martes, 23 de julio de 2013

Supernova 15

Capítulo 15


El doctor Barber, un hombre bajito, gordinflón y con una incipiente calva en la coronilla de su redonda cabeza, me mira con una sorpresa que, imagino, muy pocas veces en sus años de experiencia debió reflejar, sobre todo al ir pasando el tiempo. Tiene el cabello negro y los ojos color avellana, lo que me hace pensar sin entender por qué en el barro al borde del camino en un lluvioso día en Londres.

     Cuando Christopher y yo llegamos al hospital y le dijimos a la recepcionista que se trataba de una emergencia, bastó que me viera para llevarnos inmediatamente al consultorio del único oftalmólogo del pueblo. Él, más perplejo incluso que ahora, nos recibió y nos pidió que le contáramos cómo y cuándo había ocurrido esto. Naturalmente Christopher no lo sabía, así que tuve que relatarlo yo, aunque me evité toda la parte que relacionaba a Lyem y nuestra escapada nocturna a la cueva. El doctor Barber procedió entonces a realizarme una serie de exámenes de la vista y otros por el estilo, para tratar de establecer si la desiguladad de los iris revelaba quizá algún daño más grave.

     Justo en este momento, está por darnos los resultados.

     -Bien, señorita -comienza, revisando los papeles que tiene a la mano. Christopher se acerca y envuelve mis dedos fríos y temblorosos con los suyos cálidos y fuertes antes de darles un ligero apretón-. Por lo que veo aquí, todo está en perfecto estado. No hay lesiones en la córnea, sus pupilas responden correctamente a los estímulos, sus párpados igual, la movilidad es normal... Sinceramente no encuentro nada que pueda explicar lo que está ocurriendo. Debo admitir que estoy tan desconcertado como ustedes.

     -Me temía que dijese eso -murmura Christopher a mi lado al tiempo que un temblor me recorre la columna. 

     La puerta del consultorio se abre entonces y un lívido, enojado y sorprendido Harper aparece en el vano, seguido del señor Quish. Mi tutor entra y nos mira alternativamente; luego, como si recordase sus modales, se presenta al médico y enseguida se acerca a mí adoptando una postura que claramente lanza una advertencia. Una advertencia a Christopher para que no se me acerque más de la cuenta.

    -¿Qué ha pasado, Ery? Everard me llamó diciendo que te habían traído al hospital, sin esperarme -pronuncia, lanzando una deliberada mirada de enojo a Christopher, pero éste no se amilana y no me suelta. Al contrario, con un tono de voz tranquilo, responde:

     -Lo siento, general, no sabíamos qué estaba pasando y no consideré prudente esperar.

     El señor Quish se mantiene aislado en un rincón, presenciando todo como si fuese sólo un espectador en una obra de teatro, mientras entre su hijo y su amigo se instala una lucha de miradas.

     -Yo soy su tutor, yo debería juzgar ese tipo de cosas. ¿No te parece? -Harper entrecierra los ojos y lo fulmina con la mirada.

     -Usted no estaba presente, y en ese momento el hombre de la casa era yo. Por tanto la decisión quedó en mis manos -repone con tranquilidad Christopher.

     -No puedes decidir nada referente a Lucero sin mi consentimiento, seas o no el único presente en la casa.

     -¿No debería más bien agradecerme que estaba ahí para socorrerla, en lugar de reprocharme mis acciones, general?

     Abro la boca para tratar de terminar con esta ridícula discusión, pero el médico se me adelanta.

     -Estoy de acuerdo, general, porque sinceramente no sé lo que ha producido el desajuste en los ojos de la señorita, y temo que pueda tratarse de algún nuevo tipo de enfermedad.

     Entonces Harper, por fin, me mira bien. Primero repasa mi vestido con la vista, cada parte, luego sube al cabello y desde allí sus ojos descienden hasta trabarse en los míos. Abre la boca, sorprendido, y luego la cierra. Sus ojos se endurecen y, sin dejar de mirarme, dice:

     -Lucero está bien. No tiene nada malo.

     Todos, sin excepción, le miramos con incredulidad. ¿Cómo puede estar tan seguro?

     -¿A qué se debe tan rotunda afirmación, general? ¿Acaso se graduó de médico y no nos lo contó? -Espeta Christopher con irritación y temeraria burla. Yo no lo haría de ser tú, pienso para mí con algo de congoja.

     -Escucha, jovencito, ten mucho cuidado con cómo te diriges a mí, recuerda que no sólo soy mayor, también soy un superior -hincha el pecho y parece crecer unos centímetros. Se vuelve a mí-. ¿Te duelen los ojos?

     Niego con la cabeza.

     -Pues entonces no hay nada malo. Es algo... natural en ti, Lucero, quizá parte de tu pubertad.

     -No seas absurdo, querido amigo. Todos pasamos por la pubertad y no ves personas por ahí con los ojos de colores dispares. Es evidente que la chica tiene algo extraño. Personalmente opino que deberíamos mandarla a Londres, con un buen amigo mío que es un gran científico; quizá él halle una explicación y una cura -sugiere el señor Quish, tranquilo y casi aburrido desde su asiento.

     Harper se vuelve a mirarlo, y por eso no veo la expresión de su rostro, pero cuando habla creo ser capaz de hacerme una idea bastante acertada.

     -Ella está bien -repite con rotundidad-. No necesita un médico y no necesita cuidados especiales, mucho menos regresar a Londres, que ya no es seguro. Ahora, le agradezco mucho su tiempo, doctor, pero no requeriremos sus servicios.

     Entonces me toma de la mano y me saca casi en volandas del pequeño consultorio, dejando tras de nosotros a un hombre sorprendido, uno aburrido y otro enojado. Y es la irreverencia de Christopher la que temo que despierte el instinto más reclusor de Harper, que sin duda he de sufrir yo.

     Llegamos hasta el coche que nos trajo, aparcado en la acera con su conductor todavía dentro. Harper abre la puerta y me frunce el ceño, claramente diciendo: Entra y no hables. Aprieto los labios y obedezco, alcanzando a ver a Christopher y su padre avanzar hacia nosotros.

     Oh, no.

     Christopher no luce para nada contento y temo la confrontación. Espero que su displicente padre pueda mantener las cosas tan calmadas como él mismo parece estar.

     -No irás a regresar a la casa, ¿o sí? -Inquiere con cierto aire de reproche el señor Quisquilloso en dirección a Harper. Éste le lanza una mirada envenenada, pero por cómo da vueltas en su sitio es evidente que no sabe qué hacer.

     ¡Por favor, esto es demasiado! Estoy muy segura que Harper tiene cosas importantes qué hacer como... no sé, ¡salvar un país, por ejemplo! Pero en lugar de hacer su trabajo está aquí desquiciándose la vida -y desquiciándomela a mí- mientras trata de mantener su yugo sobre mi cabeza. ¿Cuál es su problema?

     -Vamos, no seas ridículo. Si tú mismo insistes en que la chica está bien, pues vete a hacer tu trabajo; si no, llévala a otro especialista -le increpa su amigo. Justo es este momento siento algo de simpatía por el señor Quish.

     -Tiene razón, Harper -intervengo desde el auto, mirándolo por la ventanilla bajada.

     Harper suspira profundamente antes de ceder.

     -Bien. -Mira a Christopher sin una pizca de agrado-. Llévala a casa..., y ten cuidado.

     Christopher asiente, también enojado, y se mete al auto conmigo. Sin dar tiempo a nada más, el coche corre de regreso a la casa y a medida que nos alejamos de Harper y su ira radiactiva me voy relajando; bueno, tanto como la incertidumbre por lo que significa mi condición me lo permite. Me atrevo a echarle un vistazo a Christopher; tiene los labios fuertemente apretados y la mandíbula tensa, mientras sus ojos vagan en el paisaje que se ve a través de la ventana. Me remuevo un poco en el asiento, preguntándome qué puedo decir para levantarle el ánimo, y es como si en mi movimiento hubiera accidentalmente apretado ese botón rojo que en las novelas siempre debe dejarse quietecito...

     Porque explota.

     -¡Cuál es su jodido problema! ¡¿Qué rayos piensa que te voy a hacer, violarte, prostituirte, cortarte en pedazos?!

     -Christopher...

     -¿Es así con todos los varones que se te acercan o sólo conmigo? -Me ladra.

     -Con todos -suspiro, abatida-, y no sólo los hombres. 

     -¿Por qué? ¡Eso es lo que no entiendo! -Se vuelve y me mira, los ojos brillando- ¿No te sientes sola, Lucero? ¿No le has dicho nunca que desearías poder tener algo de libertad?

     ¿Que si no se lo he dicho? ¡Llevo mi vida entera haciéndolo!

     -No quiero hablar de esto, Christopher. Me duele la cabeza

     No responde, y se lo agradezco, pero cuando bajamos del coche a la entrada de la gran casa, me toma de la mano y aprieta suave aunque firmemente mis dedos. Le sonrío, porque sé que aunque Harper está haciendo un buen trabajo, Christopher no se va a dejar ahuyentar tan fácilmente. Al entrar, Lucía se lo lleva enseguida a atender unos asuntos y en poco me veo sola y algo intimidada en medio del enorme salón principal, que da camino a todas las habitaciones de la casa.

     Miro alrededor, detallando la pulimentada madera del suelo, la piedra de las paredes, los adornos y los muebles sobre los que éstos se posan. Me parece que si no fuera por los enormes ventanales y la intervención de Lucía, seguramente, este lugar tendría el aspecto de una enorme cueva oscura, lúgubre y toda de madera, más "neandertal" que "masculina".

     Suspiro y me quito el abrigo de Christopher, preguntándome si lo dejo colgado en el perchero de la entrada, si me lo quedo hasta que él lo vaya a buscar, si lo dejo en la curiosa habitación secreta bajo las escaleras o qué. Pero antes de tomar una decisión, aparece Lyem.

     -Lucero -sus ojos verdes me escrutan intensamente, fijándose en los míos dispares-. ¿Dónde estabas?

     Y sólo porque la noche anterior no tuvo la gracia de mirarme cuando regresamos de la cueva, presumiblemente avergonzado por mi estado y haciéndome sentir un auténtico fenómeno, lo esquivo y comienzo a andar hacia mi recámara.

       Él me sigue de cerca.

      -En el médico -respondo secamente.
        -¿Te llevó el hijo de papi? -su expresión se vuelve más sombría- ¿Te volvió a tocar?

     -Eso realmente no es tu asunto, ¡y deja de decirle esas cosas! -Le grito- ¡Él cuidó de mí cuando más necesitaba apoyo, mientra que tú me abandonaste sin siquiera mirarme! Si me ves como un bicho raro, que quizá sea, no entiendo qué quieres ahora.

     Me coge del brazo para hacerme detener, y la fuerza de su agarre me hace notar cuán perplejo y enojado está.

     -No te veo como un bicho raro, Lucero, ¿por qué lo crees?

     -Pues no lo sé, quizá porque ayer después de que me follas... -Rápidamente cubre mi boca con su mano, mira por los alrededores para asegurarse que nadie nos ha escuchado y me mete en un cuartito de limpieza. Allí enciende un bombillo desnudo que cuelga entre nosotros y me fulmina con la mirada.

     -Cuida esa lengua tuya, Lucero. Alguien pudo haberte escuchado.

      Me encojo de hombros, molesta e indiferente.

     -Además -prosigue-, no tienes idea de nada, así que más te vale callarte. Hablando de algo más, sí es asunto mío si ese cabrón te puso las manos encima, principalmente porque te dije que no permitieras que nadie te tocara y eso lo incluye a él, en especial a él.

     -Tú me tocas -repongo.

     -Sólo yo.

     -Aunque supongo que ya no querrás -mi voz suena quebradiza.

     -¿Por qué piensas eso? -Resopla.

     -Lyem, tu comportamiento cambió cuando notaste que mis ojos habían... En fin, fuiste seco y frío conmigo como si... como si ya hubieras sacado de mí todo lo que querías y ya no te sirviera para mucho -aparto la vista mientras me pellizco disimuladamente la palma de la mano en un intento de no sucumbir a las lágrimas.

     Ante mí su cuerpo, tenso hasta hacía poco, se relaja un tanto y sus manos cálidas, grandes y dolorosamente conocidas me alzan el rostro. Sus ojos llamean con una sinceridad que jamás había visto tan intensa en él.

     -Te sentiste utilizada -no es un pregunta.

     Me encojo de hombros.

     -La verdad es que no sé cómo me sentí, sólo tengo claro que no fue agradable. Me dolió mucho. Pensé que ya..., que ya no querrías tener nada que ver conmigo.

     -¿Yo te dije que no quería volver a verte?

     -No, pero...

     -Entonces ten la cortesía de no suponer y actuar en mi nombre -me corta, evidentemente enojado. Cierra los ojos con fuerza por un momento, soltando un pesado y profundo suspiro, y al abrirlos una idea brilla en ellos-. Hoy estoy muy liado con el trabajo, porque al idiota de Jeremiah se le ocurrió enfermarse y ahora tengo que cubrir su puesto además del mío, pero mañana por la mañana encuéntrame en los establos. Voy a mostrarte algo.

     Y sin decir más, sale del cuartico como alma que lleva el diablo, dejándome sorprendida y confusa. ¿Acaso tuvimos una pelea, la arreglamos, se disculpó...? No estoy para nada segura. Además, acabo de darme cuenta que Lyem no me preguntó por el diagnóstico del doctor, ni siquiera parecía especialmente preocupado por eso, y no puedo evitar que una pregunta me ronde la mente, viendo este lado suyo: ¿es bueno para mí tener un amigo como él, aunque sea el primero y quizá el único?


A eso de las ocho, rato después de acabada la cena -donde no me pasó desapercibido cómo Christopher y Lyem se fruncían el ceño mutuamente-, escucho ruidos en el piso de abajo y no me cuesta suponer que son Harper y el sr. Quish volviendo de donde sea que estuvieran. Me levanto de mi cama donde me he pasado el rato desde que volvimos del consultorio médico y bajo al primer piso con una misión en mente. Veo a Harper y al sr Quish cediéndoles sus abrigos a Lucía; mi tutor luce cansado y alterado.

     -Quiero hablar contigo -le digo sin rodeos.

     -Lucero, estoy cansado y hambriento -me replica, y realmente parece exhausto.

     -No me importa.

     -Lucero -me reprende Lucía-, deja que el general coma...

     -Lamento si estoy pareciendo maleducada o grosera, pero no puede esperar -la corto. Tomo a Harper de la mano y lo conduzco escaleras arriba hasta mi recámara. Él no opone resistencia cuando entramos y cierro la puerta. Se limita a arrastrar una silla y sentarse.

     -¿Qué pasa, Ery? -Inquiere, probablemente ya sabe a qué lo traje.

     -Eso te lo pregunto yo. Es evidente que algo sabes y yo quiero que me lo digas -pongo los brazos en jarras.

     -¿De qué hablas?

     -No te hagas el tonto, Harper, porque no te queda. Mis ojos cambiaron de color y tú actúas como si me estuviera saliendo tan sólo un poco de acné adolescente, nada de qué preocuparse. ¡Pero lloro tinta, por todos los cielos, eso no es normal! Creo que me merezco una explicación.

     Apoyando los codos en sus rodillas, se inclina hasta descansar el rostro en sus manos y taparlo de mi mirada intensa y dispar; a pesar de eso, no me pasa por alto cómo palidece. Si no lo conociera diría que está tratando de darle la vuelta a sus pensamientos para replicarme una vaga respuesta y conseguir deshacerse de mí.

     -Eres una niña especial -musita al final, luego de varios minutos en silencio.

     ¿Está hablando en serio? ¿Ésa es su gran respuesta de escape?

     -No es gracioso, Harper.

     -No estoy bromeando, Ery.

     -¿Qué significa eso, entonces? Define especial.

     Harper no se mueve, no habla, se limita a mantener su postura, y me llego a preguntar si almacena como yo esa esperanza de que si no me ve pues yo tampoco lo veo a él. Para su mala suerte, no funciona en ninguno de los dos casos.

     -Ella no me dijo nada de cambios, no me especificó nada. Dijo que luciría como nosotros, sólo eso. He revisado el cielo, lo he revisado -gime como si estuviese sollozando. Incluso tengo que acercarme un poco e inclinarme sobre él para escucharle-. Las estrellas fugaces no están, ella dijo que si no estaban todo marcharía bien... ¿O no fue así?

     Repentinamente tengo que casi saltar hacia atrás cuando él alza la cabeza con una rapidez que me hace preguntar si se hizo daño en el cuello. Tiene el semblante lívido y los ojos azules desorbitados y brillantes, aunque nebulosos. Sus labios tiemblan mientras se pone en pie sin dejar de mirar mi puerta como si un extraterrestre fuera a entrar por allí.

     -¿Harper?

     Sus ojos se deslizan parsimoniosamente hasta que se detienen en mi rostro; es lo único en su expresión que cambia.

     -No lo recuerdo -murmura.

     -¿No recuerdas qué? -Inquiero, comenzando a preocuparme.

     -¿Era con o sin estrellas fugaces?

     ¿De qué está hablando? ¿Qué tienen las estrellas fugaces? De pronto me da la impresión de que quizá Harper ya es demasiado mayor para el estrés que el campo de acción ejerce sobre él, y me pregunto con qué superior podré hablar para que le den la baja. Por supuesto, si hago una cosa así es seguro que ya no podré siquiera girar la cabeza sin que él esté respirándome en la nuca constantemente, pero al menos estará bien... o eso espero.

     Pensando un poco las cosas me doy cuenta de que jamás creí que mi vida pudiese ponerse tan rara al venir aquí. Es decir, ahora es mucho más interesante y ya no sólo mantengo conversaciones con mi reflejo en el espejo, pero también es todo un poco raro. Primero Lyem, raro en sí mismo, y muy desconcertante; luego Christopher, encantador pero intrigante; yo, con mis extraños cambios físicos; y ahora Harper con sus delirios. ¿Qué irá a venir luego?

     -¿Has hablado con alguien?

     Levanto la mirada lentamente, pareciéndome haberlo imaginado. Él está mirándome, aparentemente dueño de sí otra vez.

     -¿No me pediste que no lo hiciera? -Replico mordiéndome el labio. No estoy mintiendo, sólo esquivo su pregunta con otra pregunta, aunque la respuesta de ésta última sí me comprometa.

     Me evalúa un segundo con la mirada mientras decide si creerme o no. En lo que parece un latido lo tengo sentado en la cama junto a mí, su serio semblante ocupando todo mi campo de visión. Caray, es como si alguien se hubiera muerto y estuviese por decirme que la desafortunada soy yo.

     -Escúchame bien, Lucero, es muy importante que no fraternices demasiado con nadie, ni siquiera conmigo. De eso puede depender... -se corta como si no considerara apropiado decírmelo, pero mi curiosidad ahora ha despertado y está atenta a sus palabras. Harper resopla, se pone en pie y me echa una mirada de advertencia antes de salir de mi habitación sin decir más.

     Me quedo allí sentada, perpleja, sin saber qué pensar. ¿Qué puede depender del que yo no forme lazos personales con otros? ¿Por qué algo tendría que depender de eso? ¿Qué sabe Harper acerca de mi inexplicable cambio y qué rayos tienen que ver las estrellas fugaces en todo esto?

     Suspiro, exasperada. ¡Nunca se me dice nada! Alguna forma de averiguarlo yo misma habré de encontrar si Harper sigue insistiendo en ser tan poco comunicativo conmigo sobre algo que me concierne y que él parece conocer. Miro a mi izquierda, maquinando, y veo la chaqueta de Christopher reposando en el respaldo de la silla donde se sentó Harper; es raro que no la notara o, si lo hizo, que no me dijera nada sobre ella. Quizá el asunto de sus secretos relacionados a mí es más grave de lo que creí.

     Cojo la prenda y bajo, sabiendo que después de semejante numerito mi tutor estará dándose un baño o intentando dormir, o bebiendo, aunque lo dudo. Recorro silenciosamente las amplias escaleras asegurándome de ser tan rápida  como pueda para evitar que alguien me descubra, especialmente Lucía. Llego al final del rellano, miro en ambas direcciones -no hay moros en la costa- y me escabullo al interior del estudio oculto a cualquiera que no sepa que está allí. Entro suavemente y cierro procurando no hacer ruido.

     -¿Lucero?

     Me pongo rígida, sabiendo que he sido descubierta. Lentamente me doy la vuelta y ¡tamaña sorpresa me llevo cuando veo a Christopher observándome desde el otro lado de su escritorio! Pero no es tanto que sea él lo que me sorprende, que sí lo hace ya que yo creí que aún estaría por ahí con Lucía, sino el hecho de que vaya desnudo de la cintura para arriba.

     Sé que es una falta de modales quedármele mirando así, sobre todo si no es a la cara, pero es que...

     -Ejem.

     Levanto la vista a sus ojos, que con una ceja enarcada brillan burlándose de mi descaro. Me coloro furiosamente y me devano los sesos tratando de recordar para qué fue que bajé allí.

     Ah, cierto.

     -Toma -le extiendo su saco aún sintiéndome acalorada-. No sabía qué hacer con él. Gracias, por cierto.

     -¿Por qué? -Pregunta mientras me coge el abrigo y lo guarda en el armario, dándome una visión de su poderosa y ancha espalda.

     -Por todo lo de hoy. No tenías que aguantarte la actitud de Harper.

    -Lucero, perdóname que te lo diga así, pero me importa un comino lo que diga o quiera tu tutor. No sé por qué te ha mantenido aislada del mundo tanto tiempo, pero me parece que estás en edad y capacidad de decidir si quieres o no compañía; y mientras no te niegues, voy a seguir contigo.

     -¿De veras?

     Un rayito de esperanza aparece entre las nubes. Quizá la voluntad de Harper por fin encuentre competencia en Christopher.

     Rodeando su escritorio, aún desnudo de la cintura para arriba, Christopher se me acerca y me acaricia la mejilla con el dorso de su mano, inclinándose hacia adelante para que nuestros rostros queden al mismo nivel. No sé qué me posesiona ni si he dejado entrada libre en mi cuerpo a espíritus impulsivos desde que me rendí a Lyem y sus caprichos de tocarme constantemente, pero antes de que pueda siquiera refrenarme le rodeo el cuello con ambos brazos y presiono nuestros labios juntos. El beso al principio es suave y tierno, marcado sobre todo por la sorpresa de Christopher, pero a medida que pasan los segundos y seguimos respirando el aliento del otro, noto sus manos acariciando mi cintura, mi espalda; mi corazón se acelera y la sangre me palpita contra los oídos. Mis manos se deslizan por voluntad propia por su torso, acariciando las montañas y los valles de y entre sus pectorales maravillosamente anchos, sus abdominales cincelados como los del David de Miguel Ángel, los brazos fuertes y macizos, la cintura estrecha y musculosa... 

     La cabeza me da vueltas, siento que me falta el oxígeno por los besos ininterrumpidos cada vez más profundos y exigentes; Christopher hasta ahora me ha besado con ternura, despacio, intenso, pero su devoradora insistencia mientras saborea mis labios en este segundo -sus manos presionándome contra cada parte de su macizo cuerpo, su respiración mezclándose con la mía, sus dientes mordiéndome suavemente y sus jadeos haciendo eco de los míos- me parece igual de arrebatadora. Es en definitiva completamente diferente del proceder de Lyem, aunque mi cuerpo reacciona de igual manera, pero ya el hecho de que sea Christopher lo cambia todo.

     Resigo con un dedo la línea de suaves vellos hasta que me topo con la cinturilla de los pantalones, y tentativamente meto un dedo. Un rugido gutural, animal, se escapa de lo más profundo de su garganta cuando me arrincona contra una de las paredes y separa mis piernas inmiscuyendo una de las suyas. Sus manos palpan, aprietan y pellizcan dulcemente mis hombros, mi espalda y mi clavícula antes de llegar al pecho. Contengo la respiración mientras sus largos dedos toquetean mis senos; sus labios abandonan los míos para dedicarle algo de atención a mi cuello, haciéndome poner la piel de gallina y los pezones erectos. Siento su sonrisa contra mi mandíbula cuando los coge por encima del vestido y la suave tela del sujetador y los aprieta y alarga con destreza. Me aferro más fuertemente de sus pantalones mientras peleo con el botón y la cremallera intentado abrirlos.

     Su boca regresa a la mía, pero ya no con tanto ímpetu, y sé que los modales están por ganarle.

     -No pequeña, aquí no -murmura contra mis labios, luchando consigo mismo, debatiéndose entre separarse de mí o continuar. No es que yo sea una experta en nada de esto, pero me parece poder adivinar hacia dónde vamos, y yo quiero seguir.

     -¿Por qué? -Jadeo, acariciando el botón de sus pantalones con un dedo. Christopher gruñe en mi boca y sonrío.

     -Nos pueden escuchar.

     -¿Y cuál es el problema?

     Lo siento sonreír contra mis labios.

     -Harper probablemente me dispare.

     La sangre se me enfría de golpe y se me drena del rostro. ¡Joder! Harper disparándole. No lo puedo consentir. Me cuesta más trabajo de lo que creí separarme definitivamente, pero finalmente consigo interponer algo de distancia. 

     Los dos jadeamos, los dos estamos acalorados, los dos nos miramos y los dos nos sonreímos como idiotas. 

     -¿Sabes, Lucero? No se le hace eso a un hombre -me acusa en voz baja.

     -¿El qué?

     -Provocarlo de esa manera para luego no continuar.

     -Perdona, no era mi intención. aunque fuiste tú el que paró -mascullo con la vista baja y las mejillas ardiendo. 

     Bueno, ¿y esta versión mía cuándo apareció?

     Christopher alza mi barbilla con uno de sus dedos y me obsequia una amplia sonrisa. Luego apoya su frente en la mía y me coge de las manos.

     -Además -prosigo, encantada con esos ojos azules que me miran tan fija y cálidamente-, fue tu culpa.

     -¿Mi culpa? -Pregunta, perplejo.

     -Eres muy bello, Christopher, y últimamente mi cuerpo siente cosas a las que no parezco capaz de resistirme. Me provocaste, ¿qué puedo decir?

     -Pues gracias, aunque la preciosidad bajada del cielo aquí eres tú -me besa la punta de la nariz-. Imagino que el general no está enterado de tu despertar físico.

     ¿Está bromeando? ¿Acaso piensa que realmente me atrevería a decirle a Harper siquiera  que necesito comprar más ropa interior, en vista de que Lyem tiene en su poder algunas de mis bragas? Frunzo el ceño ante el pensamiento, preguntándome si podré hacer que me las devuelva o tendré que meterme en su casa o donde sea que viva para recuperarlas.

     -¿Y qué haces para... calmarte? -pregunta, y yo no entiendo a qué se refiere. Le lanzo una mirada extrañada y él me devuelve otra... curiosa. ¿Avergonzada, interesada? No lo sé.

     -¿Calmarme? -repito, impresionada.

     -Sí, ya sabes. ¿No te tocas?

     -¿A qué te refieres?

     Suspira y cierra los ojos por un segundo, como he visto que hace la gente cuando pide fuerzas a no sé qué ente superior. Cuando los abre, le brillan con una emoción que hasta ahora desconozco. Menuda novedad.

     -¿Te masturbas? -Nos miramos fijamente por unos largos y extraños minutos en los que siento otra vez que no sé nada de nada, nuevamente cortesía del afamado general Harper. Aprieto los labios, preguntándome qué debería responder, si debería negar o afirmar, y él al final parece comprender el porqué de mi silencio- No sabes lo que es eso, ¿o sí?

     Lentamente niego con la cabeza.

     Se endereza, me toma de la mano y me lleva a su escritorio, haciéndome sentar en el borde mientras él acerca una butaca y toma asiento delante mío.

     -¿Qué haces? -pregunto acongojada. ¿Sólo a mí me pasarán estas cosas?

     -Voy a darte una clase de anatomía, Lucero, así que presta atención.