jueves, 14 de marzo de 2013

Supernova 11

Capítulo 11


Jueves. Finalmente.

     Son las once menos cuarto de la noche y yo me siento ansiosa y nerviosa, aunque también excitada. He resuelto ir al establo a reunirme con Lyem, justo como habíamos acordado, con la intención de hablar con él y plantearle mis pensamientos y emociones y ver qué logramos resolver. Quiero saber si esta amistad puede seguir en proceso de formación. Quiero que esta amistad siga en proceso de formación.

     He esperado pacientemente desde la cena y me he portado lo más dócil posible para tratar de tranquilizar a Harper y evitar que venga a darse una ronda por mi habitación para satisfacer su paranoica compulsión de vigilarme. También he evitado cuidadosamente reaccionar de forma especial ante la presencia de Christopher a lo largo del día y sobre todo en presencia de Lucía, quien permaneció vigilante desde su discreta y privilegiada posición de ama de llaves. Christopher y yo no hemos cruzado muchas palabras desde que fuimos descubiertos el día anterior, pero sus constantes miradas fugitivas y sonrisas fugaces me hacen saborear la idea de que tal vez no tengamos que cortar relación por esto.

     Justo ahora termino de acomodar las almohadas bajo la manta para que desde la oscuridad simulen ser mi cuerpo en un profundo estado de relajación; he aguardado pacientemente desde que la cena acabara a que Harper se fuera a dormir. Abro la venta cuando el reloj da las once en punto y me descuelgo hasta el suelo apoyándome de la misma rejilla que utilizó Lyem cuando me vino a visitar aquella noche. 

     Sí, aquélla.

     Escruto los alrededores. Aguardo en silencio y entorno los ojos atenta a cualquier movimiento. No hay nada. Avanzo rápidamente hasta los establos y tomo asiento en un banco al final del largo corredor, justo frente al cubículo que resguarda al caballo que inició todo esto... Cuando vi a Lyem por primera vez recuerdo haber pensado que era interesante, intrigante, pero jamás se me pudo haber ocurrido entonces que él sería capaz de hacerme todo lo que me ha hecho.

     Y ése es uno de los motivos por los que hoy me encuentro acá, aguardándolo. Él me ha enseñado mucho de mí misma, de mi cuerpo, y sospecho que hay mucho más para aprender y realmente quiero hacerlo, pero al mismo tiempo no puedo conciliar su agresión ni pasarla por alto. Necesito una explicación.

     Pero claro, yo estoy esperándolo, arriesgándome a ser descubierta y posteriormente encarcelada quién podría saber dónde y por cuánto, cuando ni siquiera estoy convencida de que él vaya a venir. ¿Y qué tal si sigue profundamente enojado conmigo? ¿Y qué pasa si ya no quiere enseñarme ni saber de mí? ¿Cuánto tiempo es prudente esperarlo antes de aceptar lo inveitable y regresar a mi blanca habitación?

     De pronto me siento triste.

     -No creí que vendrías.

     Me giro a la derecha y ahí está él. Lyem. Desafiante, socarrón y fascinantemente intrigante como sólo él puede serlo. Tiene una ceja enarcada y es como si una sonrisa bailoteara en sus labios sin decidirse a aparecer. Él se acerca a mí, pero permanece de pie. Me estudia.

     -Te dije que vendría. Cumplo con mi palabra -repongo. Él asiente una vez.

     -Creí que seguirías molesta -dice.

    -Nunca estuve molesta, me agarraste desprevenida. Creo que más bien estoy... algo consternada, y asustada. Ya no sé si confiar en ti.

     -¿No confiar en mí? -se burla- Eres tú la que es incapaz de mantener una simple promesa.

     -Dijiste que no me harías daño -lo acuso, y su expresión cambia. Sus ojos se cierran ante mí como si fueran las compuertas de la bóveda de un banco; se pone a la defensiva e incluso cambia su peso de un pie al otro.

     -Te lo merecías, Lucero.

     -¿Por qué, Lyem? ¿Porque un hombre que acababa de conocer me besó de imprevisto, tomándome por sorpresa? No sería la primera vez.

     Él bufa.

     -Porque no te retiraste espantada como lo hiciste conmigo. Porque consentiste su atrevimiento y te sumaste a él. Porque faltaste a tu palabra al haber permitido que te tocara ese gilipollas.

     Me levanto y lo encaro. No retrocede, pero su expresión se vuelve aún más cautelosa.

     -¿Qué problemas tienes con Christopher? ¿Por qué te molesta tanto que sea con él? Me agrada mucho, es muy buena persona y dulce además. No quiero dejar de tratarlo y de hecho no lo haré; Harper me ha limitado lo suficiente toda mi vida como para que vengas tú a querer controlarme también.

     -¿Cómo sabes que es buena persona, Lucero? Nunca antes habías conocido a nadie, así que no me parece que estés en posición de juzgarlo.

    -Precisamente porque nunca había conocido a otro distinto de Harper es que no estoy dispuesta a rechazar a Christopher, Lyem, y tampoco quisiera dejar de tratarte a ti... o más bien que tú dejaras de tratarme a mí -desvío la mirada hacia mis manos nerviosas de dedos enredados-. Me gusta estar contigo, no quiero que eso se acabe.

     Se hace el silencio por unos segundos. Tengo la tentación de mirarlo para tratar de adivinar qué piensa, ya que no puedo hacer otra cosa, pero me siento tan inusitadamente tímida que no puedo más que sonrojarme casi dolorosamente. 

     Finalmente le escucho suspirar. Me toma las manos y me alza la barbilla, obligándome a mirarlo.

     -Yo tampoco quiero dejar de relacionarme contigo, Ery. Eres... quizá demasiado interesante. Tienes razón, dije que no te haría daño y lo lamento. Me dejé llevar. Es sólo que yo lo conozco bien, Ery, nos criamos prácticamente juntos y sé que tiene la tendencia de seducir pequeñas ingenuas como tú, llevárselas a la cama y luego decepcionarlas y abandonarlas casi por deporte.

     -Pero yo de él sólo quiero amistad. No busco un amor ni mucho menos -y algo capta mi atención-. ¿Qué edad tienes?

     Él ladea la cabeza con curiosidad, y por fin esboza su tan característica sonrisa burlona.

     -Diecinueve -murmura cerca de mi rostro-. ¿Quieres seguir con esto, aún quieres que te enseñe?

     -Para eso he venido -asiento.

     Se inclina sobre mí y me besa. Suelto un jadeo amortiguado cuando su tan característica forma de allanar mi boca con presteza me toma por sorpresa. Estaba comenzando a acostumbrarme más a Christopher y su dulzura, su suavidad, su maravillosa lentitud... Aunque también me gusta esta ferocidad, esta rapidez. Casi como si Lyem quisiera tragarme.

     -Ven -se separa y me toma de la mano, llevándome casi en volandas fuera del establo. Allí espera ya un caballo negro-. Tranquila, no es Laila.

     Suspiro. Gracias a Dios.

     Lyem me hace montar en el lomo del tranquilo animal, me pasa un frazada que me coloco sobre las piernas y luego monta él delante de mí; justo como la última vez que hicimos aquello, me aferro a su cintura cuidando esta vez de no ser tan torpe como para rozarle la cremallera de los pantalones con los dedos.

     -¿Cuándo pretendes devolverme mis bragas? -Inquiero suavemente cuando el caballo inicia el recorrido bajando por el prado hacia una especie de bosquecito en el que Lucía me prohibió internarme. Bueno, ya no le tengo tanta estima luego de la reprimenda que le soltó a Christopher por algo que yo estaba disfrutando.

     -¿Devolvértelas? Al contrario, quiero seguir coleccionándolas.

     Tuerzo los labios. Menos mal que la compulsión controladora de Harper no llega al extremo de revisar mis cajones para asegurarse que todo está como debería.

     -¿Qué me vas a enseñar hoy?

     Él se lo piensa.

     -¿Sabes algo de anatomía humana, Lucero?

     -Por supuesto. Harper tenía varios libros en su biblioteca privada y yo me colaba allí para estudiarlos.

      -Bien. Hoy te enseñaré la parte más esencial de mi cuerpo y cómo tratarla.

     -¿Requiere un trato especial? -Pregunto. Lyem se ríe entre dientes; me gustaría saber qué dicho ahora.

     -Oh sí. Necesita mucho cariño y muchos besos, también. Me parece que esos labios tuyos serán perfectos para ello, y esa lengua tan hábil que últimamente has desarrollado.

     No respondo. Continuamos el recorrido en silencio. No puedo distinguir mucho por los alrededores debido en parte a que es una noche oscura y en parte a que dentro de esta tenebrosa arboleda es aún más oscura. Lyem -o más bien el caballo- parece saber exactamente por dónde ir y adónde dirigirse; yo sólo me pregunto cuándo llegaremos. Cierro los ojos y descanso mi cabeza en su espalda, aprovechando para abrazarlo ahora que él no puede intentar nada. En realidad me alegra mucho que hayamos podido resolver los problemas y que todo continúe como antes... al menos por esta noche.

     Me estiro y le rozo la nuca con mis labios. Le beso.

     -No... hagas eso o nos bajaremos aquí mismo -murmura entrecortadamente-, y tendré que saltarme la primera lección.

     Ello me sorprende.

     -¿Son más de una?

     -Con un poco de suerte, sí. Pero si yo fuera tú me quedaría muy quieto para no perderme ninguna.

      Oh Dios. Estoy ansiosa por descubrir qué me tiene planeado.

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