sábado, 27 de abril de 2013

Supernova 13

Capítulo 13


Lentamente, dudosa, me inclino sobre su entrepierna y presiono mis labios en la punta de su pene por unos segundos antes de apartarme un tanto. Miro a Lyem a la cara, sorprendida al notar que me sonríe, y luego vuelvo a mirar su miembro. Una pequeña gota de humedad ha aparecido en la punta.

     -Lámela -me insta él con voz ronca. Toma mi mano y cierra mis dedos alrededor de su longitud apretando con su mano para enseñarme a aplicar la cantidad de presión exacta. Por un momento me siento como una pequeña cría viendo un renacuajo, o un capullo de rosa a medio abrir. Algo sorprendente que escapa a la imaginación de cualquier mortal. Y precisamente por ello sólo puedo hacer lo que cualquier cría haría: seguir hasta el final mi estimulada curiosidad.

    Me inclino nuevamente hasta tener mi rostro a escasos centímetros de la gotita que aguarda inocentemente a que yo la retire de su lugar de reposo. Saco la lengua, sintiéndome extrañamente fascinada, y lamo lentamente toda la punta del pene hasta quedar satisfecha. Escucho el silbido que escapa de los labios de Lyem cuando expulsa el aire a través de sus dientes apretados. Por algún motivo sonrío y me siento poderosa. Para variar, esta vez el sonido ha venido de él y no de mí, aunque pareciera que el efecto lo sufriera yo. Tomo su miembro con mis dos manos y suavemente imito lo que él hacía antes de hacerme besarlo; lo recorro en toda su longitud, arriba y abajo, notando cómo se enrojece, se yergue y se calienta a medida que mis manos deslizan por todo el tallo. En un arranque de valentía acerco mi nariz y lo acaricio con la punta, lo huelo. El aroma a Lyem, el más masculino que hubiera sentido jamás, es más potente aquí, tanto que marea, pero es un mareo que no tengo problemas en sufrir. 

     De pronto me siento impulsiva. En mi cerebro se ha activado algo y repentinamente mi cuerpo sabe exactamente qué hacer, mi mente y yo sólo debemos actuar de espectadoras y cederle el completo control. Así pues, sorprendiéndonos a Lyem y a mí -puesto que su jadeo ahogado de sorpresa me dice que no se lo esperaba-, abro la boca y meto su enorme miembro dentro. Es grueso, largo y duro, aunque suave a la vez. Una combinación muy interesante. Muevo mi lengua alrededor del tallo, saboreando, succionando y chupando como si no se tratara más que de una paleta helada. Empujo mi cabeza hacia su abdomen  intentando adentrar el miembro en mi boca tanto como pueda, pero es tan largo que ya me ha rozado la úvula y aún no he conseguido llegar al final; sin embargo, no puedo evitar sonreír cuando me lo saco de la boca para evitar las arcadas y escucho a Lyem gruñir de un modo casi animal. Espero que ello signifique que le gusta, no que le estoy haciendo daño.

     No, si le doliera no me permitiría continuar.

     Mi saliva lo va lubricando a medida que mis lametazos continúan, de modo que aprovecho la humedad parar empaparme la mano y poderla deslizar con más facilidad por todo su miembro, que a cada momento me parece que se endurece más y más, por no hablar también del subidón de temperatura que desde hace rato está sufriendo. ¿Es eso normal? Vuelvo a introducir el pene en mi boca, aunque esta vez me contento con lamer la punta, recordando los movimientos de la lengua experta de Lyem cuando me acaricia un pezón y tratando de reproducirlos para él. Siento cómo se retuerce sobre la roca, siento sus manos en mi cabello, agarrando fuerte y marcando el ritmo, uno un tanto más frenético que el que yo llevaba. Pero está bien, este también me gusta, al igual que me gusta el sabor de su carne caliente y dura, la textura y sin duda el olor... En un momento dado se me ocurre deslizar una mano algo más abajo y sin previo aviso le cojo los testículos con mucho cuidado; Harper me ha advertido muchas veces que esa zona masculina es extremadamente sensible al dolor, y a mí se me ha ocurrido que también puede serlo a las caricias. Lyem deja de moverme la cabeza, pero aprieta los dedos en mi cabello con más fuerza, como dándome una advertencia.

     Me separo un poco y lo miro. Pese a la tenue iluminación, sus ojos verdes brillan como no lo podría hacer jamás ninguna fuente de luz, y es entonces que sé que, hasta ahora, lo he complacido. Se inclina y me besa con su característica rudeza, esa que revoluciona mi corazón a velocidades de vértigo. Su lengua explora mi boca, baila, pelea, boxea y seduce a la mía mientras sus manos se deslizan por mi rostro, el cuello y los hombros. Una y otra vez. Tocándome con más esmero en unas zonas que en otras, como si se conociera un secreto de mi cuerpo que yo ignoro.

     ¡Ja! Menuda novedad.

     Cuando me deja ir regreso a la acción y continuo mi acometida contra su miembro, esta vez siendo, quizá, tan ruda en mi actuar como Lyem en su modo de besarme. Descubro que hacerle esto me gusta mucho, llama mi atención y me parece... fascinante, a falta de un término mejor, y se vuelve todavía más excitante al escuchar los gemidos, gruñidos y jadeos que suelta Lyem mientras yo me encargo de él.

     A Lyem le gusta esto; él dijo que yo lo mimaría. Me parece que hago un buen trabajo, que le gusta, y si es así no veo motivos por los que quiera alejarse de mí, dejar de tratarme. Si sigo haciéndolo bien no creo incluso que tenga más inconveniente con que me vea con Christopher... Quizá incluso pueda probar esto con él y averiguar si reacciona igual que Lyem...

     Mis pensamientos se ven abruptamente interrumpidos por un gruñido ronco, bajo, amenazador, casi de fiera hambrienta que escapa de lo más profundo del pecho de Lyem y me toma por sorpresa al punto de hacerme dar un respingo y erizarme los vellos del cuerpo. Además de eso, de la punta de su pene salen chorros calientes de algo espeso con gusto ligeramente salado, que sin poder evitar me trago tan pronto toca mi lengua.

     Me retiro y me siento sobre mis talones, pasándome la lengua por cada recoveco de la boca y por los labios, buscando rastros de esa cosa salada que se me pudieran haber escapado. Tengo ganas de preguntarle a Lyem qué ha sido eso, pero al alzar la vista noto que tiene los ojos cerrados con fuerza y la respiración alterada. Mi primer pensamiento es que quizá le he hecho daño, pero por algún motivo que desconozco, tengo la certeza de que no es así. No está tan alterado porque le haya hecho daño.

     Sonrío.

     Él abre un ojo y me mira, luego abre el otro y una lenta sonrisa predadora desliza por sus labios cuando apoya los codos de sus rodillas, de modo que nuestros rostros yacen casi al mismo nivel.

     -Y pensar que yo creía que eras toda inocencia e ignorancia y dulzura. Pues bien, Ery, me has confirmado que ese tan popular dicho "las apariencias engañan" es más cierto de lo que nadie pudo creer jamás -me acaricia la mejilla con un dedo, resiguiendo los contornos de mi nariz y mis labios. Luego me tiende las manos y me ayuda a levantar, haciendo él lo propio, guiándome a donde yace nuestra ropa y las mantas olvidadas.

     Me suelta y se gira, coge una manta, la abre y la extiende por todo el suelo, invitándome luego a tumbarme con un gesto de la cabeza. Lo hago, y antes de darme cuenta lo tengo sobre mí, abdómenes deliciosamente unidos de frente y su rostro a escasos centímetros del mío mientras sus brazos permanecen apoyados del suelo a cada lado de mi cabeza. Su mirada ya no sólo es ardiente, es cegadora.

     -Ya sabía yo que esa boquita tuya haría maravillas conmigo, y mira que no me he equivocado -murmura, haciéndome perder en las vastas profundidades de sus oscurísimos ojos verdes, que ahora más bien parecen negros. Alzo la cabeza un poco y le estampo un beso en los labios. Para cuando vuelvo a recostarme, él se lanza al ataque y me besa profundamente, aunque ni de cerca con su agresividad habitual; de hecho, si me dieran a escoger, preferiría que de hoy en más me besara así: profundo pero con cariño.

     Al separarnos, yo sin aliento, él besa mi mejilla y me dedica una sonrisa contenta.

     -Te... ¿te ha gustado? -Inquiero tímidamente, notando las mejillas enrojecidas.

     -Puedes creerme, preciosa, me ha encantado. De hecho, no me molestaría que lo repitiésemos, pero no ahora -se apoya sobre sus brazos para alejar su torso del mío y poderme estudiar. Noto cómo se relame los labios con presteza, y no puedo evitar que los músculos del vientre vuelvan a tirarme-. Ahora pasaremos a algo más.

     -¿Volverás a besarme... allí? -Joder, la cara se me está incendiando, pero no aparto la vista de su rostro.

     -¿Quieres que haga eso? -Me mira entre sorprendido y divertido, dándome ligeros pellizquitos en el pecho derecho.

    Me encojo de hombros y aparto la vista, demasiado avergonzada. Me cojo las manos y compulsivamente me retuerzo los dedos, preguntándome si habrá algún modo de borrar mis palabras, o tan siquiera la estúpida y poco considerada expresión burlona de ese rostro tan cruelmente bello.

     -Caramba, te lo has tenido escondido. Y yo que pensé que tendría prácticamente que dominarte para lograr algo -comenta.

     -Cabrón -murmuro, eligiendo ese mal momento para recordar que Harper considera inaceptable que una mujer diga malas palabras. Pues al diablo, porque justo en este momento (y lo digo literalmente) no estoy en posición para prestar atención a ninguna norma o tradición impuesta por la sociedad. De hecho, si la sociedad me viera ahora...

     Sacudo la cabeza para liberarme de esos pensamientos.

     Lyem se echa a reír con toda gracia.

    Me atrevo a mirar por el rabillo del ojo, ya que tengo la cabeza ladeada, para ver si Lyem sigue observándome. Rayos, sí. No sólo me mira atentamente, sino que pareciera estar haciendo esfuerzos sobrehumanos por aguantarse la enorme sonrisa que sé que se muere por esbozar. Frunzo el ceño, y finalmente él suspira.

     -Me parece que es lo justo, ¿no? Orgasmo por orgasmo -murmura contra mi cuello antes de lamerlo y deslizarse hasta quedar sentado entre mis piernas abiertas. Giro la cabeza y lo miro con atención, incrédula.

     -¿Te hice tener un orgasmo?

     Recuerdo la sensación, la tensión, la vibración expectante de todo mi cuerpo mientras grita y ruega ser liberado, la espalda que se arquea contra mi voluntad, mis músculos sometidos a presión, los tendones rígidos, mis dientes apretados... y luego la deliciosa, casi divina, liberación que me deja de mantequilla derretida. ¿Eso le he hecho sentir yo a él?

     -Sí, señorita, eso hiciste -me dedica una media sonrisa.

     Me siento.

     -Y eso caliente... -me ruborizo furiosamente y bajo la vista a mis manos nudosas. Dios, ¿por qué es tan difícil decir esto?- Ese líquido...

    -Era semen -repone encogiéndose de hombros y restándole importancia.

     Yo me le quedo viendo de par en par con ojos como platos. ¡Semen! ¡Qurido Jesús, semen! Gracias a los libros de Harper sé exactamente qué es y cuál es su función, pero lo que no sabía era que salía expulsado de esa manera tras un orgasmo. ¡Cielos, Harper va a asesinarme, eso seguro! ¿Cómo diantres voy a disimular lo que he hecho ahora que me enteré que lo que me he tragado ha sido semen? Inconscientemente, mientras entro en un pánico silencioso, me llevo las manos al vientre... y Lyem se echa a reír.

     ¿Por qué diablos se echa a reír?

     -Ery, no sé que ideas extrañas te estarán pasando por la cabeza, pero te aconsejaría que las hablaras conmigo antes de crearte idioteces que puedan volverte paranoica. -Coge mi cara entre sus manos y, la mar de contento, me besa los labios y todo el rostro con una efusiva alegría que jamás le había visto en el poco pero interesante tiempo que nos conocemos.

     Me sonrojo hasta la raíz del pelo y enredo más mis dedos entre sí. Él me hace mirarlo a la cara alzando mi barbilla, y noto que la diversión aún resplandece en su mirada. Quisiera ponerle mala cara, o cuando menos empujarlo por burlarse de mis nulos conocimientos del tema, pero la intranquilidad me consume al punto que murmuro:

     -¿No me puedo quedar embarazada?

     Se quiere reír, lo sé. El menudo idiota se quiere reír de mis miedos y, aunque me molesta, también me alivia; el que se ría es algo bueno, ¿no? Significa que no hay de qué preocuparse, ¿cierto?

     -Lucero -vuelve a coger mi rostro con sus manos y me hace mirarle-, ninguna mujer se queda embarazada por tragar semen. Esas cosas no pasan y para que pasen, Dios tendría que reiniciar la creación y hacer un diseño humano nuevo. Así que estate tranquila, ¿quieres?

     Aprieto los labios, pero al final asiento. Él, no convencido de mi respuesta, me da un último y casto beso antes de decirme:

    -Bien, Ery. Ahora, debes saber que Dios, en su inmensa sabiduría -tuerce la boca en una mueca, como si no acabara de creerse sus propias palabras o como si las encontrara divertidas-, hizo al hombre y a la mujer como dos piezas de la misma máquina, de modo que, ajustando y trabajando de modo perfecto y sincronizado, uno pudiera llevar al orgasmo al otro. Por ello tú en tu interior tienes espacio para mí -le miro, perpleja. Él sólo sonríe- y te lo voy a demostrar.

    Acerca su dedo índice a mi sexo y lentamente lo acaricia a todo lo largo, moviendo y abriendo los pliegues internos más sensibles, húmedos e hinchados por falta de atención. Después de estar bien empapado de mis abundantes fluidos -que no han parado de segregarse desde que comenzamos con todo-, lo coloca a la entrada de mi cuerpo, aquella que yo no toco y de la que nadie nunca me habla, y lentamente desliza el dedo en mi interior. Sorprendida, busco sus ojos y los encuentro brillando con arrogante satisfacción. Luego vuelvo la vista a su mano y veo cómo saca el dedo para volverlo a introducir. Una y otra vez. Y yo siento con total claridad cada una de las leves invasiones.

     -Estás muy prieta -murmura lamiendo detrás de mi oreja mientras desliza otro dedo dentro de mi cuerpo, acompañando al primero en sus movimientos.

     Esto no se siente como la estimulación de mi clítoris, para nada. Sin embargo, comienzo a sentir cómo los músculos de la espalda y los muslos se me tensan igual que cuando me acerco al precario vacío, y cuando en un certero movimiento Lyem curva los dedos hacia arriba y toca un punto que, supongo, él debía conocer, estallo, me precipito al vacío, el poderoso orgasmo se apodera de mi cuerpo y lo único que puedo hacer es tumbarme de nuevo sobre la espalda mientras mi cuerpo se convulsiona con las réplicas. Respiro entrecortada y vagamente consciente de nada. O de casi nada. Sin necesidad de abrir los ojos sé que Lyem escala sobre mi cuerpo y nuevamente lo tengo casi completamente tendido sobre mí, esta vez bamboleando las caderas lentamente y haciéndome estremecer cuando toca mi piel sensible.

     -Creo que ya estás lista -murmura.

     Abro los ojos y le miro.

     -¿Lista para qué?

     -Para que estrene tu cuerpo.

     Jadeo. ¡Qué directo! Pero lo que me preocupa son las implicaciones de su afirmación. ¿Estrenar mi cuerpo? ¿Eso qué significa? ¿Cómo pretende estrenarlo? Un escalofrío me recorre la columna y por alguna razón su miembro enorme, duro y grueso se me pasa por la mente. No se referirá a...

     -Voy a meter mi pene dentro de ti, Lucero -informa con voz y semblante serio. Trago saliva.

     -¿Puedo detenerte si quiero? -Pregunto, completando la frase con lo que él me dijo la primera vez que nos besamos.

     Su sonrisa burlona hace que se me seque la boca.

     -No esta vez. Ninguno de los dos se va hasta que hayamos alcanzado, como mínimo, un orgasmo juntos.

     -¿Me dolerá? -La voz se me quiebra al final, y en sus agudos y fríos ojos aparece algo como la comprensión, lo que le obliga a acariciarme el cabello y darme un beso cálido en los labios.

     -Sólo por un segundo -murmura-. Después te prometo que lo disfrutarás tanto o más que yo. Sólo deja que me encargue, ¿quieres?

     Y aunque quisiera negarme, levantarme y salir corriendo, ¿no me ha dicho ya que ninguno de los dos sale hasta que "me estrene"? No he pasado por alto el detalle de que el poderoso y musculoso cuerpo de Lyem aun así puede ser lo suficientemente veloz como para cogerme si intento escapar, y ni siquiera estoy segura de que Dios sepa qué me ocurrirá en ese caso... Quizá vuelva a golpearme como en el establo.

     -¿Me harás daño? -Mi voz apenas es audible, pero no dudo que él la haya escuchado. Frunce el ceño y me mira.

     -Sólo un segundo. Es necesario e inevitable.

     -¿Me pegarás?

     Resopla, jura y maldice entre dientes antes de fulminarme con la mirada. Así como estoy, entre el suelo y él, lo que me queda es encogerme y ruborizarme. Y lo hago como una campeona.

    -No, Lucero -masculla, enfadado-. No sé por qué jodida razón crees que tendría que golpearte justo ahora, pero si te hago daño no es por mi culpa, sino de la naturaleza -alzo las cejas, pero antes de que pueda abrir la boca, él se me adelanta-. No me preguntes nada, no entenderías y yo ahora no tengo paciencia para explicártelo. Sólo cógete de mis brazos, aspira hondo y prepárate.

     Por Dios, esto parece más la declaración inminente de un choque ferroviario que el maravilloso "follar" que Lyem ha hecho parecer una tortura medieval, pero que Christopher me ha presentado de modo muy distinto. Comienzo a preguntarme si lo maravilloso de follar no estará más con el quién que con el cuándo o el cómo. Quizá, estoy cometiendo un grave error.

     Ahogo un grito cuando Lyem se clava en mí de una sola estocada, un golpe certero y preciso. Una declaración de supremacía. Cierro los párpados con fuerza, aguantando el agudo dolor, la invasión, las ganas de llorar por la humillación, el deseo de pedir ayuda a voces... Todas estas cosas se agolpan en mi pecho, de modo que nada sale. Por el contrario, me aferro con más fuerza a los brazos fuertes y musculosos de Lyem deseando no haber venido.

     -Lyem... Por favor -jadeo, conteniendo los sollozos- Me duele, déjame.

     -Aguanta, Ery. Sólo absorbe el dolor y pronto se irá. Después verás que todo esto ha valido la pena.

     ¡Claro, bastardo, a ti no te duele!, chilla con furia una voz en mi cabeza, y en cierto modo yo le doy la razón aunque no sé si su afirmación sea cierta. Aprieto los dientes y escucho mis propios resoplidos mientras sollozo lo más silenciosamente que puedo. En un momento dado me atrevo a abrir los ojos y veo cómo la intensa mirada verde de Lyem me fulmina con fastidio... Y, de hecho, en algún momento mueve la mano y  me tapa la boca con rudeza.

     -¡Cállate! -Me espeta con furia- ¡Deja de comportarte como una niña estúpida y consentida y actúa como una mujer! ¿No querías libertad? Pues ésta tiene su precio, como todo en la vida. Por suerte para ti, sólo tendrás que padecer esto una vez, y ya casi acaba, así que deja de ser tan jodidamente infantil.

      Y milagrosamente, se me pasa. Mi respiración se normaliza, el corazón deja de brincarme en el pecho y, curiosamente, hasta el dolor por el violento asalto al interior de mi sexo ha desaparecido. Sí siento una presión incómoda, pero es tolerable y ya no duele tanto. Aunque me han herido sus palabras, me atrevo a buscar de nuevo ese par de ojos verdes, y esta vez ya no lucen enfadados, sino cautelosos y arrogantes.

     Ninguno de los dos dice nada por los siguientes minutos. Mis pechos reciben mimos y caricias mientras mi cuerpo reconoce el miembro de Lyem y manda a la central de operaciones un mensaje para avisar que no es ningún invasor peligroso; poco a poco siento cómo me expando para acogerlo y la pequeña incomodidad desaparece del todo. Ahora sólo queda la curiosa sensación de estar siendo llenada. Él alza la cabeza y me mira.

     -¿Mejor?

     -Mejor.

     Sonrié y me besa la frente.

     -¿Ves? Te lo dije. Sólo es cuestión de paciencia, Ery. No eres la primera virgen a la que estreno y sé cómo hacer estas cosas, sólo tienes que confiar en mí.

     Una bofetada en el rostro. O al menos eso han sido sus palabras. ¿Conque no soy la primera virgen en la que hunde su pene? Será idiota, desconsiderado y completamente insensible.

     -¡Vaya!, pues te felicito, campeón. Sólo tienes que hacer otra muesca en la pared o donde sea que las hagas para marcar un aumento en el número de tus conquistas -siseo con los ojos entrecerrados, y él me devuelve una mirada francamente sorprendida.

     Siento en la boca del estómago un ardor horrible y francamente desagradable. Quiero quitarme al idiota de Lyem de encima y de dentro, ponerme mi ropa y largarme a llorar en mi habitación, pese a que no entiendo por qué me siento tan enojada por lo que ha dicho. Es decir, siempre he sabido que él posee más conocimientos con respecto a esto -y a todo- que yo, pero eso no quita que sus modos de hacérmelo entender no sean los correctos.

     Así que comienzo a revolverme para que me deje, aprovechando para empujarle del pecho con los puños cerrados, pero qué va. ¡Pesa demasiado! Sorprendido por mi arrebato, desconcertado por mi actitud, me coge las muñecas y las une sobre mi cabeza, inmovilizándome.

     -¿Qué rayos te pasa ahora? -Inquiere.

     -Eso no es tu problema -espeto de mala gana.

     Él parpadea, impresionado.

     -Ery, ¿acaso no puedes pelear conmigo en otro momento, tiene que ser justo ahora? -Esboza una media sonrisa burlona que no hace más que enfurecerme de peor modo.

     -¿Te encantan las vírgenes? ¿Por eso me has estado persiguiendo tanto?

     Lo fulmino con la mirada, sintiendo que mi cuerpo sufre espasmos y calambres, instándome a alzar las caderas y frotarme contra su pelvis en busca de un poco de alivio. Su expresión sorprendida pasa lentamente a una de entendidos, y su sonrisa burlona vuelve justo antes de arremeter contra mi boca e invadirla con su lengua. Al principio me resisto, lucho y me remuevo en un intento de hacer que me suelte, pero luego la sensualidad de sus movimientos no sólo de lengua, sino también de cadera, me pueden y me rindo. Cuando se separa de mí, yo jadeando, sonríe como un perfecto idiota y dice:

     -No, la verdad es que odio acostarme con vírgenes, son un desastre y siempre se andan quejando por todo -pone los ojos en blanco-. Pero tú eres distinta, has llamado mi atención desde antes de saber que eras virgen, así que no tiene nada que ver. No tienes por qué estar celosa, Ery.

     Me sorprendo al escuchar la última frase. ¿Estoy celosa? ¿Celosa de que Lyem se acostara con otras vírgenes o celosa de que se acostara con otras? ¿Puedo estar celosa de ello cuando ni siquiera sabía que esto que hicimos hoy se puede hacer? Lo contemplo, perpleja, y él sonríe antes de besarme de nuevo y comenzar a mover las caderas lentamente. ¡Diablos! Ni siquiera recordaba que seguía dentro de mí, así de mucho me he acostumbrado a su invasión. Su miembro sale lentamente de mí y vuelve a entrar de la misma forma, una y otra vez. Yo lo siento con toda claridad, centímetro a centímetro, cuando lo hace, y ahora mis gemidos no son de dolor, son de placer. Lyem acelera el ritmo de las cometidas, dentro, fuera, dentro, fuera, haciéndome notar cada embate como un premonitorio del siguiente y haciéndome desear más a medida que su cuerpo y el mío chocan rítmicamente. Me aferro a su espalda y envuelvo las piernas a su alrededor, presionando en su trasero para hacerlo hundirse más profundo en mi interior. Él gruñe en mi oreja y acelera, acelera bastante, y también se vuelve más rudo. Cierro los ojos y me entrego a él y a sus benditas habilidades para hacer estas insólitas cosas que jamás imaginé que pudieran existir.

     Maldito Harper, pienso con fastidio. Pero, de cierto modo, admito que si no me hubieran recluido toda mi vida en el encierro, quizá no estaría descubriendo estos nuevos colores con este curioso artista que tengo encima mío, jadeando y gruñendo mientras yo gimo y ahogo gritos. Antes de que me dé cuenta, otra vez estoy escalando esa imponente montaña cuyo risco más elevado me hará caer en una espiral orgásmica maravillosa y liberadora, sólo que esta vez siento que Lyem viene de la mano conmigo. Mis músculos se tensan, pero me concentro más en los suyos, en los tendones y venas de sus antebrazos y cuello que parecieran querer explotar por el esfuerzo y la presión. Arqueo la espalda y suelto un gemido que hasta para mis oídos es demasiado fuerte; Lyem escurre una mano entre nosotros y me masajea con furia el nódulo sensible mientras su pene entra y sale de mí frenético, buscando tanto su liberación como la mía, o al menos eso creo.

     Cierro los ojos, abro la boca, me arqueo contra él, y finalmente... caigo. Mi cuerpo convulsiona con fuerza tras el que ha sido el orgasmo más poderoso de todos los que he sentido hasta ahora, y Lyem, con tres fuertes estocadas más, se derrumba sobre mí mientras todo él tiembla con las réplicas del placer. Tiene la cabeza enterrada en el hueco de mi cuello y puedo escuchar perfectamente cómo su respiración agitada intenta tranquilizarse. Le abrazo la ancha espalda y le beso el pelo y la mejilla repetidas veces, aún envolviendo sus caderas con mis piernas; él no se mueve, y yo sólo disfruto del silencio mientras nos recomponemos. En un momento dado siento un ardor repentinamente avasallador en los ojos, como si me clavaran agujas en la córnea, pero tan rápido como llega se va, por lo que no le doy mayor importancia.

     Así permanecemos un rato, abrazados, en silencio, sólo sosteniéndonos, hasta que él se incorpora sobre los codos con el pelo revuelto y una curiosa expresión de pillo feliz en el rostro. Pero cuando sus ojos y los míos se topan, se congela y el color le huye de las mejillas.

     Alarmada, inquiero:

     -¿Pasa algo?

     Él acaba de levantarse del todo, sale de mí con lago de rapidez, por lo que hago una mueca de disgusto, y se sienta junto a mi cadera, observándome fijamente.

     -Ery... -murmura suavemente- tus ojos.

     -¿Qué hay con ellos?

     -Son distintos -boquea y se lleva una mano al pelo revuelto. Yo también me siento y lo miro. ¿Estará delirando?-. Uno es aguamarina casi gris hielo y el otro... es azul rey.

     Me quedo de piedra. ¿Me estará tomando el pelo? Su expresión francamente impactada y ligeramente aterrorizada me parece completamente sincera. ¡Mis ojos no pudieron cambiar de color!

     Echo a temblar, sabiendo lo que esto significada y temiendo aceptarlo, o decirlo en voz alta. Cierro los ojos y siento cómo el color se me drenaba del cuerpo. De sonrojada hasta lo indecible, paso a blanca como el papel.

     -Harper lo sabrá. Ahora sabrá lo que he hecho -murmuro para que Lyem me oiga, y mis palabras suenan aún peor cuando las digo, porque eso las hace reales, igual que a las consecuencias. Me abrazo a mí misma y repliego las piernas hasta pegarlas a mi pecho. Por un rato no nos movemos, y la cálida atmósfera entre nosotros se enfría antes de siquiera acabar de disfrutar de ella. Me echo a temblar, y pronto Lyem me rodea con sus brazos y piernas desde atrás, me acuna contra su pecho y me cubre con sus brazos, depositando un beso en mi frente. Su voz, aunque intente infundirme tranquilidad y valor, no hace nada bueno con mis nervios.

     -No creo que esto tenga que ver con eso, Ery. El que perdieras tu virginidad, no ha originado esto.

     Gimo y envuelvo mis brazos a su alrededor.

1 comentario:

  1. Muy completo, me topé con tu blog y me ha dejado una muy buena sensación, felicidades, además tiene un diseño muy bueno.

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