jueves, 1 de agosto de 2013

Supernova 16

Capítulo 16


Paseo la vista por la paredes, el techo, los muebles, mientras absorbo todo el blanco en distintos materiales, distintos lugares, y aunque siempre, técnicamente, se trata del mismo color, incluso el blanco tiene varias tonalidades. A veces es un poco más amarillento, en otras se inclina al rosa; es brillante como la superficie de una perla u opaco como si el tiempo le hubiese dejado huella. Me intriga de cierta forma cómo un mismo color puede tener varios matices, o cómo las personas pueden darle el mismo nombre a distintos colores que, por algún motivo, se asemejan bastante entre sí.

     Cojo el espejo que tengo entre las piernas y lo alzo para mirarme una vez más, como llevo haciendo  prácticamente desde que el sueño se me hizo algo imposible de conciliar y decidí dejar de intentar dormir. Mis ojos, como es de esperar, siguen igual: dispares, pero ahora mi semblante no delata la desazón que mi anormalidad y lo que ella podía conllevar me provocaban, y todo gracias a Christopher. Es increíble cómo un hombre joven, atractivo, carismático e inteligente como él puede ser lo suficientemente humilde como para intentar alzarle el ánimo a una mocosa que no lleva mucho de conocer como si su vida dependiera de ello. Sé a ciencia cierta que para él no es natural nada de lo que está pasando conmigo, pero el hecho de que me consuele, me sonría y bromee para hacerme sonreír en lugar de apuntarme con el dedo como sin duda harían las demás personas, es sencillamente alucinante.

     Todo él es alucinante. Punto.

     Esos preciosos y brillantes ojos azules, intensos y cristalinos como agua de manantial reflejando el cielo nocturno; la boca cincelada en piedra y ablandada con bondad pura; esos gestos, esas medias sonrisas, esa forma que tiene de alzar la ceja con suave ironía... El corazón me salta cuando me hallo distraída pensando en él, en su voz, en sus labios, en sus ojos, y se asegura de arrastrar a mi estómago con él, para que no quepa la menor duda que Christopher es, quizá, algo más para mí que un potencial amigo. Pero claro, eso no lo sé, no puedo estar segura, pero así como me las he ingeniado para evadir a Harper desde que estoy aquí, hallaré el modo de descubrirlo.

     Luego, al otro lado del espectro que ocupa Christopher, está Lyem. Acerca de este último sinceramente no sé qué pensar, me gusta cómo nos llevamos, me gusta lo que hacemos, me gusta su forma sagaz de ser y cómo se le dilatan las pupilas cuando me ve. Y él... bueno, él también me hace sentir cosas de las que no estoy para nada al tanto, por lo que no sé lo que significan; mi cuerpo se revoluciona cuando me toca, la boca se me seca al fijarme en sus oscuros y profundos ojos verdes; me encanta acariciar su cabello rubio y que me bese no sólo como si lo necesitara apremiantemente, sino como si yo ciertamente le perteneciera íntegra y absolutamente.

     ¿Cómo es eso posible? ¿Cómo pueden gustarme de formas distintas dos hombres que no parecen tolerarse entre sí? ¿Y por qué se odian tanto, a todas éstas, qué sucedió entre ellos?

     Suspiro. Ojalá no fuera tan complicado, ojalá tuviera a quién preguntarle si la amistad es así de peculiar siempre, si todas las personas sienten lo que yo; pero claro, ¿a quién podría confiarle algo así? Lucía ya demostró estar bajo el servicio de Harper, así que ni pensarlo; Christopher y Lyem están demasiado involucrados como para que su opinión pueda ser imparcial; no le tengo tanta confianza a ningún otro miembro de la servidumbre y los trabajadores de la finca, y acudir al señor Quish me parece más que absurdo.

     Bajo el espejo y miro por la ventana al despejado cielo azul dando la bienvenida a otra tranquila mañana lejos del desastre que debe estarse sufriendo en Londres; aunque pueda parecer extraño, incluso con los bombardeos y las sirenas anti-aviones que constantemente interrumpían la atemorizante falsa calma por las noches y las madrugadas, mi vida se ha vuelto más agitada desde que di el primer paso en esta impresionante casona con su idílico terreno por los alrededores. A veces quisiera sólo tumbarme en la hierba y olvidarme de todo: de hombres hermosos y perturbadores, de Harper y su maldita manía de tenerme vigilada, de Lucía y su obsesión de tenerlo todo en perfecto funcionamiento siempre...

     No lo sé, quizá estoy equivocada, pero eso de ser una más del montón, una chica con una vida y una crianza normal, no suena tan mal.

     -Buen día, Preciosa. -Un par de brillantes y preciosos ojos azules, acompañados por una sonrisa de dientes blancos, hace su gloriosa aparición en mi recámara. Christopher está sencillamente deslumbrante con un pantalón marrón claro, una camisa crema amplia y unas poderosas botas negras similares a las que Harper suele utilizar. Lleva el cabello mojado y artísticamente revuelto. Me lo quedo mirando y no puedo acabar de creerlo. Él se sienta en mi cama, a mis pies, y se acerca para darme un beso en la mejilla-. Creí que estarías dormida.

     Niego con la cabeza suavemente.

     -Llevo rato levantada -contesto.

     -En ese caso, bajemos a desayunar antes de que el querido general suba -repone con cierto dejo irónico. Me tiende la mano y tímidamente la tomo, permitiendo que me ayude a levantar de la cama mientras las pequeñas corrientes cálidas que su toque me provoca corretean por mi cuerpo hasta hacerme ruborizar-. ¿Todo ese color en tus mejillas es para mí?

     Sonríe con deslumbrante alegría antes de encerrarme entre sus brazos y acercar su boca a la mía. Huele maravilloso, como siempre, y sus labios son tan suaves como siempre lo recuerdo. Su beso es una tierna caricia, un suave y gentil roce de labios y lengua que hace que el rubor se me extienda al resto de la cara y mis manos suban a su cuello. Él me aprieta más fuerte contra su cuerpo firme y profundiza nuestro contacto, me hace retroceder lentamente mientras seguimos probándonos y al toparme con la cama, se separa.

     Una lánguida, enorme y deslumbrante sonrisa hace eco del brillo en sus pupilas.

     -Me parece que voy a venir a darte los buenos días más a menudo -deposita un último beso en el lateral de mi cuello y luego se retira-. Las damas primero.

     Bajamos las escaleras en silencio, uno junto al otro, mientras intento recomponerme para que Harper y Lucía no nos echen su ahora compartida mirada de "Más vale que no hicieran nada de lo que estoy pensando", pero igual yo jamás sé lo que están pensando, así que evitarlo es una cuestión difícil. Sin embargo, estoy casi segura que besarnos es parte de ese "prohibido".

     Nos aparecemos en el comedor, y me sorprende notar que han reubicado a todos los comensales nuevamente, esta vez para hacer espacio a tres miembros del ejército británico; creo que uno de ellos es el teniente Mallorie, pero sin el bigote de morsa la verdad es que no estoy muy segura. Tomo asiento cuando Christopher retira la silla para mí, luego se sienta a mi lado y me toma disimuladamente la mano bajo la mesa; el rubor me colorea la cara, pero no me atrevo a moverme más de lo necesario porque sé que tengo la mirada de Harper clavada en la cara.

     -Buen día -musito, y me pongo la servilleta en el regazo. A mi lado hay una silla vacía, y me pregunto con curiosidad de quién es.

     Llega el señor Quish, sospechosamente más amable que de costumbre, seguramente cortesía de los nuevos tres integrantes de nuestra mesa. Se arma entre ellos una suave conversación que distrae a Harper lo suficiente como para hacerme relajar un poco. Lástima que la tranquilidad nunca suele durarme.

     -Buen día, Ery.

     Doy un respingo. Esa voz, ese aliento, esa electricidad... No necesito verlo para saber quién me ha murmurado en el oído, pero observarlo mientras se sienta tranquilamente a mi lado sí resulta toda una sorpresa. Aprovechando el despiste de mi tutor, se inclina y me besa la mejilla. Me ruborizo otra vez al dedicarle una sonrisa tímida.

     -Buen día, Lyem.

     Y es instantáneo, me siento atraída casi magnéticamente por él, como si fuera una estrella y yo hubiese quedado atrapada en su órbita. Luego recuerdo lo que me dijo el día anterior de encontrarnos en los establos y no puedo evitar la ansiedad por saber qué me tiene preparado, aunque espero que sólo se trate de una cosa.

     -¿Estás lista para hoy? -susurra con una media sonrisa en el rostro. Desliza disimuladamente una mano por mi pierna, subiendo mi vestido mientras sus dedos ascienden con un solo objetivo en mente.

     -¿Qué vamos a hacer? -Inquiero suavemente para impedir que el enloquecido redoble de mi corazón se me note en la voz.

     -Yo tengo una ligera idea de lo que quiero -sus ojos emiten cierto destello que ya en una ocasión especial pude apreciar, y ello hace que todos los músculos del vientre se me contraigan con exquisita fuerza-. ¿Qué tienes tú en mente?

     -Quizá lo mismo -murmuro.

     Su sonrisa de respuesta es tan deslumbrante que me quedo momentáneamente atrapada en ella. Su expresión brilla, sus ojos verdes cantan alegres como si fuera un niño recibiendo justo lo que pidió en Navidad. Me encanta cuando es así, sencillo. La belleza de su porte se magnifica cuando un sentimiento puro y sin adulterar se apersona desde el interior de sus ojos,  realmente no importa de cuál se trate: ira, felicidad, tranquilidad, desprecio... Si es completamente puro, no hay hombre tan bello como él.

     Sin embargo, su expresión cambia y el alegre destello de sus ojos verde oscuro se transforma con emociones mezcladas... Clava la mirada más allá de mí y soy consciente del leve cambio que sufre su postura; de relajada pasa a imponente, como un gallo que levanta la cresta para enfrentarse a...

     Oh, cielos. Christopher.

     -Haces amigos interesantes, Lucero -escucho decir a Christopher suavemente, casi con dulzura, pero la frialdad en su tono me hace estremecer. Me vuelvo ligeramente a él, dando campo para que ambos hombres se fulminen mejor con la mirada.

     -Es curioso -le suelta Lyem no tan "amigablemente" y omitiendo la sonrisita irritada-, yo estaba por hacer la misma observación.

     -Creí que la servidumbre tenía prohibido hablarte.

     Ellos me hablan, pero ninguno me mira. Justo ahora, quisiera que el señor Quish tomara su maldito asiento de una buena vez para acabar con esto y sacarme del medio; sé que voy a acabar metida en problemas con los dos. Lo veo venir.

     -De hecho -contraataca Lyem encogiéndose de hombros- somos todos los miembros de la población humana distintos del general Harper, por lo que estás resultado ser una mala influencia para ella, Chris.

     -No te preocupes por eso, mis influencias están lejos de querer perjudicarla, Lyem.

     -No me digas. ¿Entonces qué quieren tus influencias de ella?

     -Absolutamente nada.

     La tensión se siente en el aire y está comenzando a asfixiarme. Sabiamente ambos me soltaron la mano y la pierna respectivamente ante de la lucha de testosterona. ¡Por favor, Harper, voltea!

     -¿Por qué tienes los labios hinchados, Ery? -La pregunta de Lyem me toma desprevenida y el corazón me da un vuelco. Maldición, ahora sí estoy en apuros. Sus inquisitivos y afilados ojos examinan mis labios antes de proseguir por todo mi rostro; él sabe que soy una pésima mentirosa, y quiere asegurarse de captar todas las señales para después señalarme con su dedo acusador. Percibo a Christopher removiéndose levemente en su asiento, pero no parece inmutarse. Yo sé que a mí las mejillas y las manos aferradas la una a la otra me están traicionando.

     Lyem entrecierra los ojos.

     -Un efecto secundario del extraño mal que padece -salta Christopher con indiferencia. En este momento, lo admiro aún más por su temple-. ¿O es que no has notado que sus ojos son de colores distintos?

     -¿Por qué habría de notarlo? Después de todo la servidumbre no tiene ningún derecho a mantener ningún tipo de contacto con la pequeña protegida del buen general, y yo trabajo en los establos, aunque eso ya lo sabes.

     -Bien, invitados a la mesa, demos gracias por los alimentos. -La voz del señor Quish se alza suave, autoritaria y clara por encima de las tenues conversaciones, cortando efectivamente la pelea pasivo-agresiva en la cual estaba atrapada. Suspiro disimuladamente, aliviada.

    Acompaño las demás voces en la brevísima oración a la que ya hasta estoy acostumbrada. Las conversaciones se alzan de nuevo, retomándose donde se dejaron, pero gracias a Dios entre Lyem y Christopher la cosa se ha acabado; quizá tiene algo que ver con la fija mirada de Harper, aunque él nos estudia más a Christopher y a mí. Yo procuro parecer tan concentrada en mi comida como para que el mundo a mi alrededor se derrumbe sin que yo me dé por enterada.

     Doy otro respingo cuando siento unos dedos largos y cálidos acariciar mi muslo con pericia y no puedo evitar inquietarme al pensar que Lyem quiere volver a tocarme bajo la mesa como hizo una vez, pero ahora, quizá en calidad de desafío o vengan ustedes a saber qué, para llegar hasta donde antes no se atrevió. Gracias a Dios no ocurre, pero sí recibo un fuerte pellizco y debo ahogar la mueca de dolor. Me atrevo a espiarlo de reojo cuando él coge un vaso y se lo lleva a los labios, murmurando:

     -Hablaremos. -Sólo eso, una palabra que me hace sentir mareada y levemente desamparada.

     Está enojado, eso puedo decirlo, o sentirlo... Lo único que espero es no volver a ser víctima de otra paliza como la del establo.



Exactamente una hora luego de la comida bajo cuidadosamente por el caminillo de piedras que va desde la casa al establo. Si he de ser completamente honesta, me acongoja un poco enfrentarme a Lyem, pero es mejor hacerlo ahora que esperar más tiempo. No sé por qué, mas me da la impresión de que él no es de "dejar que los ánimos se enfríen". Justo cuando me acerco a la puerta del establo, aparece Lyem por el otro lado de la pradera con un caballo blanco y marrón acompañándolo. Sus ojos instantáneamente se vuelven abrasadores cuando me ve.

     -Te has tomado tu tiempo -observa impasible al llegar frente a mí.

     -Tenía que esperar a que Harper estuviese lo suficientemente liado como para salir de la casa -murmuro.

     Sus ojos me estudian de pies a cabeza deteniéndose por más tiempo en la zona del pecho. El recorrido visual provoca un curioso efecto físico en mí, alborotando todas mis células, apretando algunos músculos y relajando otros. Estira un brazo, deposita su pulgar en mi labio inferior y lentamente, casi tortuosamente, lo recorre, lo palpa y lo delinea mientras observo con atención cómo se le dilatan las pupilas.

     -¿Y? ¿Qué está haciendo el querido general? -se acerca hasta que nuestras respiraciones se mezclan y nuestras miradas queman la una en la otra; tengo su cálido, ancho y fuerte pecho a centímetros del mío, y honestamente me siento algo frustrada por eso. Hala de la rienda que aún tiene en la mano, colocando al caballo a mi espalda para que nos proteja de la mirada de quien pudiera de pronto acercarse por el camino empedrado.

     Abro la boca para responder, y lo primero que sale es un jadeo. ¡Dios, sí que me afecta! Lyem esboza una lenta y maliciosa sonrisa.

     -Está reunido con los otros tres miembros del ejército discutiendo tácticas y situaciones y noticias... -murmuro a media voz, deseando que me bese de una vez.

     -Es decir que tenemos algo de tiempo. ¿Más o menos cuánto?

     Me encojo de hombros con los ojos clavados en sus perturbadores labios.

     -Por como escuché, yo diría un par de horas.

     -¿Quieres que te bese, Ery?

     Subo mi mirada dispar hasta sus ojos verde oscuro brillantes, socarrones e irónicos. Esboza su media sonrisa, esa media sonrisa burlona y contemplativa que me dedicó la primera vez que nos vimos. Asiento, humedeciéndome los labios con la lengua. Lyem se inclina sobre mí y me muerde suavemente el lóbulo de la oreja, arrancándome otro jadeo y más contracciones de los músculos.

     -Bueno, pues vas a quedarte con las ganas -dice, separándose definitivamente e irguiéndose cuan alto es. Me observa con frialdad, ya no con ese fuego que creí iba a consumirme, y ahora sí comienza a pesarme la incertidumbre del siguiente paso-. Tienes que responderme unas preguntas primero, pero no aquí.

     -¿Dónde? -pregunto.

    Da media vuelta, aunque antes de desaparecer al interior del establo con el caballo, voltea y dice:

     -En mi habitación.



Sigo obedientemente a Lyem a través de los amplios terrenos que rodean la finca, cogida de su mano y sin pronunciar palabra. Él dice que su habitación no queda tan lejos de la casa como me está pareciendo, pero que aquello es necesario para evitar que alguien nos vea. Me intriga y emociona y pone nerviosa ver el hogar de Lyem; extrañamente nunca me pasó por la cabeza que él y presumiblemente el resto de la servidumbre viviesen en construcciones separadas de la casa principal. No sé, quizá asumí que todos poseían una habitación o la compartían con alguien más dentro de la casona, pero ahora que lo pienso es una idea ligeramente ridícula. Bueno, muy ridícula.

     Andamos a buen paso pero sin llegar a correr ni parecer tarados dando zancadas largas y forzosamente rápidas. Es una verdadera suerte que el camino sea como una pradera lisa sin rocas ni raíces de árboles con las que tropezar, porque con lo distraída que voy eso sería algo sencillo. No puedo evitar mirar en derredor, fascinada. Nunca había visto tan verde, tanto azul, tantas flores y árboles en un mismo lugar; jamás había tenido ante mí una extensión de pastos brillantes y jóvenes tan amplia y hermosa como esta. Es como si a Dios se le hubiese caído un pedacito del Edén cuando lo arrancó de la Tierra, y aquí hubiese venido a parar. No es de extrañar que el señor Quish prefiera ser jefe de un pequeño banco de pueblo en lugar del de una gran ciudad como Londres; esto es prácticamente un paraíso, con zonas donde se dejan crecer libremente a las hierbas y plantas silvestres que brillan en dorado y otros impactantes colores cuando el sola las señala. No puedo evitarlo, esbozo una amplia sonrisa. Para mí, y aunque me tenga que enfrentar a una discusión con Lyem más adelante, no hay mejor momento que este.

     -¿Por qué sonríes? -Le escucho susurrar. Levanto la vista aún con mi expresión sorprendida y descubro que él me está sonriendo levemente.

     -Esto es agradable -contesto.

     -¿Agradable?

     -Sí. El paisaje es muy bello, al igual que la sensación al transitarlo y ser parte de él. Además -me ruborizo pero no aparto la mirada-, que caminemos juntos tomados de la mano por aquí lo hace...

     Callo. Es difícil expresarlo con palabras.

      -¿Qué? -me alienta, dándome un ligero apretón en los dedos. Sus ojos brillan con ligereza y su sonrisa se amplía.

     -Especial -digo al fin.

     -¿Esto te hace feliz? -pregunta frunciendo el entrecejo con desconcierto.

      Asiento.

     -Pues por lo que veo no eres una chica difícil de complacer. -Pero lo dice como si lo considerara una especie de inconveniente.

     ¿Qué habré hecho ahora para aguarle el humor? En ocasiones pienso que no darle muchas vueltas a su comportamiento es lo más inteligente.

      Nos detenemos ante la puerta de una casita de madera de relativo tamaño; no es ni de cerca como la principal, pero tampoco es que parezca de muñecas. Todo el exterior está revestido con gruesas tablas de madera barnizada y oscura, lo que la hace parecer la casa de un leñador. Lyem abre la puerta y me deja pasar antes de hacerlo él. Descubro que estamos en algo como un recibidor que desemboca directametne en una pequeña sala de estar con escasos muebles: nada más unos sofás, sillas, y una mesa. Al fondo, contra la pared, hay un escritorio y algunos papeles. Justo al muro, también el final, se alza una angosta escalera de madera que lleva a un piso superior con unas seis puertas. Lyem me hace subir y entrar en la tercera, en la que debe dar paso a su habitación. Comparada con la mía y con cualquier otra en la que hubiera estado, es pequeña, está equipada con dos camas que la hacen parecer aún más minúscula, una lámpara de pie, una silla y un humilde escritorio en la pared junto a la puerta.

     -¿Quién duerme contigo? -pregunto al acercarme a la que, quizá por instinto, creo que es su cama.

     -Stuart.

      Me vuelvo.

      -¿El que conocí en el establo?

      -Veo que no olvidas -su tono es inusitadamente suave, pero su mirada es hierro puro y su expresión le acompaña. Trago saliva. ¿Ahora qué?

     -¿Para qué has querido que viniera?

     -Para... hacer un par de cosas, pero me parece que primero me debes algunas respuestas -se cruza de brazos, y aunque está de pie con la puerta cerrada a su espalda y yo a los pies de una de las camas, lo que nos separa son poco menos de dos metros.

      -¿Lo hago?

      -Sí, Lucero, lo haces.

      Un escalofrío me sacude la columna. Cada vez que me llama "Lucero" sé que nada bueno se avecina. Quizá pueda retrasar un poco lo inevitable...

      -¿No estamos en peligro de ser descubiertos?

     -No. Todos están en sus quehaceres justo ahora. Nadie vendrá.

     -¿Y tú no tienes nada qué hacer?

     -Referente al tema del trabajo, sí, pero le pedí a alguien que me cubriera.

     ¿Cómo consigue siempre encontrar un espacio libre para acosarme y regañarme sin que nadie se dé cuenta?

     -Me debían un favor -repone encogiéndose de hombros. Ah, casi olvidaba que puede responder mis preguntas mentales. ¿Por qué creí por un segundo que la anormal era yo?

      Suspiro. Bien, se me han acabado las distracciones aunque dudo seriamente que hayan funcionado. Un vistazo a Lyem y a su pétrea expresión es más que suficiente para entender que más vale acabar con esto antes de que el silencio incremente el rango de lo que sea que esté pasando al interior de su cabeza, que de sobra sé que no puede ser muy bueno...

     -Entonces, ¿qué es eso que dices estoy en la obligación de responder? -inquiero, resignándome a mi suerte.

     No contesta enseguida. Pasea lentamente su mirada por mi rostro, por cada recoveco, cada ángulo, seguramente buscando hasta el más leve movimiento facial de mi parte. Sus oscuros ojos verdes recorren mi cuerpo, fijándose en la ropa, el cabello, todo..., y hasta me da la impresión por un momento que estoy ante la mirada de Harper. Se mueve apenas para quedar delante del escritorio y recostarse del borde aún con los musculosos brazos cruzados ante el pecho.

      -¿Por qué tenías los labios hinchados y enrojecidos?

     Trago saliva. ¡Oh Jesús!

     -Lyem...

     -No te me vayas por la tangente, Lucero. Respóndeme -ordena suavemente, haciéndome estremecer. Veo en sus ojos que él ya lo sabe, pero sólo quiere que se lo confirme. ¿Debería hacerlo?

     -Por... un beso -admito, derrotada.

     -¿Uno?

     -Bueno, varios.

      -¿Cuándo?

      -Ayer y... esta mañana.

     Sus ojos brillan peligrosamente. Quiero retroceder pero tengo la cama pegada a las piernas, y tumbarme en ella no me parece la mejor estrategia.

     -Ya veo. ¿Cómo fue?

     Parpadeo. ¿Qué?

     -¿Cómo se sintió? ¿Te metió mano?, estoy seguro que sí. ¿Hasta dónde llegó? ¿Te folló? -mientras más preguntas formula, más asesina se vuelve su expresión. Está lívido de ira, tiene los músculos tensos y la mandíbula fuertemente apretada. Justo ahora, aquí, es cuando entiendo a lo que se refiere esa frase de "miradas matadoras".

     -No, Lyem, él...

     -¿Dónde fue? ¿En tu habitación, en la suya? ¿En la cocina, en el jardín? ¿Dónde, Lucero? ¿Te gustó? ¿Hiciste una comparación de la forma de penetrarte de cada uno? -aprieta los labios con fuerza, parece que el enfado no le permite continuar.

      -Él paró, Lyem. Sólo nos besamos -la voz me tiembla, al igual que las manos anudadas entre sí.

     -Fue él -repite suavemente-. ¿Es decir que si por ti hubiera sido habrían follado?

     Repentinamente y sin aviso previo la sangre comienza a hervirme de indignación. ¿Qué es lo que está tratando de decirme? ¿Cuál es su jodido problema? ¿Acaso él puede revolcarse con quien quiera y yo debo sentirme escarmentada y moralmente indigna por hacer lo mismo, aunque no llegara tan lejos? Sí, se que he admitido que me gusta sentirme exclusivamente suya cuando me mira, que me gusta ese poder que ejerce sobre mí como si fuera el único con derecho a tocarme, ¡pero maldita sea no lo es!

      Me siento en la cama y comienzo a juguetear con un hilillo suelto mientras la ira barre a través de mí.

     -No entiendo qué me estás recriminando. Estoy convencida que desde que me conoces no soy la única a la que te has cogido -siseo. Vaya que puedo ser venenosa.

     El silencio se hace entre nosotros por tanto tiempo que me veo en la obligación de mirarlo para medir su reacción. Está pensativo, eso se le nota.

     -Pues... no. Ciertamente no -murmura, ligeramente sorprendido.

      -Entonces, ¿por qué yo sí debería limitarme a ti?

     -¿De eso se trata? ¿He despertado en ti un apetito tan voraz que ahora buscas al gilipollas ese cuando la enormidad de tu necesidad te supera?

      Otra vez está enojado.

     -Para de llamarlo así, y no se trata de eso. -Reparo en el detalle de que me sorprende que utilizara la palabra "apetito" para el sexo; yo siempre creí que esa palabra era sólo para la comida y lo referente al estómago.

     -¿Entonces de  qué se trata?

      Aparto la mirada. Cristo, no entiendo nada de esto. No sé por qué me molesta tanto la idea de Lyem haciendo lo que hicimos en la cueva pero con alguien más. Es una ácida y desagradable sensación que nace en mi pecho y lo oprime sin piedad.

     -Contéstame, Lucero.

   Aprieto los labios. ¿Tener amigos es así? ¿Siempre debe lucharse tanto por y contra ellos para mantenerlos? ¿Eso vale la pena?

     -¡Lucero! -exclama, y eso rompe mis nervios.

    -!Se trata de que tú quieres exclusividad pero no me la brindas! -espeto a voz en grito, dejándolo pasmado. Bueno, para variar he sido yo quien le ha sorprendido, cuando normalmente es del revés. Y ahora, habiendo comenzado, no estoy dispuesta a parar- ¡Se trata de que quieres ser el único hombre que me ponga las manos encima, pero entonces estoy segura que yo no soy la única... chica que te toca a ti! ¡Se trata de...!

     -¿Estás celosa?

      Me callo y lo observo atentamente. Me parece atisbar un indicio de sonrisa, pero no estoy muy segura.

     ¿Es eso? ¿Estoy celosa? Si pienso en las descripciones que he leído en libros acerca de los celos, me parece una muy buena posibilidad, y una observación bastante perspicaz. Pero es Lyem, todo en él es así: observador y calculador.

     -Quizá -admito lentamente. Qué interesante.

      Nos contemplamos mutuamente, aunque cada uno está sumido en sus pensamientos. Los míos van hacia él, hacia este volátil, hermoso y desconcertante hombre que no para de ponerme las ideas de cabeza con cada cosa que dice y hace, e incluso cuando se limita a mirarme o tocarme. Constantemente pienso las cosas antes de hacerlas por miedo a... su extraño carácter y lo que pueda desembocar de él si doy un paso en falso; no es como que tema que vuelva a agredirme... tan cruelmente, porque ya prometió que no lo haría, pero sí me preocupa estar a su merced cuando no sé en qué dirección va a ir. Es tan frustrante.

     Como ahora, por ejemplo. Hace un momento no sabíamos qué hacer con nosotros, y ahora tengo la espalda contra la cama y a Lyem encima mientras su lengua arremete en mi boca robándome el aliento, sorprendiéndome y poniendo mi cuerpo a trabajar. Otra vez las contracciones musculares, otra vez la adrenalina inundando con calor cada célula de mi cuerpo, otra vez la humedad en mi entrepierna mientras sus varoniles manos viajan por mi cuerpo y exploran cada pequeña fisura en mi ropa directo hasta mi piel. Jadeo en su boca cuando tengo la mínima oportunidad de tomar aire. Siento los ángulos planos y duros de su cuerpo por todo el mío, sus abdominales, sus pectorales, los músculos de los brazos y las piernas firmes..., incluso su erección cuando contonea las caderas hacia mi pelvis.

     ¡Dios!

     -Así que quieres tenerme en exclusivo -jadea cuando se aparta para hablar, yo aprovecho ese momento para coger tanto oxígeno como la atmósfera tenga para proporcionarme.

     Asiento, porque no me veo capaz de hablar.

     -Bueno, me lo voy a pensar -arrastra su lengua detrás de mi oreja antes de succionar el lóbulo. Un fuerte temblor arquea mi espalda, y puedo sentir su sonrisa contra mi piel sensible- Ansiosa, ¿eh? También yo. -se levanta de encima mío y rápidamente se deshace de la camisa sacándosela por la cabeza, lo que me da una gran visión de su escultural pecho y sus deliciosamente marcados abdominales, luego siguen sus zapatos, los calcetines... en fin, el resto de su ropa, y antes de poder pensar en nada, me embebo de la visión de su cuerpo desnudo con su miembro erecto y listo para... para mí.

     Toma uno de mis pies y lo descalza, luego procede con el otro. Sus largos dedos inician una lenta y deliberada exploración entre mis dedos, por la planta, el talón, el tobillo..., ascendiendo por la pantorrilla hasta medio muslo y un poco más arriba. Yo ya me retuerzo, y eso que apenas me ha tocado. Coge mis muslos por la cara interna y los empuja para separarlos en tanto él se sienta entre mis piernas con mis rodillas junto a sus costados. El corazón se me acelera mientras lo observo atentamente intentando predecir qué va a hacer. ¿Va a continuar tocándome? ¿Va a introducir un dedo? ¿Va a pasar por alto el vértice de mis muslos? ¿Va a torturarme un rato bajo alguna extraña idea de escarmiento? Desliza las manos hasta mis caderas y lentamente me despoja de las bragas... de nuevo.

     -Mira eso, estás que entras en combustión espontánea -murmura por lo bajo al llevarse mis bragas a la nariz y aspirar con fuerza; parece abstraído, por lo que creo que su comentario no ha sido conmigo. Arroja mi prenda sobre su hombro, que va a parar al suelo, antes de arrodillarse entre mis piernas y tocar mi sexo con la punta de su pene erecto. Estoy muy sensible, por lo que me estremezco-. ¿Ansiosa, Ery? ¿Quieres que entre y te folle de una vez?

     Asiento, porque realmente no tengo cabeza para pensar en hacer algo más. Él me da su sonrisa maquiavélica más singular mientras niega lentamente con la cabeza.

     -No te lo mereces. Creo que voy a jugar un rato contigo.

     -¿Jugar? -jadeo.

     -Eso dije -asiente.

     Se inclina y deposita un suave beso en mi recortado vello púbico antes de incorporarme, quitarme el vestido y el sujetador, para volverme a recostar. Acto seguido, sus labios y su lengua inician un recorrido ascendente por mi cuerpo que abarca cada pequeño centímetro al que tiene la paciencia de llegar; pasa por mi vientre, alrededor y dentro mi ombligo, por mis costillas y llega a mis pechos, donde se da el placer de demorarse un poco más. Atrapa con su boca húmeda y cálida uno de mis pezones mientras el otro lo coge entre sus dedos. Ambos reciben el mismo trato: pellizcos, caricias, mordiscos y lametones por turno. No tardan demasiado en ponerse duros y erectos sólo para él, pero Lyem continúa burlándose de mí un poco más. Lentamente siento que me voy formando alrededor del aire, nuevamente escalando esa pendiente por la que ya he caído tres veces, llegando cada vez más arriba y asomándome al borde. Tomo su cabeza entre mis manos, enredado mis puños en su cabello rubio, y me permito gemir con fuerza y expectación.

     Estoy tan cerca.

    Y justo como Lyem ha dicho antes de comenzar con esto, debo ser castigada por un delito que no cometí, y eso lo lleva a detenerse y dejarme colgada. Otra vez.

     -Maldito. -Cierro los ojos con fuerza, enojada, y me permito decirle de todos los males de los que va a morirse. Le escucho reír entre dientes mientras espera a que mi cuerpo deje de temblar para volver con la maldad sobre mis doloridos y despreciados pechos. Ellos también están cabreados a más no poder. Sus manos, entre tanto, juguetean una con el cartílago de mi oreja y la otra con los pliegues de mi sexo, ambas siguiendo los mismos movimientos infernales... Oh.

     -Ery, ¿qué fue lo que más te gustó la última vez que follamos? -pregunta en un momento dado sin detener las caricias de sus dedos.

     Me quedo prendada con la pregunta. ¿Qué fue lo que más me gustó? Bueno, desde sentir el delicioso peso de su cuerpo descansar sobre el mío hasta el roce de nuestras pieles..., nuestro sudor mezclándose, sus gruñidos y jadeos en mi oído, las embestidas de su pelvis contra la mía y su pene abriéndose paso en mi interior una y otra vez. Todo, en definitiva, me gustó, pero hay algo que va por encima de lo demás...

     -Ver tu rostro mientras me penetrabas -murmuro, repentinamente avergonzada y tímida. Siento el rubor escalando por mis mejillas, pero lo que más me calienta la cara son los labios de Lyem depositando un beso en cada una.

     Al separarse veo que los ojos le brillan con la misma chispa que cargaban mientras atravesábamos el prado para llegar hasta aquí. Aunque no puedo descifrar de cuál se trata, sé que el sentimiento que lo embarga está completamente puro, y entonces sobre mí, observándome con esos hechizantes ojos verde oscuro que jamás me hartaré de ver, lo que hay es un imponente dios romano. Él me sonríe, y yo le devuelvo el gesto con timidez.

     -A mi también me gusta mirarte y ver qué reacciones provoco en ti -murmura suavemente. Luego, tomándome por sorpresa, me coge las piernas y las gira, de modo que quedo con el abdomen contra la cama. Lyem vuelve a recostarse sobre mí, su erección contra mi trasero, y vagamente me invade un cierto temor al recordar la última vez que estuve en esta posición sin bragas y con él encima: la noche que me azotó en el establo-. Sin embargo -continúa, moldeando mis nalgas en sus manos-, estás castigada por ser una descarada, vengativa y sinvergüenza.

     -¿Sinvergüenza? -Repito. ¡Qué agallas tiene!

     -Sí, sinvergüenza. Así que no voy a permitir que me mires mientras me introduzco en ti. -Empuja mis piernas con las suyas para separarlas más, y entonces una perturbadora idea me pasa por la mente.

     -¿Y si alguien entra repentinamente?

     -No sucederá -dice con indiferencia, apartando mi cabello a un lado para verme el costado del rostro-, pero si llega a pasar supongo... que nos vamos a meter en algunos problemas.

     ¿Algunos? Ojalá. Mentalmente elevo una oración a Dios... o a quien sea que las reciba: No permitas que nos descubran, por favor. Harper... enloquecería, y me arrastraría con él. Sí, y no sería bonito.

     -Ery, voy a penetrarte con fuerza, así que prepárate -me advierte. Y así, lo hace.

     Gruño cuando repentinamente soy invadida por su grueso y duro miembro; mis músculos más íntimos al principio protestan, pero luego se aclimatan y amoldan alrededor de Lyem, acogiéndolo con gusto. Me permito cerrar los ojos un instante para saborear la sensación de no sólo tenerlo en mi interior, sino en contacto con la mayor parte de mi cuerpo, sobre todo una que casi nunca tiene la oportunidad de sentirlo. Él se retira lentamente y luego da otra brusca estocada... y otra, y otra, marcando así el ritmo de sus embestidas que rápida y eficientemente me llevan de nuevo al borde del precipicio, de donde espero poder caer esta vez. Ambos rebotamos suavemente gracias a que el colchón se resiste cada vez que Lyem me empuja contra él. Siento su respiración agitada y trabajosa en mi cuello, sus gruñidos y suaves maldiciones me llagan al oído sólo para apartarme del precipicio y llevarme a uno todavía más alto.

     Mis músculos se tensan, me aferro con fuerza a la manta que cubre la cama, Lyem se sujeta con los dientes al lóbulo de mi oreja casi llegando a hacerme daño, él también está cerca. Envuelve sus brazos a mi alrededor, aprisionándome e impidiéndome cogerme de algo para resisitir la demoledora fuerza no sólo de sus embistes, sino también de lo que viene...

     -¡Lyem! -Chillo con fuerza mientras toda la tensión de mis músculos se drena en torrente de mi cuerpo, causando espasmos en mi columna y en mi sexo que llevan a Lyem a su propio orgasmo.

     Me aferra aún con más fuerza mientras nuestros cuerpos y nuestras respiraciones se tranquilizan lo suficiente como para volver a la normalidad. Él sigue dentro de mí, ahora acariciando mi sien con su nariz y depositando uno que otro beso en mi cabello. Estoy agotada, física y mentalmente. Sólo quiero cerrar los ojos y dormir.

     -¿Cansada? -escucho vagamente que me pregunta con ternura. No respondo, no puedo- Creo que aún nos quedan cuarenta y cinco minutos -Se baja de mi espalda, se acuesta a mi lado echándonos la manta encima y arrimándome otra vez a sus brazos. Recuesto la cabeza de su pecho y me dejo arrullar por el regular latido de su corazón-. Duerme, Ery.

     Y eso hago, saciada, agotada pero contenta.