Capítulo 12
El corcel se detiene finalmente entre un par de árboles que se inclinan uno en pos del otro como si intentasen alcanzarse para tocarse mutuamente. Lyem baja, y me pregunto si es para quitar follaje del medio, para ubicarse o si hemos llegado, porque desde que nos internamos en esta lúgubre arboleda me ha parecido haber viajado en círculos como unos idiotas. No lo sé, quizá estoy equivocada. Total, no sería la primera vez y menos con Lyem cerca.
Lyem coge las riendas del caballo y lo hace avanzar unos metros más conmigo aún sobre su lomo y las mantas en mis rodillas; en más de una ocasión debo bajar la cabeza para evitar golpearme con las ramas bajas y filosas, y al final, por fin, entramos en un reducido espacio entre los gigantescos cipreses y pinos que nos rodean. Bajo del caballo, Lyem toma las mantas y luego me guía de la mano por entre arbustos enormes, pinos enanos, rocas rompe-espinillas y el pasto silvestre y frío hasta la entrada de una cueva gigantesca, oscura y algo atemorizante. Pareciera ser la boca abierta de un lobo dormido.
El aire dentro, pese a lo que yo creía, no huele menos a bosque que el de fuera, y me sorprende en gran medida lo profunda que parece ser la caverna. Andamos y andamos y nada que alcanzamos el final, el borde opuesto a la entrada. Lyem lleva una linterna en las manos y con ella alumbra parcialmente nuestro camino mientras serpenteamos entre las pequeñas rocas que se alzan como pedestales para sacrificios. En un momento se detiene, haciéndome imitarlo, me suelta y sus pasos resuenan contra la roca mientras camina alrededor de mí, a un lado y al otro. Al momento siguiente toda esa parte de la cueva ha quedado iluminada completamente con decenas de lámparas de aceite y algunas linternas más; podría pensarse que las sombras creadas por las llamas danzantes parecerían aterradores espectros, pero en realidad otorgan un aire apacible y casi hechizante no sólo al lugar, sino también al momento.
Me tomo la libertad de pasear la mirada por el techo de nuestra cueva, que se eleva a casi un metro por encima de mi cabeza, y noto con un suspiro de alivio que no hay bichos ni murciélagos. De hecho no hay ni raíces inmiscuyéndose en la piedra, y eso se me hace extraño.
En un momento dado escucho un sonido sordo, y al mirar a Lyem noto que ha dejado la manta en el suelo y se está desabotonando los primeros botones de la camisa beige. Trago saliva, aún no comprendo por qué. Él me sonríe de esa forma tan peculiar que le hace parecer un predador mirando a su presa, y lentamente se acerca a mí hasta que descansa sus manos en mis caderas.
-Tengo algunas cosas planeadas para ti hoy, Lucero -murmura en mi oreja, atrapándome el cartílago con sus labios-, pero primero debemos encender el fuego.
-¿Encender el fuego? -Me aparto un poco y lo miro, asombrada. ¿Para qué necesitamos una hoguera, no hay suficiente luz?- Creí que me ibas a enseñar la parte más esencial de tu anatomía, a darle cariño y todo eso que dijiste.
Él ríe.
-Sí, había olvidado que venimos de mundos distintos. Lo que quiero decir es que necesito preparación psicológica para estar... en condiciones y que todo salga como debería.
Me cruzo de brazos.
-¿Y eso exactamente qué implica?
Repentinamente me empuja contra una de las paredes de la cueva y me besa duro, profundo, ávidamente. Respiro con dificultad cuando nos separamos, y pienso que jamás llegaré a acostumbrarme a estas abruptas acometidas suyas, aunque me encantan.
-Me enloquece tu inocencia, lo juro -me susurra, y lame mi lóbulo con la punta de su lengua.
-¿Qué tiene que ver eso con lo que te he preguntado?
-Bueno, si no fueras tan inexperta ciertamente no estarías haciéndome preguntas ni mostrándote desafiante, Ery. Pero bueno, creo que de todos modos tienes algún derecho a saber algo, y por ahora sólo te diré que serás tú quien me prepare para tus cariños.
-¿Y cómo haré eso?
Se aleja tres pasos, se cruza de brazos y me sonríe. Su lobuna sonrisa burlona.
-Para comenzar tienes que quitarte la ropa. Toda.
Me coloro y entrelazo los dedos. Bueno, tampoco es como que nunca hubiera estado desnuda ante él en el pasado, y si me pongo a recordar cómo me besó esa vez... y dónde...
-¿Al menos puedes darte la vuelta? -Mascullo sin querer mirarlo.
-No. Desvístete lentamente y quiero que me mires mientras lo haces, todo el tiempo. Bueno, comienza.
Trago saliva, pero no tardo en obedecer.
Primero me saco el suéter por la cabeza y lo dejo junto a la manta, luego me llevo las manos a la espalda del vestido y uno por uno suelto todos los botones hasta que el aire fresco se cuela al interior y me hace temblar ligeramente. Deslizo el vestido sobre mis hombros y dejo que caiga hacia abajo por mi cuerpo; miro atentamente a Lyem mientras lo hago, y no me pasa desapercibido cómo sus ojos siguen todos y cada uno de los movimientos de mis manos mientras trabajo sobre mi ropa. Salgo del vestido sacando un pie y luego el otro. Me quito las botas del ejército que Harper me regaló una vez y que suelo usar casi a diario por lo cómodas y versátiles que son, aunque no sean las más bonitas ni femeninas de todas. Al final termino con mis bragas y mi brasier, y pienso con cierta ironía que quizá en esta ocasión sí pueda volver con el cien por ciento de la ropa con la que vine.
Lyem desliza su dedo medio por su labio inferior, valorándome, y no puedo evitar ruborizarme y cogerme las manos. Lo escucho cuando se acerca y se planta delante de mí, pero no alzo la vista. Él desliza entonces su mano por mi mejilla, acaricíándome el cuello, el cabello y un hombro.
-Estás perfecta -murmura, y al mirarlo me percato de que habla consigo mismo. Nuestras miradas se encuentran y la suya quema, sus ojos verdes arden-. Ahora me tienes que desvestir a mí.
-Pero yo...
-Lo harás bien. Además, ya te he hecho parte del trabajo -se señala la sección desabotonada con una sonrisa maligna-. Sólo hazlo y podremos comenzar.
Rayos, si no fuera por esta peligrosa curiosidad mía no creo que estaría haciendo nada de esto... ¿cierto?
Deshago el resto de los botones de su camisa con relativa paciencia, pensando en Lyem como un maniquí en lugar de un hombre de verdad. No es que nunca haya visto un cuerpo masculino desnudo -bueno, en realidad así ha sido, pero ése no es el punto-, porque en los libros de anatomía en casa de Harper las ilustraciones eran bastante explícitas, pero un cuerpo de quince centímetros en dos dimensiones no despierta la misma impresión que uno de metro ochenta, cálido y vivo... Real.
Deslizo la camisa abierta por sobre esos hombros anchos y fuertes hasta dejarla en el suelo junto a mi ropa. Luego me encargo del botón y la cremallera de sus pantalones, y suspiro aliviada al ver que tiene ropa interior puesta. Pantalones, zapatos, camisa y calcetines fuera. Lyem ha quedado sólo en ropa interior, pero no contento con todo lo que me ha hecho hacer, insiste en que acabe mi trabajo.
-No creo que sea correcto -me niego como por cuarta vez, intentando retroceder.
-Lucero, va a amanecer y nosotros seguiremos aquí. No pienso meterme en problemas con nadie por tu culpa y si nos tenemos que ir sin haber logrado nada... Joder, me voy a enojar mucho -masculla, avanzando e intimidándome.
Suspiro y lo hago... Le quito los calzoncillos... Y es ahora cuando entiendo que lo que estamos haciendo no es sencillamente algo secreto, algo... entre nosotros. No. Lyem y yo estamos metiéndonos con cosas prohibidas. Lo nuestro, la extraña relación que compartimos y todo lo que hacemos en ella es un tabú para cualquiera con oídos y sentido común, aunque no para nosotros, y eso me hace sentir que, quizá, deseo esto aun con mayor intensidad.
Entonces dejo la cobardía, la timidez, la inseguridad. Soy nueva en esto, esto no es necesariamente nuevo, pero estoy convencida que Lyem no se arriesgaría así si no estuviera completamente dispuesto a enseñarme y a comprometerse con lo que sea que estemos haciendo. No intuyo de qué va, pero quiero saberlo.
De modo que ambos estamos desnudos, uno frente al otro, mirándonos. Me embebo de la visión de su cuerpo, permito a mis ojos vagar con curiosidad por todo su musculoso y firme ser, y cuando mis mejillas se coloran y el corazón se me acelera me percato de que me gusta el cuerpo de Lyem. Sí, me gusta. Yo ya sé que a él le gusta el mío, ya que siempre quiere tocarlo, pero en esta ocasión, cuando desliza la palma de la mano por mi vientre y hasta mi sexo, me recorre un escalofrío deliciosamente premonitorio.
Me pregunto por qué.
-Ven -toma mi mano y me conduce al otro lado de la caverna, donde una roca enorme se alza desde el suelo a la altura y con la forma justa para que él pueda tomar asiento y yo me pueda posicionar entre sus piernas; ahora soy una cabeza más alta que él. Lyem me hace sentar sobre su regazo con mis pies junto a sus caderas sobre la roca, de modo que mis piernas abrazan su torso; él mantiene las suyas levemente separadas debajo de mí, aunque no lo suficiente como para dejarme caer, y con su palma abierta y caliente cubre mi sexo-. Ahora, preciosa, quiero que me beses, lamas y muerdas detrás de las orejas y en el cuello, y a medida que mi cuerpo responda te haré saber que haces un buen trabajo.
-¿Cómo? -Pregunto.
-Tú sólo hazlo. Ya te darás cuenta.
Me inclino sobre él para comenzar a hacer como me ha dicho, aunque admito sentirme algo ansiosa ya que no soy ni de cerca tan incitante como él, pero antes de rozar su oreja con mis labios me detiene y me aleja. Lo miro, perpleja, y Lyem se limita a sonreírme antes de inclinar su cabeza hacia mi pecho y comenzar a torturar mis pezones. Los succiona con fuerza, hala de ellos con los dientes, mordisquea toda la circunferencia de mi pecho y luego su lengua acelera en revoluciones alrededor, de nuevo. Mi dedos en su cabello van apretando el agarre a medida que los tirones en los músculos de la pelvis me van aumentando, me van estrujando, y sólo siento que escalo de nuevo.
Justo como la primera vez, Lyem me deja con las ganas.
-Detesto cuando paras -mascullo de mala gana. Él se ríe.
-Pues entonces comienza con lo que te he pedido y puede que me apiade de ti -me responde.
Justo ahora lo que me apetece es abofetearlo, pero eso no me ayudará a alcanzar la liberación, el borde del precipicio, así que suspiro frustrada y me dispongo a seguir sus instrucciones. Entierro mi nariz en su cabello, olfateo esa interesante y maravillosa fragancia a masculinidad, heno y algún aceite aromático de hierbas exóticas... Es delicioso. Aprisiono el lóbulo de su oreja derecha entre mis labios y tiro, mientras mi lengua lame y succiona como ha hecho él con mis pezones. Al poco paso del cartílago al cuello por debajo de la oreja, cerca de la mandíbula, donde comienzo a pegarle pequeños mordiscos que aprietan más y más mis músculos. Extraño. Restriego mis doloridos pechos y erectos pezones ansiosos de atención por su pecho, pego mi cuerpo más al suyo y siento cómo me corre una gota de humedad por el vértice de los muslos cuando sus manos grandes y poderosas aprietan mis nalgas, juntando su pelvis y la mía. Percibo cuando Lyem inmiscuye una de sus manos entre mis piernas y presiona sus dedos largos y cálidos contra mi sexo... contra el nódulo.
¡Oh por Dios!
Comienza a mover su pulgar sobre ese nudito tan jodidamente sensible... en círculos, a derecha e izquierda, y mi espalda comienza a sufrir espasmos cuando intenta contra mi voluntad arquearse, pidiendo a gritos el orgasmo que tanto comienzo a desear. Sé que Lyem lo hace para distraerme, como cuando montamos con Laila, pero esta vez yo no quiero darle la satisfacción de saber que no podré pasar de él, que perderé la lucidez... Es probable que acabe perdiéndola, pero prefiero que sea bien tarde que temprano. Mientras su pulgar arremete, su dedo medio viaja adelante y atrás por mi sexo, untándome con mis propios fluidos en todos los lugares que puede alcanzar. Mis caderas despegan de sus muslos y siguen lentamente el ritmo de sus dedos. Cada vez me es más difícil seguir con mi tarea, cada vez es más difícil contener los gemidos y evitar apretar los dientes, y para empeorar mi precaria situación resulta que él tiene entre los dedos de su otra mano uno de mis pezones, y lo aprieta, lo retuerce y lo pellizca al compás de los movimientos de mi cuerpo, casi burlándose de mí.
En un momento dado me detengo, cuando sé que estoy a un movimiento más del maravilloso orgasmo, y me permito abrir la boca y gemir en espera de mi liberación... Pero él para.
-¡Maldito seas, Lyem! ¡¿Por qué me haces esto?! -Intento que suene como un gruñido, una blasfemia, pero en lugar de eso parece un sollozo, un lamento...
-Porque tú también te detuviste, y esto es dando y dando, Ery. Si tu dejas de estimularme, yo dejo de estimularte.
¡Será desgraciado!
-¿Cómo quieres que me concentre en besarte si me andas haciendo eso? ¡¿Podrías dejar de tocarme el sexo para no seguirme torturando al menos mientras discutimos?! -Tomo sus manos y las alejo de mi cuerpo sólo para darme cuenta, completamente asombrada y perpleja, que aún hay algo haciendo presión en mi sexo desde abajo... Como si algo quisiera introducirse en mi cuerpo por ahí. Miro a Lyem, y él me observa con una media sonrisa astuta-. ¿Qué estás haciendo?
-Creo que ya estoy listo para que me mimes -murmura apenas separando los labios, pellizcándome una nalga y haciéndome dar un respingo.
Me hace levantar de su regazo y separa más las piernas, ello me permite ver su miembro... crecido, erecto, casi demasiado dolorosamente. Me lo quedo mirando como si no acabara de entender nada, y no lo hago, de hecho; cuando lo desvestí estaba como en los libros de Harper, apuntando hacia el suelo, pero ahora... Incluso pareciera haber crecido unos centímetros.
No lo puedo creer.
Lyem lo coge a todo lo largo y desliza su mano arriba y abajo con lentitud, con experiencia, como si lo acariciara con cariño. Me causa curiosidad, ¿yo también tendré que hacerlo?
-Ahora, Ery, arrodíllate entre mis piernas y dame un beso.
Permanezco de pie unos segundos más en los que sé que él me mira con atención, esperando que haga caso, pero yo no puedo dejar de mirar su mano y su impresionante miembro. ¿Todos los hombres pueden hacer eso o sólo es otro de los talentos de Lyem? Lentamente hinco las rodillas en el suelo y me arrastro hasta estar entre sus muslos, a centímetros de su pene. Alzo la cabeza lentamente, lo miro. Me estiro para darle el beso que me ha pedido, pero él niega con la cabeza y señala con un gesto su entrepierna.
Oh, entiendo. El beso es allí.
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