto algo.

     -¿Lucero?

     Alzo la cabeza, paralizada por esa voz.

     -¡Christopher! -murmuro en voz baja, impresionada. Tenerlo frente a mí con su parte tranquilo y franco, sus ojos azules intensos, dulces, sinceros, y su piel suave y tibia en contacto con la mía cuando me coge los brazos para ayudarme a levantar es un cambio bienvenido.

     Suspiro. Gracias a Dios está aquí.

     -¿Estás bien? -me pregunta repasando mi cara y mi cuerpo con los ojos en busca de daño.

     No sé qué responder. Sé que habla de golpes y magulladuras, pero incluso mi atribulado corazón hace que me duela físicamente el cuerpo y me sienta abatida.

     -¡Ery! -Lyem llega con nosotros.

     Doy un respingo y me cojo a la mano de Christopher sin querer darme vuelta.

     Escucho cuando sus pasos apresurados se detienen a escasos metros de nosotros, y por como intenta acompasar la respiración puedo decir que Christopher y él ya han fijado miradas.

     -Lucero, quiero hablar contigo -me pide.

     No respondo.

     -Por favor, dame la oportunidad de defenderme -insiste.

     Cierro los ojos con fuerza y contengo la respiración.

     -¿Defenderte? -repite Christopher- ¿Por qué habrías de hacer eso? ¿Qué le hiciste? -espeta.

     -Eso no es de tu maldita incumbencia -replica, y esa sola respuesta me hace revivir el despliegue de veneno del que fui testigo hace poco.

     -Claro que lo es. Te conozco, conozco tu reputación y lo misógino que puedes ser.

     Escucho su rechinar de dientes, pero no hay replique.

     -Me lo debes, Lucero -dice Lyem hacia mí. Avanza un paso y yo, presa del momento, me alejo de él y me acerco más a Christopher, que rodea mi cintura con sus brazos y me estrecha contra sí.

     -No le debes nada -murmura en mi oído.

     -¡CÁLLATE! ¡ESTO ES ENTRE ELLA Y YO, NO TE METAS! -Grita y me estremezco.

     -¡Puedes dar por seguro que SÍ ME VOY A METER ya que no pienso permitir que le hagas a Lucero lo mismo que a Sabrine! -responde Christopher en el mismo tono.

     ¡Oh, no! Él también sabe de Sabrine, es decir que no es embuste de Stuart. Dios, ¿en qué me he metido?

     -¡Eso no fue mi culpa y tú lo sabes!

     -¡Lo único que sé es que eres un maldito maníaco, y a Lucero no la vas a arrastrar a tu oscuridad!

    Percibo cuando ambos dan un paso al frente en actitud hostil. Me asusto; he visto lo fieros y atemorizantes que pueden ser dos hombres cuando se enganchan en una pelea cuerpo a cuerpo, y realmente no quiero que el alboroto alerte a Harper, si es que mi prolongada ausencia no lo hizo ya.

     -Vámonos, Christopher, por favor -miro hacia a él con una súplica silenciosa en mi mirada. Puedo ver en sus preciosos ojos azules un conflicto interno entre quedarse y pelear o marcharse conmigo.

     Al final, toma la decisión que quería.

     -Mantente alejado de ella o responderás ante mí -masculla a Lyem que, enojado y con la mandíbula tensa, observa cómo Christopher me toma de la mano y me lleva por lo que queda de prado hasta el establo de la casa. No hace ademán de seguirnos y por ahora suspiro aliviada.


jueves, 1 de agosto de 2013

Supernova 16

Capítulo 16


Paseo la vista por la paredes, el techo, los muebles, mientras absorbo todo el blanco en distintos materiales, distintos lugares, y aunque siempre, técnicamente, se trata del mismo color, incluso el blanco tiene varias tonalidades. A veces es un poco más amarillento, en otras se inclina al rosa; es brillante como la superficie de una perla u opaco como si el tiempo le hubiese dejado huella. Me intriga de cierta forma cómo un mismo color puede tener varios matices, o cómo las personas pueden darle el mismo nombre a distintos colores que, por algún motivo, se asemejan bastante entre sí.

     Cojo el espejo que tengo entre las piernas y lo alzo para mirarme una vez más, como llevo haciendo  prácticamente desde que el sueño se me hizo algo imposible de conciliar y decidí dejar de intentar dormir. Mis ojos, como es de esperar, siguen igual: dispares, pero ahora mi semblante no delata la desazón que mi anormalidad y lo que ella podía conllevar me provocaban, y todo gracias a Christopher. Es increíble cómo un hombre joven, atractivo, carismático e inteligente como él puede ser lo suficientemente humilde como para intentar alzarle el ánimo a una mocosa que no lleva mucho de conocer como si su vida dependiera de ello. Sé a ciencia cierta que para él no es natural nada de lo que está pasando conmigo, pero el hecho de que me consuele, me sonría y bromee para hacerme sonreír en lugar de apuntarme con el dedo como sin duda harían las demás personas, es sencillamente alucinante.

     Todo él es alucinante. Punto.

     Esos preciosos y brillantes ojos azules, intensos y cristalinos como agua de manantial reflejando el cielo nocturno; la boca cincelada en piedra y ablandada con bondad pura; esos gestos, esas medias sonrisas, esa forma que tiene de alzar la ceja con suave ironía... El corazón me salta cuando me hallo distraída pensando en él, en su voz, en sus labios, en sus ojos, y se asegura de arrastrar a mi estómago con él, para que no quepa la menor duda que Christopher es, quizá, algo más para mí que un potencial amigo. Pero claro, eso no lo sé, no puedo estar segura, pero así como me las he ingeniado para evadir a Harper desde que estoy aquí, hallaré el modo de descubrirlo.

     Luego, al otro lado del espectro que ocupa Christopher, está Lyem. Acerca de este último sinceramente no sé qué pensar, me gusta cómo nos llevamos, me gusta lo que hacemos, me gusta su forma sagaz de ser y cómo se le dilatan las pupilas cuando me ve. Y él... bueno, él también me hace sentir cosas de las que no estoy para nada al tanto, por lo que no sé lo que significan; mi cuerpo se revoluciona cuando me toca, la boca se me seca al fijarme en sus oscuros y profundos ojos verdes; me encanta acariciar su cabello rubio y que me bese no sólo como si lo necesitara apremiantemente, sino como si yo ciertamente le perteneciera íntegra y absolutamente.

     ¿Cómo es eso posible? ¿Cómo pueden gustarme de formas distintas dos hombres que no parecen tolerarse entre sí? ¿Y por qué se odian tanto, a todas éstas, qué sucedió entre ellos?

     Suspiro. Ojalá no fuera tan complicado, ojalá tuviera a quién preguntarle si la amistad es así de peculiar siempre, si todas las personas sienten lo que yo; pero claro, ¿a quién podría confiarle algo así? Lucía ya demostró estar bajo el servicio de Harper, así que ni pensarlo; Christopher y Lyem están demasiado involucrados como para que su opinión pueda ser imparcial; no le tengo tanta confianza a ningún otro miembro de la servidumbre y los trabajadores de la finca, y acudir al señor Quish me parece más que absurdo.

     Bajo el espejo y miro por la ventana al despejado cielo azul dando la bienvenida a otra tranquila mañana lejos del desastre que debe estarse sufriendo en Londres; aunque pueda parecer extraño, incluso con los bombardeos y las sirenas anti-aviones que constantemente interrumpían la atemorizante falsa calma por las noches y las madrugadas, mi vida se ha vuelto más agitada desde que di el primer paso en esta impresionante casona con su idílico terreno por los alrededores. A veces quisiera sólo tumbarme en la hierba y olvidarme de todo: de hombres hermosos y perturbadores, de Harper y su maldita manía de tenerme vigilada, de Lucía y su obsesión de tenerlo todo en perfecto funcionamiento siempre...

     No lo sé, quizá estoy equivocada, pero eso de ser una más del montón, una chica con una vida y una crianza normal, no suena tan mal.

     -Buen día, Preciosa. -Un par de brillantes y preciosos ojos azules, acompañados por una sonrisa de dientes blancos, hace su gloriosa aparición en mi recámara. Christopher está sencillamente deslumbrante con un pantalón marrón claro, una camisa crema amplia y unas poderosas botas negras similares a las que Harper suele utilizar. Lleva el cabello mojado y artísticamente revuelto. Me lo quedo mirando y no puedo acabar de creerlo. Él se sienta en mi cama, a mis pies, y se acerca para darme un beso en la mejilla-. Creí que estarías dormida.

     Niego con la cabeza suavemente.

     -Llevo rato levantada -contesto.

     -En ese caso, bajemos a desayunar antes de que el querido general suba -repone con cierto dejo irónico. Me tiende la mano y tímidamente la tomo, permitiendo que me ayude a levantar de la cama mientras las pequeñas corrientes cálidas que su toque me provoca corretean por mi cuerpo hasta hacerme ruborizar-. ¿Todo ese color en tus mejillas es para mí?

     Sonríe con deslumbrante alegría antes de encerrarme entre sus brazos y acercar su boca a la mía. Huele maravilloso, como siempre, y sus labios son tan suaves como siempre lo recuerdo. Su beso es una tierna caricia, un suave y gentil roce de labios y lengua que hace que el rubor se me extienda al resto de la cara y mis manos suban a su cuello. Él me aprieta más fuerte contra su cuerpo firme y profundiza nuestro contacto, me hace retroceder lentamente mientras seguimos probándonos y al toparme con la cama, se separa.

     Una lánguida, enorme y deslumbrante sonrisa hace eco del brillo en sus pupilas.

     -Me parece que voy a venir a darte los buenos días más a menudo -deposita un último beso en el lateral de mi cuello y luego se retira-. Las damas primero.

     Bajamos las escaleras en silencio, uno junto al otro, mientras intento recomponerme para que Harper y Lucía no nos echen su ahora compartida mirada de "Más vale que no hicieran nada de lo que estoy pensando", pero igual yo jamás sé lo que están pensando, así que evitarlo es una cuestión difícil. Sin embargo, estoy casi segura que besarnos es parte de ese "prohibido".

     Nos aparecemos en el comedor, y me sorprende notar que han reubicado a todos los comensales nuevamente, esta vez para hacer espacio a tres miembros del ejército británico; creo que uno de ellos es el teniente Mallorie, pero sin el bigote de morsa la verdad es que no estoy muy segura. Tomo asiento cuando Christopher retira la silla para mí, luego se sienta a mi lado y me toma disimuladamente la mano bajo la mesa; el rubor me colorea la cara, pero no me atrevo a moverme más de lo necesario porque sé que tengo la mirada de Harper clavada en la cara.

     -Buen día -musito, y me pongo la servilleta en el regazo. A mi lado hay una silla vacía, y me pregunto con curiosidad de quién es.

     Llega el señor Quish, sospechosamente más amable que de costumbre, seguramente cortesía de los nuevos tres integrantes de nuestra mesa. Se arma entre ellos una suave conversación que distrae a Harper lo suficiente como para hacerme relajar un poco. Lástima que la tranquilidad nunca suele durarme.

     -Buen día, Ery.

     Doy un respingo. Esa voz, ese aliento, esa electricidad... No necesito verlo para saber quién me ha murmurado en el oído, pero observarlo mientras se sienta tranquilamente a mi lado sí resulta toda una sorpresa. Aprovechando el despiste de mi tutor, se inclina y me besa la mejilla. Me ruborizo otra vez al dedicarle una sonrisa tímida.

     -Buen día, Lyem.

     Y es instantáneo, me siento atraída casi magnéticamente por él, como si fuera una estrella y yo hubiese quedado atrapada en su órbita. Luego recuerdo lo que me dijo el día anterior de encontrarnos en los establos y no puedo evitar la ansiedad por saber qué me tiene preparado, aunque espero que sólo se trate de una cosa.

     -¿Estás lista para hoy? -susurra con una media sonrisa en el rostro. Desliza disimuladamente una mano por mi pierna, subiendo mi vestido mientras sus dedos ascienden con un solo objetivo en mente.

     -¿Qué vamos a hacer? -Inquiero suavemente para impedir que el enloquecido redoble de mi corazón se me note en la voz.

     -Yo tengo una ligera idea de lo que quiero -sus ojos emiten cierto destello que ya en una ocasión especial pude apreciar, y ello hace que todos los músculos del vientre se me contraigan con exquisita fuerza-. ¿Qué tienes tú en mente?

     -Quizá lo mismo -murmuro.

     Su sonrisa de respuesta es tan deslumbrante que me quedo momentáneamente atrapada en ella. Su expresión brilla, sus ojos verdes cantan alegres como si fuera un niño recibiendo justo lo que pidió en Navidad. Me encanta cuando es así, sencillo. La belleza de su porte se magnifica cuando un sentimiento puro y sin adulterar se apersona desde el interior de sus ojos,  realmente no importa de cuál se trate: ira, felicidad, tranquilidad, desprecio... Si es completamente puro, no hay hombre tan bello como él.

     Sin embargo, su expresión cambia y el alegre destello de sus ojos verde oscuro se transforma con emociones mezcladas... Clava la mirada más allá de mí y soy consciente del leve cambio que sufre su postura; de relajada pasa a imponente, como un gallo que levanta la cresta para enfrentarse a...

     Oh, cielos. Christopher.

     -Haces amigos interesantes, Lucero -escucho decir a Christopher suavemente, casi con dulzura, pero la frialdad en su tono me hace estremecer. Me vuelvo ligeramente a él, dando campo para que ambos hombres se fulminen mejor con la mirada.

     -Es curioso -le suelta Lyem no tan "amigablemente" y omitiendo la sonrisita irritada-, yo estaba por hacer la misma observación.

     -Creí que la servidumbre tenía prohibido hablarte.

     Ellos me hablan, pero ninguno me mira. Justo ahora, quisiera que el señor Quish tomara su maldito asiento de una buena vez para acabar con esto y sacarme del medio; sé que voy a acabar metida en problemas con los dos. Lo veo venir.

     -De hecho -contraataca Lyem encogiéndose de hombros- somos todos los miembros de la población humana distintos del general Harper, por lo que estás resultado ser una mala influencia para ella, Chris.

     -No te preocupes por eso, mis influencias están lejos de querer perjudicarla, Lyem.

     -No me digas. ¿Entonces qué quieren tus influencias de ella?

     -Absolutamente nada.

     La tensión se siente en el aire y está comenzando a asfixiarme. Sabiamente ambos me soltaron la mano y la pierna respectivamente ante de la lucha de testosterona. ¡Por favor, Harper, voltea!

     -¿Por qué tienes los labios hinchados, Ery? -La pregunta de Lyem me toma desprevenida y el corazón me da un vuelco. Maldición, ahora sí estoy en apuros. Sus inquisitivos y afilados ojos examinan mis labios antes de proseguir por todo mi rostro; él sabe que soy una pésima mentirosa, y quiere asegurarse de captar todas las señales para después señalarme con su dedo acusador. Percibo a Christopher removiéndose levemente en su asiento, pero no parece inmutarse. Yo sé que a mí las mejillas y las manos aferradas la una a la otra me están traicionando.

     Lyem entrecierra los ojos.

     -Un efecto secundario del extraño mal que padece -salta Christopher con indiferencia. En este momento, lo admiro aún más por su temple-. ¿O es que no has notado que sus ojos son de colores distintos?

     -¿Por qué habría de notarlo? Después de todo la servidumbre no tiene ningún derecho a mantener ningún tipo de contacto con la pequeña protegida del buen general, y yo trabajo en los establos, aunque eso ya lo sabes.

     -Bien, invitados a la mesa, demos gracias por los alimentos. -La voz del señor Quish se alza suave, autoritaria y clara por encima de las tenues conversaciones, cortando efectivamente la pelea pasivo-agresiva en la cual estaba atrapada. Suspiro disimuladamente, aliviada.

    Acompaño las demás voces en la brevísima oración a la que ya hasta estoy acostumbrada. Las conversaciones se alzan de nuevo, retomándose donde se dejaron, pero gracias a Dios entre Lyem y Christopher la cosa se ha acabado; quizá tiene algo que ver con la fija mirada de Harper, aunque él nos estudia más a Christopher y a mí. Yo procuro parecer tan concentrada en mi comida como para que el mundo a mi alrededor se derrumbe sin que yo me dé por enterada.

     Doy otro respingo cuando siento unos dedos largos y cálidos acariciar mi muslo con pericia y no puedo evitar inquietarme al pensar que Lyem quiere volver a tocarme bajo la mesa como hizo una vez, pero ahora, quizá en calidad de desafío o vengan ustedes a saber qué, para llegar hasta donde antes no se atrevió. Gracias a Dios no ocurre, pero sí recibo un fuerte pellizco y debo ahogar la mueca de dolor. Me atrevo a espiarlo de reojo cuando él coge un vaso y se lo lleva a los labios, murmurando:

     -Hablaremos. -Sólo eso, una palabra que me hace sentir mareada y levemente desamparada.

     Está enojado, eso puedo decirlo, o sentirlo... Lo único que espero es no volver a ser víctima de otra paliza como la del establo.



Exactamente una hora luego de la comida bajo cuidadosamente por el caminillo de piedras que va desde la casa al establo. Si he de ser completamente honesta, me acongoja un poco enfrentarme a Lyem, pero es mejor hacerlo ahora que esperar más tiempo. No sé por qué, mas me da la impresión de que él no es de "dejar que los ánimos se enfríen". Justo cuando me acerco a la puerta del establo, aparece Lyem por el otro lado de la pradera con un caballo blanco y marrón acompañándolo. Sus ojos instantáneamente se vuelven abrasadores cuando me ve.

     -Te has tomado tu tiempo -observa impasible al llegar frente a mí.

     -Tenía que esperar a que Harper estuviese lo suficientemente liado como para salir de la casa -murmuro.

     Sus ojos me estudian de pies a cabeza deteniéndose por más tiempo en la zona del pecho. El recorrido visual provoca un curioso efecto físico en mí, alborotando todas mis células, apretando algunos músculos y relajando otros. Estira un brazo, deposita su pulgar en mi labio inferior y lentamente, casi tortuosamente, lo recorre, lo palpa y lo delinea mientras observo con atención cómo se le dilatan las pupilas.

     -¿Y? ¿Qué está haciendo el querido general? -se acerca hasta que nuestras respiraciones se mezclan y nuestras miradas queman la una en la otra; tengo su cálido, ancho y fuerte pecho a centímetros del mío, y honestamente me siento algo frustrada por eso. Hala de la rienda que aún tiene en la mano, colocando al caballo a mi espalda para que nos proteja de la mirada de quien pudiera de pronto acercarse por el camino empedrado.

     Abro la boca para responder, y lo primero que sale es un jadeo. ¡Dios, sí que me afecta! Lyem esboza una lenta y maliciosa sonrisa.

     -Está reunido con los otros tres miembros del ejército discutiendo tácticas y situaciones y noticias... -murmuro a media voz, deseando que me bese de una vez.

     -Es decir que tenemos algo de tiempo. ¿Más o menos cuánto?

     Me encojo de hombros con los ojos clavados en sus perturbadores labios.

     -Por como escuché, yo diría un par de horas.

     -¿Quieres que te bese, Ery?

     Subo mi mirada dispar hasta sus ojos verde oscuro brillantes, socarrones e irónicos. Esboza su media sonrisa, esa media sonrisa burlona y contemplativa que me dedicó la primera vez que nos vimos. Asiento, humedeciéndome los labios con la lengua. Lyem se inclina sobre mí y me muerde suavemente el lóbulo de la oreja, arrancándome otro jadeo y más contracciones de los músculos.

     -Bueno, pues vas a quedarte con las ganas -dice, separándose definitivamente e irguiéndose cuan alto es. Me observa con frialdad, ya no con ese fuego que creí iba a consumirme, y ahora sí comienza a pesarme la incertidumbre del siguiente paso-. Tienes que responderme unas preguntas primero, pero no aquí.

     -¿Dónde? -pregunto.

    Da media vuelta, aunque antes de desaparecer al interior del establo con el caballo, voltea y dice:

     -En mi habitación.



Sigo obedientemente a Lyem a través de los amplios terrenos que rodean la finca, cogida de su mano y sin pronunciar palabra. Él dice que su habitación no queda tan lejos de la casa como me está pareciendo, pero que aquello es necesario para evitar que alguien nos vea. Me intriga y emociona y pone nerviosa ver el hogar de Lyem; extrañamente nunca me pasó por la cabeza que él y presumiblemente el resto de la servidumbre viviesen en construcciones separadas de la casa principal. No sé, quizá asumí que todos poseían una habitación o la compartían con alguien más dentro de la casona, pero ahora que lo pienso es una idea ligeramente ridícula. Bueno, muy ridícula.

     Andamos a buen paso pero sin llegar a correr ni parecer tarados dando zancadas largas y forzosamente rápidas. Es una verdadera suerte que el camino sea como una pradera lisa sin rocas ni raíces de árboles con las que tropezar, porque con lo distraída que voy eso sería algo sencillo. No puedo evitar mirar en derredor, fascinada. Nunca había visto tan verde, tanto azul, tantas flores y árboles en un mismo lugar; jamás había tenido ante mí una extensión de pastos brillantes y jóvenes tan amplia y hermosa como esta. Es como si a Dios se le hubiese caído un pedacito del Edén cuando lo arrancó de la Tierra, y aquí hubiese venido a parar. No es de extrañar que el señor Quish prefiera ser jefe de un pequeño banco de pueblo en lugar del de una gran ciudad como Londres; esto es prácticamente un paraíso, con zonas donde se dejan crecer libremente a las hierbas y plantas silvestres que brillan en dorado y otros impactantes colores cuando el sola las señala. No puedo evitarlo, esbozo una amplia sonrisa. Para mí, y aunque me tenga que enfrentar a una discusión con Lyem más adelante, no hay mejor momento que este.

     -¿Por qué sonríes? -Le escucho susurrar. Levanto la vista aún con mi expresión sorprendida y descubro que él me está sonriendo levemente.

     -Esto es agradable -contesto.

     -¿Agradable?

     -Sí. El paisaje es muy bello, al igual que la sensación al transitarlo y ser parte de él. Además -me ruborizo pero no aparto la mirada-, que caminemos juntos tomados de la mano por aquí lo hace...

     Callo. Es difícil expresarlo con palabras.

      -¿Qué? -me alienta, dándome un ligero apretón en los dedos. Sus ojos brillan con ligereza y su sonrisa se amplía.

     -Especial -digo al fin.

     -¿Esto te hace feliz? -pregunta frunciendo el entrecejo con desconcierto.

      Asiento.

     -Pues por lo que veo no eres una chica difícil de complacer. -Pero lo dice como si lo considerara una especie de inconveniente.

     ¿Qué habré hecho ahora para aguarle el humor? En ocasiones pienso que no darle muchas vueltas a su comportamiento es lo más inteligente.

      Nos detenemos ante la puerta de una casita de madera de relativo tamaño; no es ni de cerca como la principal, pero tampoco es que parezca de muñecas. Todo el exterior está revestido con gruesas tablas de madera barnizada y oscura, lo que la hace parecer la casa de un leñador. Lyem abre la puerta y me deja pasar antes de hacerlo él. Descubro que estamos en algo como un recibidor que desemboca directametne en una pequeña sala de estar con escasos muebles: nada más unos sofás, sillas, y una mesa. Al fondo, contra la pared, hay un escritorio y algunos papeles. Justo al muro, también el final, se alza una angosta escalera de madera que lleva a un piso superior con unas seis puertas. Lyem me hace subir y entrar en la tercera, en la que debe dar paso a su habitación. Comparada con la mía y con cualquier otra en la que hubiera estado, es pequeña, está equipada con dos camas que la hacen parecer aún más minúscula, una lámpara de pie, una silla y un humilde escritorio en la pared junto a la puerta.

     -¿Quién duerme contigo? -pregunto al acercarme a la que, quizá por instinto, creo que es su cama.

     -Stuart.

      Me vuelvo.

      -¿El que conocí en el establo?

      -Veo que no olvidas -su tono es inusitadamente suave, pero su mirada es hierro puro y su expresión le acompaña. Trago saliva. ¿Ahora qué?

     -¿Para qué has querido que viniera?

     -Para... hacer un par de cosas, pero me parece que primero me debes algunas respuestas -se cruza de brazos, y aunque está de pie con la puerta cerrada a su espalda y yo a los pies de una de las camas, lo que nos separa son poco menos de dos metros.

      -¿Lo hago?

      -Sí, Lucero, lo haces.

      Un escalofrío me sacude la columna. Cada vez que me llama "Lucero" sé que nada bueno se avecina. Quizá pueda retrasar un poco lo inevitable...

      -¿No estamos en peligro de ser descubiertos?

     -No. Todos están en sus quehaceres justo ahora. Nadie vendrá.

     -¿Y tú no tienes nada qué hacer?

     -Referente al tema del trabajo, sí, pero le pedí a alguien que me cubriera.

     ¿Cómo consigue siempre encontrar un espacio libre para acosarme y regañarme sin que nadie se dé cuenta?

     -Me debían un favor -repone encogiéndose de hombros. Ah, casi olvidaba que puede responder mis preguntas mentales. ¿Por qué creí por un segundo que la anormal era yo?

      Suspiro. Bien, se me han acabado las distracciones aunque dudo seriamente que hayan funcionado. Un vistazo a Lyem y a su pétrea expresión es más que suficiente para entender que más vale acabar con esto antes de que el silencio incremente el rango de lo que sea que esté pasando al interior de su cabeza, que de sobra sé que no puede ser muy bueno...

     -Entonces, ¿qué es eso que dices estoy en la obligación de responder? -inquiero, resignándome a mi suerte.

     No contesta enseguida. Pasea lentamente su mirada por mi rostro, por cada recoveco, cada ángulo, seguramente buscando hasta el más leve movimiento facial de mi parte. Sus oscuros ojos verdes recorren mi cuerpo, fijándose en la ropa, el cabello, todo..., y hasta me da la impresión por un momento que estoy ante la mirada de Harper. Se mueve apenas para quedar delante del escritorio y recostarse del borde aún con los musculosos brazos cruzados ante el pecho.

      -¿Por qué tenías los labios hinchados y enrojecidos?

     Trago saliva. ¡Oh Jesús!

     -Lyem...

     -No te me vayas por la tangente, Lucero. Respóndeme -ordena suavemente, haciéndome estremecer. Veo en sus ojos que él ya lo sabe, pero sólo quiere que se lo confirme. ¿Debería hacerlo?

     -Por... un beso -admito, derrotada.

     -¿Uno?

     -Bueno, varios.

      -¿Cuándo?

      -Ayer y... esta mañana.

     Sus ojos brillan peligrosamente. Quiero retroceder pero tengo la cama pegada a las piernas, y tumbarme en ella no me parece la mejor estrategia.

     -Ya veo. ¿Cómo fue?

     Parpadeo. ¿Qué?

     -¿Cómo se sintió? ¿Te metió mano?, estoy seguro que sí. ¿Hasta dónde llegó? ¿Te folló? -mientras más preguntas formula, más asesina se vuelve su expresión. Está lívido de ira, tiene los músculos tensos y la mandíbula fuertemente apretada. Justo ahora, aquí, es cuando entiendo a lo que se refiere esa frase de "miradas matadoras".

     -No, Lyem, él...

     -¿Dónde fue? ¿En tu habitación, en la suya? ¿En la cocina, en el jardín? ¿Dónde, Lucero? ¿Te gustó? ¿Hiciste una comparación de la forma de penetrarte de cada uno? -aprieta los labios con fuerza, parece que el enfado no le permite continuar.

      -Él paró, Lyem. Sólo nos besamos -la voz me tiembla, al igual que las manos anudadas entre sí.

     -Fue él -repite suavemente-. ¿Es decir que si por ti hubiera sido habrían follado?

     Repentinamente y sin aviso previo la sangre comienza a hervirme de indignación. ¿Qué es lo que está tratando de decirme? ¿Cuál es su jodido problema? ¿Acaso él puede revolcarse con quien quiera y yo debo sentirme escarmentada y moralmente indigna por hacer lo mismo, aunque no llegara tan lejos? Sí, se que he admitido que me gusta sentirme exclusivamente suya cuando me mira, que me gusta ese poder que ejerce sobre mí como si fuera el único con derecho a tocarme, ¡pero maldita sea no lo es!

      Me siento en la cama y comienzo a juguetear con un hilillo suelto mientras la ira barre a través de mí.

     -No entiendo qué me estás recriminando. Estoy convencida que desde que me conoces no soy la única a la que te has cogido -siseo. Vaya que puedo ser venenosa.

     El silencio se hace entre nosotros por tanto tiempo que me veo en la obligación de mirarlo para medir su reacción. Está pensativo, eso se le nota.

     -Pues... no. Ciertamente no -murmura, ligeramente sorprendido.

      -Entonces, ¿por qué yo sí debería limitarme a ti?

     -¿De eso se trata? ¿He despertado en ti un apetito tan voraz que ahora buscas al gilipollas ese cuando la enormidad de tu necesidad te supera?

      Otra vez está enojado.

     -Para de llamarlo así, y no se trata de eso. -Reparo en el detalle de que me sorprende que utilizara la palabra "apetito" para el sexo; yo siempre creí que esa palabra era sólo para la comida y lo referente al estómago.

     -¿Entonces de  qué se trata?

      Aparto la mirada. Cristo, no entiendo nada de esto. No sé por qué me molesta tanto la idea de Lyem haciendo lo que hicimos en la cueva pero con alguien más. Es una ácida y desagradable sensación que nace en mi pecho y lo oprime sin piedad.

     -Contéstame, Lucero.

   Aprieto los labios. ¿Tener amigos es así? ¿Siempre debe lucharse tanto por y contra ellos para mantenerlos? ¿Eso vale la pena?

     -¡Lucero! -exclama, y eso rompe mis nervios.

    -!Se trata de que tú quieres exclusividad pero no me la brindas! -espeto a voz en grito, dejándolo pasmado. Bueno, para variar he sido yo quien le ha sorprendido, cuando normalmente es del revés. Y ahora, habiendo comenzado, no estoy dispuesta a parar- ¡Se trata de que quieres ser el único hombre que me ponga las manos encima, pero entonces estoy segura que yo no soy la única... chica que te toca a ti! ¡Se trata de...!

     -¿Estás celosa?

      Me callo y lo observo atentamente. Me parece atisbar un indicio de sonrisa, pero no estoy muy segura.

     ¿Es eso? ¿Estoy celosa? Si pienso en las descripciones que he leído en libros acerca de los celos, me parece una muy buena posibilidad, y una observación bastante perspicaz. Pero es Lyem, todo en él es así: observador y calculador.

     -Quizá -admito lentamente. Qué interesante.

      Nos contemplamos mutuamente, aunque cada uno está sumido en sus pensamientos. Los míos van hacia él, hacia este volátil, hermoso y desconcertante hombre que no para de ponerme las ideas de cabeza con cada cosa que dice y hace, e incluso cuando se limita a mirarme o tocarme. Constantemente pienso las cosas antes de hacerlas por miedo a... su extraño carácter y lo que pueda desembocar de él si doy un paso en falso; no es como que tema que vuelva a agredirme... tan cruelmente, porque ya prometió que no lo haría, pero sí me preocupa estar a su merced cuando no sé en qué dirección va a ir. Es tan frustrante.

     Como ahora, por ejemplo. Hace un momento no sabíamos qué hacer con nosotros, y ahora tengo la espalda contra la cama y a Lyem encima mientras su lengua arremete en mi boca robándome el aliento, sorprendiéndome y poniendo mi cuerpo a trabajar. Otra vez las contracciones musculares, otra vez la adrenalina inundando con calor cada célula de mi cuerpo, otra vez la humedad en mi entrepierna mientras sus varoniles manos viajan por mi cuerpo y exploran cada pequeña fisura en mi ropa directo hasta mi piel. Jadeo en su boca cuando tengo la mínima oportunidad de tomar aire. Siento los ángulos planos y duros de su cuerpo por todo el mío, sus abdominales, sus pectorales, los músculos de los brazos y las piernas firmes..., incluso su erección cuando contonea las caderas hacia mi pelvis.

     ¡Dios!

     -Así que quieres tenerme en exclusivo -jadea cuando se aparta para hablar, yo aprovecho ese momento para coger tanto oxígeno como la atmósfera tenga para proporcionarme.

     Asiento, porque no me veo capaz de hablar.

     -Bueno, me lo voy a pensar -arrastra su lengua detrás de mi oreja antes de succionar el lóbulo. Un fuerte temblor arquea mi espalda, y puedo sentir su sonrisa contra mi piel sensible- Ansiosa, ¿eh? También yo. -se levanta de encima mío y rápidamente se deshace de la camisa sacándosela por la cabeza, lo que me da una gran visión de su escultural pecho y sus deliciosamente marcados abdominales, luego siguen sus zapatos, los calcetines... en fin, el resto de su ropa, y antes de poder pensar en nada, me embebo de la visión de su cuerpo desnudo con su miembro erecto y listo para... para mí.

     Toma uno de mis pies y lo descalza, luego procede con el otro. Sus largos dedos inician una lenta y deliberada exploración entre mis dedos, por la planta, el talón, el tobillo..., ascendiendo por la pantorrilla hasta medio muslo y un poco más arriba. Yo ya me retuerzo, y eso que apenas me ha tocado. Coge mis muslos por la cara interna y los empuja para separarlos en tanto él se sienta entre mis piernas con mis rodillas junto a sus costados. El corazón se me acelera mientras lo observo atentamente intentando predecir qué va a hacer. ¿Va a continuar tocándome? ¿Va a introducir un dedo? ¿Va a pasar por alto el vértice de mis muslos? ¿Va a torturarme un rato bajo alguna extraña idea de escarmiento? Desliza las manos hasta mis caderas y lentamente me despoja de las bragas... de nuevo.

     -Mira eso, estás que entras en combustión espontánea -murmura por lo bajo al llevarse mis bragas a la nariz y aspirar con fuerza; parece abstraído, por lo que creo que su comentario no ha sido conmigo. Arroja mi prenda sobre su hombro, que va a parar al suelo, antes de arrodillarse entre mis piernas y tocar mi sexo con la punta de su pene erecto. Estoy muy sensible, por lo que me estremezco-. ¿Ansiosa, Ery? ¿Quieres que entre y te folle de una vez?

     Asiento, porque realmente no tengo cabeza para pensar en hacer algo más. Él me da su sonrisa maquiavélica más singular mientras niega lentamente con la cabeza.

     -No te lo mereces. Creo que voy a jugar un rato contigo.

     -¿Jugar? -jadeo.

     -Eso dije -asiente.

     Se inclina y deposita un suave beso en mi recortado vello púbico antes de incorporarme, quitarme el vestido y el sujetador, para volverme a recostar. Acto seguido, sus labios y su lengua inician un recorrido ascendente por mi cuerpo que abarca cada pequeño centímetro al que tiene la paciencia de llegar; pasa por mi vientre, alrededor y dentro mi ombligo, por mis costillas y llega a mis pechos, donde se da el placer de demorarse un poco más. Atrapa con su boca húmeda y cálida uno de mis pezones mientras el otro lo coge entre sus dedos. Ambos reciben el mismo trato: pellizcos, caricias, mordiscos y lametones por turno. No tardan demasiado en ponerse duros y erectos sólo para él, pero Lyem continúa burlándose de mí un poco más. Lentamente siento que me voy formando alrededor del aire, nuevamente escalando esa pendiente por la que ya he caído tres veces, llegando cada vez más arriba y asomándome al borde. Tomo su cabeza entre mis manos, enredado mis puños en su cabello rubio, y me permito gemir con fuerza y expectación.

     Estoy tan cerca.

    Y justo como Lyem ha dicho antes de comenzar con esto, debo ser castigada por un delito que no cometí, y eso lo lleva a detenerse y dejarme colgada. Otra vez.

     -Maldito. -Cierro los ojos con fuerza, enojada, y me permito decirle de todos los males de los que va a morirse. Le escucho reír entre dientes mientras espera a que mi cuerpo deje de temblar para volver con la maldad sobre mis doloridos y despreciados pechos. Ellos también están cabreados a más no poder. Sus manos, entre tanto, juguetean una con el cartílago de mi oreja y la otra con los pliegues de mi sexo, ambas siguiendo los mismos movimientos infernales... Oh.

     -Ery, ¿qué fue lo que más te gustó la última vez que follamos? -pregunta en un momento dado sin detener las caricias de sus dedos.

     Me quedo prendada con la pregunta. ¿Qué fue lo que más me gustó? Bueno, desde sentir el delicioso peso de su cuerpo descansar sobre el mío hasta el roce de nuestras pieles..., nuestro sudor mezclándose, sus gruñidos y jadeos en mi oído, las embestidas de su pelvis contra la mía y su pene abriéndose paso en mi interior una y otra vez. Todo, en definitiva, me gustó, pero hay algo que va por encima de lo demás...

     -Ver tu rostro mientras me penetrabas -murmuro, repentinamente avergonzada y tímida. Siento el rubor escalando por mis mejillas, pero lo que más me calienta la cara son los labios de Lyem depositando un beso en cada una.

     Al separarse veo que los ojos le brillan con la misma chispa que cargaban mientras atravesábamos el prado para llegar hasta aquí. Aunque no puedo descifrar de cuál se trata, sé que el sentimiento que lo embarga está completamente puro, y entonces sobre mí, observándome con esos hechizantes ojos verde oscuro que jamás me hartaré de ver, lo que hay es un imponente dios romano. Él me sonríe, y yo le devuelvo el gesto con timidez.

     -A mi también me gusta mirarte y ver qué reacciones provoco en ti -murmura suavemente. Luego, tomándome por sorpresa, me coge las piernas y las gira, de modo que quedo con el abdomen contra la cama. Lyem vuelve a recostarse sobre mí, su erección contra mi trasero, y vagamente me invade un cierto temor al recordar la última vez que estuve en esta posición sin bragas y con él encima: la noche que me azotó en el establo-. Sin embargo -continúa, moldeando mis nalgas en sus manos-, estás castigada por ser una descarada, vengativa y sinvergüenza.

     -¿Sinvergüenza? -Repito. ¡Qué agallas tiene!

     -Sí, sinvergüenza. Así que no voy a permitir que me mires mientras me introduzco en ti. -Empuja mis piernas con las suyas para separarlas más, y entonces una perturbadora idea me pasa por la mente.

     -¿Y si alguien entra repentinamente?

     -No sucederá -dice con indiferencia, apartando mi cabello a un lado para verme el costado del rostro-, pero si llega a pasar supongo... que nos vamos a meter en algunos problemas.

     ¿Algunos? Ojalá. Mentalmente elevo una oración a Dios... o a quien sea que las reciba: No permitas que nos descubran, por favor. Harper... enloquecería, y me arrastraría con él. Sí, y no sería bonito.

     -Ery, voy a penetrarte con fuerza, así que prepárate -me advierte. Y así, lo hace.

     Gruño cuando repentinamente soy invadida por su grueso y duro miembro; mis músculos más íntimos al principio protestan, pero luego se aclimatan y amoldan alrededor de Lyem, acogiéndolo con gusto. Me permito cerrar los ojos un instante para saborear la sensación de no sólo tenerlo en mi interior, sino en contacto con la mayor parte de mi cuerpo, sobre todo una que casi nunca tiene la oportunidad de sentirlo. Él se retira lentamente y luego da otra brusca estocada... y otra, y otra, marcando así el ritmo de sus embestidas que rápida y eficientemente me llevan de nuevo al borde del precipicio, de donde espero poder caer esta vez. Ambos rebotamos suavemente gracias a que el colchón se resiste cada vez que Lyem me empuja contra él. Siento su respiración agitada y trabajosa en mi cuello, sus gruñidos y suaves maldiciones me llagan al oído sólo para apartarme del precipicio y llevarme a uno todavía más alto.

     Mis músculos se tensan, me aferro con fuerza a la manta que cubre la cama, Lyem se sujeta con los dientes al lóbulo de mi oreja casi llegando a hacerme daño, él también está cerca. Envuelve sus brazos a mi alrededor, aprisionándome e impidiéndome cogerme de algo para resisitir la demoledora fuerza no sólo de sus embistes, sino también de lo que viene...

     -¡Lyem! -Chillo con fuerza mientras toda la tensión de mis músculos se drena en torrente de mi cuerpo, causando espasmos en mi columna y en mi sexo que llevan a Lyem a su propio orgasmo.

     Me aferra aún con más fuerza mientras nuestros cuerpos y nuestras respiraciones se tranquilizan lo suficiente como para volver a la normalidad. Él sigue dentro de mí, ahora acariciando mi sien con su nariz y depositando uno que otro beso en mi cabello. Estoy agotada, física y mentalmente. Sólo quiero cerrar los ojos y dormir.

     -¿Cansada? -escucho vagamente que me pregunta con ternura. No respondo, no puedo- Creo que aún nos quedan cuarenta y cinco minutos -Se baja de mi espalda, se acuesta a mi lado echándonos la manta encima y arrimándome otra vez a sus brazos. Recuesto la cabeza de su pecho y me dejo arrullar por el regular latido de su corazón-. Duerme, Ery.

     Y eso hago, saciada, agotada pero contenta.

martes, 23 de julio de 2013

Supernova 15

Capítulo 15


El doctor Barber, un hombre bajito, gordinflón y con una incipiente calva en la coronilla de su redonda cabeza, me mira con una sorpresa que, imagino, muy pocas veces en sus años de experiencia debió reflejar, sobre todo al ir pasando el tiempo. Tiene el cabello negro y los ojos color avellana, lo que me hace pensar sin entender por qué en el barro al borde del camino en un lluvioso día en Londres.

     Cuando Christopher y yo llegamos al hospital y le dijimos a la recepcionista que se trataba de una emergencia, bastó que me viera para llevarnos inmediatamente al consultorio del único oftalmólogo del pueblo. Él, más perplejo incluso que ahora, nos recibió y nos pidió que le contáramos cómo y cuándo había ocurrido esto. Naturalmente Christopher no lo sabía, así que tuve que relatarlo yo, aunque me evité toda la parte que relacionaba a Lyem y nuestra escapada nocturna a la cueva. El doctor Barber procedió entonces a realizarme una serie de exámenes de la vista y otros por el estilo, para tratar de establecer si la desiguladad de los iris revelaba quizá algún daño más grave.

     Justo en este momento, está por darnos los resultados.

     -Bien, señorita -comienza, revisando los papeles que tiene a la mano. Christopher se acerca y envuelve mis dedos fríos y temblorosos con los suyos cálidos y fuertes antes de darles un ligero apretón-. Por lo que veo aquí, todo está en perfecto estado. No hay lesiones en la córnea, sus pupilas responden correctamente a los estímulos, sus párpados igual, la movilidad es normal... Sinceramente no encuentro nada que pueda explicar lo que está ocurriendo. Debo admitir que estoy tan desconcertado como ustedes.

     -Me temía que dijese eso -murmura Christopher a mi lado al tiempo que un temblor me recorre la columna. 

     La puerta del consultorio se abre entonces y un lívido, enojado y sorprendido Harper aparece en el vano, seguido del señor Quish. Mi tutor entra y nos mira alternativamente; luego, como si recordase sus modales, se presenta al médico y enseguida se acerca a mí adoptando una postura que claramente lanza una advertencia. Una advertencia a Christopher para que no se me acerque más de la cuenta.

    -¿Qué ha pasado, Ery? Everard me llamó diciendo que te habían traído al hospital, sin esperarme -pronuncia, lanzando una deliberada mirada de enojo a Christopher, pero éste no se amilana y no me suelta. Al contrario, con un tono de voz tranquilo, responde:

     -Lo siento, general, no sabíamos qué estaba pasando y no consideré prudente esperar.

     El señor Quish se mantiene aislado en un rincón, presenciando todo como si fuese sólo un espectador en una obra de teatro, mientras entre su hijo y su amigo se instala una lucha de miradas.

     -Yo soy su tutor, yo debería juzgar ese tipo de cosas. ¿No te parece? -Harper entrecierra los ojos y lo fulmina con la mirada.

     -Usted no estaba presente, y en ese momento el hombre de la casa era yo. Por tanto la decisión quedó en mis manos -repone con tranquilidad Christopher.

     -No puedes decidir nada referente a Lucero sin mi consentimiento, seas o no el único presente en la casa.

     -¿No debería más bien agradecerme que estaba ahí para socorrerla, en lugar de reprocharme mis acciones, general?

     Abro la boca para tratar de terminar con esta ridícula discusión, pero el médico se me adelanta.

     -Estoy de acuerdo, general, porque sinceramente no sé lo que ha producido el desajuste en los ojos de la señorita, y temo que pueda tratarse de algún nuevo tipo de enfermedad.

     Entonces Harper, por fin, me mira bien. Primero repasa mi vestido con la vista, cada parte, luego sube al cabello y desde allí sus ojos descienden hasta trabarse en los míos. Abre la boca, sorprendido, y luego la cierra. Sus ojos se endurecen y, sin dejar de mirarme, dice:

     -Lucero está bien. No tiene nada malo.

     Todos, sin excepción, le miramos con incredulidad. ¿Cómo puede estar tan seguro?

     -¿A qué se debe tan rotunda afirmación, general? ¿Acaso se graduó de médico y no nos lo contó? -Espeta Christopher con irritación y temeraria burla. Yo no lo haría de ser tú, pienso para mí con algo de congoja.

     -Escucha, jovencito, ten mucho cuidado con cómo te diriges a mí, recuerda que no sólo soy mayor, también soy un superior -hincha el pecho y parece crecer unos centímetros. Se vuelve a mí-. ¿Te duelen los ojos?

     Niego con la cabeza.

     -Pues entonces no hay nada malo. Es algo... natural en ti, Lucero, quizá parte de tu pubertad.

     -No seas absurdo, querido amigo. Todos pasamos por la pubertad y no ves personas por ahí con los ojos de colores dispares. Es evidente que la chica tiene algo extraño. Personalmente opino que deberíamos mandarla a Londres, con un buen amigo mío que es un gran científico; quizá él halle una explicación y una cura -sugiere el señor Quish, tranquilo y casi aburrido desde su asiento.

     Harper se vuelve a mirarlo, y por eso no veo la expresión de su rostro, pero cuando habla creo ser capaz de hacerme una idea bastante acertada.

     -Ella está bien -repite con rotundidad-. No necesita un médico y no necesita cuidados especiales, mucho menos regresar a Londres, que ya no es seguro. Ahora, le agradezco mucho su tiempo, doctor, pero no requeriremos sus servicios.

     Entonces me toma de la mano y me saca casi en volandas del pequeño consultorio, dejando tras de nosotros a un hombre sorprendido, uno aburrido y otro enojado. Y es la irreverencia de Christopher la que temo que despierte el instinto más reclusor de Harper, que sin duda he de sufrir yo.

     Llegamos hasta el coche que nos trajo, aparcado en la acera con su conductor todavía dentro. Harper abre la puerta y me frunce el ceño, claramente diciendo: Entra y no hables. Aprieto los labios y obedezco, alcanzando a ver a Christopher y su padre avanzar hacia nosotros.

     Oh, no.

     Christopher no luce para nada contento y temo la confrontación. Espero que su displicente padre pueda mantener las cosas tan calmadas como él mismo parece estar.

     -No irás a regresar a la casa, ¿o sí? -Inquiere con cierto aire de reproche el señor Quisquilloso en dirección a Harper. Éste le lanza una mirada envenenada, pero por cómo da vueltas en su sitio es evidente que no sabe qué hacer.

     ¡Por favor, esto es demasiado! Estoy muy segura que Harper tiene cosas importantes qué hacer como... no sé, ¡salvar un país, por ejemplo! Pero en lugar de hacer su trabajo está aquí desquiciándose la vida -y desquiciándomela a mí- mientras trata de mantener su yugo sobre mi cabeza. ¿Cuál es su problema?

     -Vamos, no seas ridículo. Si tú mismo insistes en que la chica está bien, pues vete a hacer tu trabajo; si no, llévala a otro especialista -le increpa su amigo. Justo es este momento siento algo de simpatía por el señor Quish.

     -Tiene razón, Harper -intervengo desde el auto, mirándolo por la ventanilla bajada.

     Harper suspira profundamente antes de ceder.

     -Bien. -Mira a Christopher sin una pizca de agrado-. Llévala a casa..., y ten cuidado.

     Christopher asiente, también enojado, y se mete al auto conmigo. Sin dar tiempo a nada más, el coche corre de regreso a la casa y a medida que nos alejamos de Harper y su ira radiactiva me voy relajando; bueno, tanto como la incertidumbre por lo que significa mi condición me lo permite. Me atrevo a echarle un vistazo a Christopher; tiene los labios fuertemente apretados y la mandíbula tensa, mientras sus ojos vagan en el paisaje que se ve a través de la ventana. Me remuevo un poco en el asiento, preguntándome qué puedo decir para levantarle el ánimo, y es como si en mi movimiento hubiera accidentalmente apretado ese botón rojo que en las novelas siempre debe dejarse quietecito...

     Porque explota.

     -¡Cuál es su jodido problema! ¡¿Qué rayos piensa que te voy a hacer, violarte, prostituirte, cortarte en pedazos?!

     -Christopher...

     -¿Es así con todos los varones que se te acercan o sólo conmigo? -Me ladra.

     -Con todos -suspiro, abatida-, y no sólo los hombres. 

     -¿Por qué? ¡Eso es lo que no entiendo! -Se vuelve y me mira, los ojos brillando- ¿No te sientes sola, Lucero? ¿No le has dicho nunca que desearías poder tener algo de libertad?

     ¿Que si no se lo he dicho? ¡Llevo mi vida entera haciéndolo!

     -No quiero hablar de esto, Christopher. Me duele la cabeza

     No responde, y se lo agradezco, pero cuando bajamos del coche a la entrada de la gran casa, me toma de la mano y aprieta suave aunque firmemente mis dedos. Le sonrío, porque sé que aunque Harper está haciendo un buen trabajo, Christopher no se va a dejar ahuyentar tan fácilmente. Al entrar, Lucía se lo lleva enseguida a atender unos asuntos y en poco me veo sola y algo intimidada en medio del enorme salón principal, que da camino a todas las habitaciones de la casa.

     Miro alrededor, detallando la pulimentada madera del suelo, la piedra de las paredes, los adornos y los muebles sobre los que éstos se posan. Me parece que si no fuera por los enormes ventanales y la intervención de Lucía, seguramente, este lugar tendría el aspecto de una enorme cueva oscura, lúgubre y toda de madera, más "neandertal" que "masculina".

     Suspiro y me quito el abrigo de Christopher, preguntándome si lo dejo colgado en el perchero de la entrada, si me lo quedo hasta que él lo vaya a buscar, si lo dejo en la curiosa habitación secreta bajo las escaleras o qué. Pero antes de tomar una decisión, aparece Lyem.

     -Lucero -sus ojos verdes me escrutan intensamente, fijándose en los míos dispares-. ¿Dónde estabas?

     Y sólo porque la noche anterior no tuvo la gracia de mirarme cuando regresamos de la cueva, presumiblemente avergonzado por mi estado y haciéndome sentir un auténtico fenómeno, lo esquivo y comienzo a andar hacia mi recámara.

       Él me sigue de cerca.

      -En el médico -respondo secamente.
        -¿Te llevó el hijo de papi? -su expresión se vuelve más sombría- ¿Te volvió a tocar?

     -Eso realmente no es tu asunto, ¡y deja de decirle esas cosas! -Le grito- ¡Él cuidó de mí cuando más necesitaba apoyo, mientra que tú me abandonaste sin siquiera mirarme! Si me ves como un bicho raro, que quizá sea, no entiendo qué quieres ahora.

     Me coge del brazo para hacerme detener, y la fuerza de su agarre me hace notar cuán perplejo y enojado está.

     -No te veo como un bicho raro, Lucero, ¿por qué lo crees?

     -Pues no lo sé, quizá porque ayer después de que me follas... -Rápidamente cubre mi boca con su mano, mira por los alrededores para asegurarse que nadie nos ha escuchado y me mete en un cuartito de limpieza. Allí enciende un bombillo desnudo que cuelga entre nosotros y me fulmina con la mirada.

     -Cuida esa lengua tuya, Lucero. Alguien pudo haberte escuchado.

      Me encojo de hombros, molesta e indiferente.

     -Además -prosigue-, no tienes idea de nada, así que más te vale callarte. Hablando de algo más, sí es asunto mío si ese cabrón te puso las manos encima, principalmente porque te dije que no permitieras que nadie te tocara y eso lo incluye a él, en especial a él.

     -Tú me tocas -repongo.

     -Sólo yo.

     -Aunque supongo que ya no querrás -mi voz suena quebradiza.

     -¿Por qué piensas eso? -Resopla.

     -Lyem, tu comportamiento cambió cuando notaste que mis ojos habían... En fin, fuiste seco y frío conmigo como si... como si ya hubieras sacado de mí todo lo que querías y ya no te sirviera para mucho -aparto la vista mientras me pellizco disimuladamente la palma de la mano en un intento de no sucumbir a las lágrimas.

     Ante mí su cuerpo, tenso hasta hacía poco, se relaja un tanto y sus manos cálidas, grandes y dolorosamente conocidas me alzan el rostro. Sus ojos llamean con una sinceridad que jamás había visto tan intensa en él.

     -Te sentiste utilizada -no es un pregunta.

     Me encojo de hombros.

     -La verdad es que no sé cómo me sentí, sólo tengo claro que no fue agradable. Me dolió mucho. Pensé que ya..., que ya no querrías tener nada que ver conmigo.

     -¿Yo te dije que no quería volver a verte?

     -No, pero...

     -Entonces ten la cortesía de no suponer y actuar en mi nombre -me corta, evidentemente enojado. Cierra los ojos con fuerza por un momento, soltando un pesado y profundo suspiro, y al abrirlos una idea brilla en ellos-. Hoy estoy muy liado con el trabajo, porque al idiota de Jeremiah se le ocurrió enfermarse y ahora tengo que cubrir su puesto además del mío, pero mañana por la mañana encuéntrame en los establos. Voy a mostrarte algo.

     Y sin decir más, sale del cuartico como alma que lleva el diablo, dejándome sorprendida y confusa. ¿Acaso tuvimos una pelea, la arreglamos, se disculpó...? No estoy para nada segura. Además, acabo de darme cuenta que Lyem no me preguntó por el diagnóstico del doctor, ni siquiera parecía especialmente preocupado por eso, y no puedo evitar que una pregunta me ronde la mente, viendo este lado suyo: ¿es bueno para mí tener un amigo como él, aunque sea el primero y quizá el único?


A eso de las ocho, rato después de acabada la cena -donde no me pasó desapercibido cómo Christopher y Lyem se fruncían el ceño mutuamente-, escucho ruidos en el piso de abajo y no me cuesta suponer que son Harper y el sr. Quish volviendo de donde sea que estuvieran. Me levanto de mi cama donde me he pasado el rato desde que volvimos del consultorio médico y bajo al primer piso con una misión en mente. Veo a Harper y al sr Quish cediéndoles sus abrigos a Lucía; mi tutor luce cansado y alterado.

     -Quiero hablar contigo -le digo sin rodeos.

     -Lucero, estoy cansado y hambriento -me replica, y realmente parece exhausto.

     -No me importa.

     -Lucero -me reprende Lucía-, deja que el general coma...

     -Lamento si estoy pareciendo maleducada o grosera, pero no puede esperar -la corto. Tomo a Harper de la mano y lo conduzco escaleras arriba hasta mi recámara. Él no opone resistencia cuando entramos y cierro la puerta. Se limita a arrastrar una silla y sentarse.

     -¿Qué pasa, Ery? -Inquiere, probablemente ya sabe a qué lo traje.

     -Eso te lo pregunto yo. Es evidente que algo sabes y yo quiero que me lo digas -pongo los brazos en jarras.

     -¿De qué hablas?

     -No te hagas el tonto, Harper, porque no te queda. Mis ojos cambiaron de color y tú actúas como si me estuviera saliendo tan sólo un poco de acné adolescente, nada de qué preocuparse. ¡Pero lloro tinta, por todos los cielos, eso no es normal! Creo que me merezco una explicación.

     Apoyando los codos en sus rodillas, se inclina hasta descansar el rostro en sus manos y taparlo de mi mirada intensa y dispar; a pesar de eso, no me pasa por alto cómo palidece. Si no lo conociera diría que está tratando de darle la vuelta a sus pensamientos para replicarme una vaga respuesta y conseguir deshacerse de mí.

     -Eres una niña especial -musita al final, luego de varios minutos en silencio.

     ¿Está hablando en serio? ¿Ésa es su gran respuesta de escape?

     -No es gracioso, Harper.

     -No estoy bromeando, Ery.

     -¿Qué significa eso, entonces? Define especial.

     Harper no se mueve, no habla, se limita a mantener su postura, y me llego a preguntar si almacena como yo esa esperanza de que si no me ve pues yo tampoco lo veo a él. Para su mala suerte, no funciona en ninguno de los dos casos.

     -Ella no me dijo nada de cambios, no me especificó nada. Dijo que luciría como nosotros, sólo eso. He revisado el cielo, lo he revisado -gime como si estuviese sollozando. Incluso tengo que acercarme un poco e inclinarme sobre él para escucharle-. Las estrellas fugaces no están, ella dijo que si no estaban todo marcharía bien... ¿O no fue así?

     Repentinamente tengo que casi saltar hacia atrás cuando él alza la cabeza con una rapidez que me hace preguntar si se hizo daño en el cuello. Tiene el semblante lívido y los ojos azules desorbitados y brillantes, aunque nebulosos. Sus labios tiemblan mientras se pone en pie sin dejar de mirar mi puerta como si un extraterrestre fuera a entrar por allí.

     -¿Harper?

     Sus ojos se deslizan parsimoniosamente hasta que se detienen en mi rostro; es lo único en su expresión que cambia.

     -No lo recuerdo -murmura.

     -¿No recuerdas qué? -Inquiero, comenzando a preocuparme.

     -¿Era con o sin estrellas fugaces?

     ¿De qué está hablando? ¿Qué tienen las estrellas fugaces? De pronto me da la impresión de que quizá Harper ya es demasiado mayor para el estrés que el campo de acción ejerce sobre él, y me pregunto con qué superior podré hablar para que le den la baja. Por supuesto, si hago una cosa así es seguro que ya no podré siquiera girar la cabeza sin que él esté respirándome en la nuca constantemente, pero al menos estará bien... o eso espero.

     Pensando un poco las cosas me doy cuenta de que jamás creí que mi vida pudiese ponerse tan rara al venir aquí. Es decir, ahora es mucho más interesante y ya no sólo mantengo conversaciones con mi reflejo en el espejo, pero también es todo un poco raro. Primero Lyem, raro en sí mismo, y muy desconcertante; luego Christopher, encantador pero intrigante; yo, con mis extraños cambios físicos; y ahora Harper con sus delirios. ¿Qué irá a venir luego?

     -¿Has hablado con alguien?

     Levanto la mirada lentamente, pareciéndome haberlo imaginado. Él está mirándome, aparentemente dueño de sí otra vez.

     -¿No me pediste que no lo hiciera? -Replico mordiéndome el labio. No estoy mintiendo, sólo esquivo su pregunta con otra pregunta, aunque la respuesta de ésta última sí me comprometa.

     Me evalúa un segundo con la mirada mientras decide si creerme o no. En lo que parece un latido lo tengo sentado en la cama junto a mí, su serio semblante ocupando todo mi campo de visión. Caray, es como si alguien se hubiera muerto y estuviese por decirme que la desafortunada soy yo.

     -Escúchame bien, Lucero, es muy importante que no fraternices demasiado con nadie, ni siquiera conmigo. De eso puede depender... -se corta como si no considerara apropiado decírmelo, pero mi curiosidad ahora ha despertado y está atenta a sus palabras. Harper resopla, se pone en pie y me echa una mirada de advertencia antes de salir de mi habitación sin decir más.

     Me quedo allí sentada, perpleja, sin saber qué pensar. ¿Qué puede depender del que yo no forme lazos personales con otros? ¿Por qué algo tendría que depender de eso? ¿Qué sabe Harper acerca de mi inexplicable cambio y qué rayos tienen que ver las estrellas fugaces en todo esto?

     Suspiro, exasperada. ¡Nunca se me dice nada! Alguna forma de averiguarlo yo misma habré de encontrar si Harper sigue insistiendo en ser tan poco comunicativo conmigo sobre algo que me concierne y que él parece conocer. Miro a mi izquierda, maquinando, y veo la chaqueta de Christopher reposando en el respaldo de la silla donde se sentó Harper; es raro que no la notara o, si lo hizo, que no me dijera nada sobre ella. Quizá el asunto de sus secretos relacionados a mí es más grave de lo que creí.

     Cojo la prenda y bajo, sabiendo que después de semejante numerito mi tutor estará dándose un baño o intentando dormir, o bebiendo, aunque lo dudo. Recorro silenciosamente las amplias escaleras asegurándome de ser tan rápida  como pueda para evitar que alguien me descubra, especialmente Lucía. Llego al final del rellano, miro en ambas direcciones -no hay moros en la costa- y me escabullo al interior del estudio oculto a cualquiera que no sepa que está allí. Entro suavemente y cierro procurando no hacer ruido.

     -¿Lucero?

     Me pongo rígida, sabiendo que he sido descubierta. Lentamente me doy la vuelta y ¡tamaña sorpresa me llevo cuando veo a Christopher observándome desde el otro lado de su escritorio! Pero no es tanto que sea él lo que me sorprende, que sí lo hace ya que yo creí que aún estaría por ahí con Lucía, sino el hecho de que vaya desnudo de la cintura para arriba.

     Sé que es una falta de modales quedármele mirando así, sobre todo si no es a la cara, pero es que...

     -Ejem.

     Levanto la vista a sus ojos, que con una ceja enarcada brillan burlándose de mi descaro. Me coloro furiosamente y me devano los sesos tratando de recordar para qué fue que bajé allí.

     Ah, cierto.

     -Toma -le extiendo su saco aún sintiéndome acalorada-. No sabía qué hacer con él. Gracias, por cierto.

     -¿Por qué? -Pregunta mientras me coge el abrigo y lo guarda en el armario, dándome una visión de su poderosa y ancha espalda.

     -Por todo lo de hoy. No tenías que aguantarte la actitud de Harper.

    -Lucero, perdóname que te lo diga así, pero me importa un comino lo que diga o quiera tu tutor. No sé por qué te ha mantenido aislada del mundo tanto tiempo, pero me parece que estás en edad y capacidad de decidir si quieres o no compañía; y mientras no te niegues, voy a seguir contigo.

     -¿De veras?

     Un rayito de esperanza aparece entre las nubes. Quizá la voluntad de Harper por fin encuentre competencia en Christopher.

     Rodeando su escritorio, aún desnudo de la cintura para arriba, Christopher se me acerca y me acaricia la mejilla con el dorso de su mano, inclinándose hacia adelante para que nuestros rostros queden al mismo nivel. No sé qué me posesiona ni si he dejado entrada libre en mi cuerpo a espíritus impulsivos desde que me rendí a Lyem y sus caprichos de tocarme constantemente, pero antes de que pueda siquiera refrenarme le rodeo el cuello con ambos brazos y presiono nuestros labios juntos. El beso al principio es suave y tierno, marcado sobre todo por la sorpresa de Christopher, pero a medida que pasan los segundos y seguimos respirando el aliento del otro, noto sus manos acariciando mi cintura, mi espalda; mi corazón se acelera y la sangre me palpita contra los oídos. Mis manos se deslizan por voluntad propia por su torso, acariciando las montañas y los valles de y entre sus pectorales maravillosamente anchos, sus abdominales cincelados como los del David de Miguel Ángel, los brazos fuertes y macizos, la cintura estrecha y musculosa... 

     La cabeza me da vueltas, siento que me falta el oxígeno por los besos ininterrumpidos cada vez más profundos y exigentes; Christopher hasta ahora me ha besado con ternura, despacio, intenso, pero su devoradora insistencia mientras saborea mis labios en este segundo -sus manos presionándome contra cada parte de su macizo cuerpo, su respiración mezclándose con la mía, sus dientes mordiéndome suavemente y sus jadeos haciendo eco de los míos- me parece igual de arrebatadora. Es en definitiva completamente diferente del proceder de Lyem, aunque mi cuerpo reacciona de igual manera, pero ya el hecho de que sea Christopher lo cambia todo.

     Resigo con un dedo la línea de suaves vellos hasta que me topo con la cinturilla de los pantalones, y tentativamente meto un dedo. Un rugido gutural, animal, se escapa de lo más profundo de su garganta cuando me arrincona contra una de las paredes y separa mis piernas inmiscuyendo una de las suyas. Sus manos palpan, aprietan y pellizcan dulcemente mis hombros, mi espalda y mi clavícula antes de llegar al pecho. Contengo la respiración mientras sus largos dedos toquetean mis senos; sus labios abandonan los míos para dedicarle algo de atención a mi cuello, haciéndome poner la piel de gallina y los pezones erectos. Siento su sonrisa contra mi mandíbula cuando los coge por encima del vestido y la suave tela del sujetador y los aprieta y alarga con destreza. Me aferro más fuertemente de sus pantalones mientras peleo con el botón y la cremallera intentado abrirlos.

     Su boca regresa a la mía, pero ya no con tanto ímpetu, y sé que los modales están por ganarle.

     -No pequeña, aquí no -murmura contra mis labios, luchando consigo mismo, debatiéndose entre separarse de mí o continuar. No es que yo sea una experta en nada de esto, pero me parece poder adivinar hacia dónde vamos, y yo quiero seguir.

     -¿Por qué? -Jadeo, acariciando el botón de sus pantalones con un dedo. Christopher gruñe en mi boca y sonrío.

     -Nos pueden escuchar.

     -¿Y cuál es el problema?

     Lo siento sonreír contra mis labios.

     -Harper probablemente me dispare.

     La sangre se me enfría de golpe y se me drena del rostro. ¡Joder! Harper disparándole. No lo puedo consentir. Me cuesta más trabajo de lo que creí separarme definitivamente, pero finalmente consigo interponer algo de distancia. 

     Los dos jadeamos, los dos estamos acalorados, los dos nos miramos y los dos nos sonreímos como idiotas. 

     -¿Sabes, Lucero? No se le hace eso a un hombre -me acusa en voz baja.

     -¿El qué?

     -Provocarlo de esa manera para luego no continuar.

     -Perdona, no era mi intención. aunque fuiste tú el que paró -mascullo con la vista baja y las mejillas ardiendo. 

     Bueno, ¿y esta versión mía cuándo apareció?

     Christopher alza mi barbilla con uno de sus dedos y me obsequia una amplia sonrisa. Luego apoya su frente en la mía y me coge de las manos.

     -Además -prosigo, encantada con esos ojos azules que me miran tan fija y cálidamente-, fue tu culpa.

     -¿Mi culpa? -Pregunta, perplejo.

     -Eres muy bello, Christopher, y últimamente mi cuerpo siente cosas a las que no parezco capaz de resistirme. Me provocaste, ¿qué puedo decir?

     -Pues gracias, aunque la preciosidad bajada del cielo aquí eres tú -me besa la punta de la nariz-. Imagino que el general no está enterado de tu despertar físico.

     ¿Está bromeando? ¿Acaso piensa que realmente me atrevería a decirle a Harper siquiera  que necesito comprar más ropa interior, en vista de que Lyem tiene en su poder algunas de mis bragas? Frunzo el ceño ante el pensamiento, preguntándome si podré hacer que me las devuelva o tendré que meterme en su casa o donde sea que viva para recuperarlas.

     -¿Y qué haces para... calmarte? -pregunta, y yo no entiendo a qué se refiere. Le lanzo una mirada extrañada y él me devuelve otra... curiosa. ¿Avergonzada, interesada? No lo sé.

     -¿Calmarme? -repito, impresionada.

     -Sí, ya sabes. ¿No te tocas?

     -¿A qué te refieres?

     Suspira y cierra los ojos por un segundo, como he visto que hace la gente cuando pide fuerzas a no sé qué ente superior. Cuando los abre, le brillan con una emoción que hasta ahora desconozco. Menuda novedad.

     -¿Te masturbas? -Nos miramos fijamente por unos largos y extraños minutos en los que siento otra vez que no sé nada de nada, nuevamente cortesía del afamado general Harper. Aprieto los labios, preguntándome qué debería responder, si debería negar o afirmar, y él al final parece comprender el porqué de mi silencio- No sabes lo que es eso, ¿o sí?

     Lentamente niego con la cabeza.

     Se endereza, me toma de la mano y me lleva a su escritorio, haciéndome sentar en el borde mientras él acerca una butaca y toma asiento delante mío.

     -¿Qué haces? -pregunto acongojada. ¿Sólo a mí me pasarán estas cosas?

     -Voy a darte una clase de anatomía, Lucero, así que presta atención.