miércoles, 23 de enero de 2013

Supernova 2

Capítulo 2


Verde, azul, prados y hermosos paisajes son lo que se ve por la ventanilla de mi vagón del tren. Soledad, silencio, aburrimiento y tristeza es lo que vivo dentro de mi vagón del tren. Escucho cómo los otros niños ríen, juegan, se entretienen entre sí en un intento de no pensar demasiado que los han separado de sus familias quién sabe hasta cuando, o si será para siempre. Yo no tengo familia, más allá de Harper, así que lo que a mí me deprime es no poder estar con los otros pasajeros del tren, ser una marginada rara aquí, teniendo que responder con o no a las múltiples preguntas del soldado a cargo de vigilarme. ¿Quiere comer? ¿Quiere beber? ¿Quiere dormir? ¿Quiere que los haga callar? Ha sido una tortura.

     Gracias a Dios llegamos pronto a una de las paradas y el ferrocarril se detiene. Ésta es mi parada. Entre soldado y uno de los sirvientes bajan mis tres valijas hasta la pequeña plataforma de madera. Pareciera que el lugar está a mitad de la absoluta nada, y no me pasa por alto cómo los pasajeros del tren se amontonan en las ventanas para observarnos; de pronto, por alguna razón que no entiendo, me siento como un fenómeno de feria y sólo quiero que nos vengan a recoger para largarnos.
     Un coche llega, nos montamos en él y nos vamos. Bastante rato después nos detenemos frente a una casa ridículamente inmensa... no, más que eso, y allí reunidos, en la puerta, hay una veintena de mujeres con uniformes grises, tres hombres también uniformados y un anciano que, me parece, es el amigo de Harper.

     -Tú debes ser Lucero -dice el viejo tomándome la mano y estrechándola. Enseguida me da la impresión de ser uno de esos estirados que Harper siempre me dice que logran sacarlo de sus casillas, y eso me hace preguntar entonces cómo llegaron a ser amigos.

     -Sí, señor -contesto suavemente.

     Él me dedica una mirada escrutadora, asiente hacia dos mujeres y ellas se apresuran a coger mi equipaje e internarlo en la enorme mansión. Luego una tercera mujer, la que parece estar a cargo de las demás, me hace una seña con la cabeza pidiendo que la siga. El hombre aún no se ha presentado conmigo, vaya grosero, pienso, pero sigo a la mujer dentro de la casa y escaleras arriba hacia un extenso corredor.

     -Bienvenida, pequeña. Mi nombre es Lucía, soy el ama de llaves de la mansión y jefa del personal. Me encargaré de que tu estadía con nosotros sea lo más agradable posible, si me necesitas sólo debes llamar.

     Frunzo los labios en una mueca.

     -Quisiera salir a recorrer los terrenos, si no es molestia -le digo yo demostrando mi impaciencia por ser libre.

     -Claro, tan pronto el señor Quish salga al pueblo a realizar sus acostumbrados deberes como jefe del banco.

     -Me parece que el señor Quish no está muy contento con que haya venido. Me figuro que si aceptó es por su amistad con Harper.

    -Al señor no le agrada el ruido, ni las visitas, y la verdad es que creo que siente que tú serás precisamente la combinación de esas dos cosas. Yo no lo creo, francamente, pero deberemos tener paciencia y tratar de comportarnos al menos en su presencia -me lanza un guiño confidencial por encima del hombro al detenerse ante una puerta de madera y meter la llave en la cerradura. La verdad es que esta mujer me gusta de inmediato, y me maravilla indescriptiblemente cómo de fácil es relacionarse con ella. Eso me hace preguntar, no obstante, si las personas son o no accesibles dependiendo de su carácter, porque si es así el señor Quish y yo quizá no lleguemos a mucho; ha de recordarse que jamás he tenido que involucrarme con nadie ya que Harper se ha encargado de impedírmelo, pero eso es algo que espero cambiar aquí.

     La habitación por la que nos abrimos paso es grande, muy grande. Tiene una gran cama, un gran armario, un gran espejo, una gran cómoda, una gran ventana, un gran baño y una gran vista, pero es totalmente blanca. Blanco en las paredes, en la ropa de cama, en las cortinas, en el techo y el suelo, en el baño, en todo... Y podría resultar abrumador pero acaba siendo interesante cómo tanto blanco logra que los colores que se ven por las ventanas parezcan más vibrantes.

      Miro a un lado y mis maletas ya están aquí, y me pregunto frunciendo el entrecejo si eran tan rosas cuando Harper me las regaló. Lucía se mueve en mi campo de visión y eso me obliga a mirarla, ella me sonríe de una forma que me hace querer sonreírle también, y de hecho lo hago.

    -El señor Quish nos ha dado claras y contundentes órdenes de no mantener conversaciones contigo y no cruzarnos en tu camino a no ser que sea estrictamente necesario. La verdad es que me parece una tontería y una crueldad, pero él es el jefe y debemos obedecerlo. -El estómago me da un vuelco y de pronto me pesa. Sí, ya sabía yo que era demasiado bueno que Lucía hubiese compartido conmigo más de seis palabras como para que las cosas duraran mucho- Sin embargo -continúa en plan confidencial, haciéndome mirarla a esos suaves ojos cafés-, mientras seamos discretas pienso que no tenemos por qué obedecerle.

     Esboza una sonrisa enorme y yo la imito, sintiéndome por primera vez en mi vida aceptada y relativamente normal. Luego sale de la habitación y me deja sola para que me aclimate, pero tanto blanco no acaba de gustarme. Quizá el señor Quisquilloso no encuentre malo que yo decore un poco la habitación con óleos y cuadros y esas cosas.

     A las dos y cuarto de la tarde regresa Lucía con una bandeja de pequeños pastelillos dulces para mí y una taza con té caliente. Mi estómago enseguida agradece su consideración, y tomando en cuenta que el señor Quisquilloso no está, se queda conmigo mientras como y sorprendentemente me permite hacer preguntas que, más sorprendente aún, responde sin lucir irritada por mi curiosidad. Cuando he acabado de comer ella me hace un recorrido por la mansión y sus rincones, diciéndome qué es cada cosa, adónde puedo ir y adónde no, dándome los horarios para la cena, el desayuno y la comida, explicándome el protocolo de vestimenta y las costumbres del amo del lugar, diciéndome que tenga cuidado de no mostrarme muy alegre en su presencia y a cada palabra suya siento que el sr. Quisquilloso necesita una esposa. Harper insiste en que una mujer es la cura para los males que agobian a cualquier hombre.

     Salimos de la mansión y damos unas vueltas por los terrenos de la finca. Vemos los establos y los cientos de caballos que albergan, vamos al granero; vemos vacas, becerros, ovejas  perros, puercos... Animales de toda clase. Lucía me explica que puedo venir aquí siempre que quiera, pero que no debo incordiar ni molestar a los trabajadores y, sobre todo, no debo ensuciarme ni pensar en realizar alguna de las labores propias de una granja ya que al sr. Quisquilloso eso le molestaría terriblemente. ¿Qué no le molestaría al sr. Quisquilloso? Luego se va, diciéndome que debo volver antes de que oscurezca y que no me aleje demasiado de la propiedad. No hay mucho alrededor del lugar, de hecho, pero no quiero perderme en mi primer día y darle al enojón jefe de Lucía una excusa para poderme encerrar en mi habitación como hace Harper.

     Entonces decido ponerme a pasear por ahí, básicamente deshaciendo el camino hacia los establos. No imagino para qué quiere don Aburrido tantos caballos, debe haber unos veinte, ya que imagino que él no los monta desde hace muchas décadas atrás. En un cubo cerca de un caballo metido en su pequeño cubículo encuentro unas zanahorias grandes y anaranjadas, jamás había visto zanahorias así de enormes, y, al parecer, el caballo frente a ellas tampoco. Las mira con un aire de codicia y ansiedad tan intenso que siento una punzadita de compasión, tomo una zanahoria y se la acerco; después de todo esta criatura me recuerda un poco a mí yendo en el tren: muy cerca de lo que ansío pero encerrada y sin posibilidad de alcanzarlo. Él muerde un gran trozo y comienza a masticarlo como agradeciéndome, casi lo veo sonreír. Y, claro, yo también le sonrío.

     -De nada -le susurro.

     -Quizá él te lo agradezca, pero yo voy a tener que limpiar más por la mañana -giro la cabeza a la derecha rápidamente tras dar un leve respingo, y ahí, parado a unos metros, hay un muchacho observándome con la cabeza ladeada y una mueca disgustada en los labios, pero los ojos brillantes y divertidos. Miro mi mano ahora vacía y al caballo que pareciese decirme No le prestes atención, es un gruñón.

   -Lo lamento. No sabía que tenía un horario para comer -me disculpo rápida y torpemente, sorprendiéndome de lo caliente que siento la cara y de que, de pronto, quiero desviar la vista.

     -Todos tenemos un horario para comer -me replica con voz impasible, aburrida-, incluso tú. Debes ser la... protegida del general Harper. Se nos ha dicho que no hablemos contigo.

     Alzo la vista y lo miro. Ahora me recorre de arriba abajo valorándome, como intentando ver qué tengo de especial como para que don Aburrido me acogiera en su casa. Debe ser toda una sorpresa para la servidumbre de la granja, pienso mirándolo. Y repentinamente, ignorando el porqué, no quiero que este muchacho obedezca la orden de su jefe, luce interesante y quisiera conocerlo un poco más. No debe ser mayor que yo por muchos años.

     -¿No hablarás conmigo? -Pregunto tímidamente, sintiendo que el rostro de nuevo me quema. Él se encoge de hombros.

     -No me pagan lo suficiente por ignorarte, pero si me metes en problemas más te vale no volver por aquí.

     Pese a su amenaza, sonrío abiertamente muerta de alegría. ¡Por fin voy a tener un amigo! O conocido, al menos. Pero con poder hablar con alguien libremente me contento. Él abre los ojos considerablemente y me observa fijo hasta que un leve color rosadito le invade las mejillas.

     -Qué sonrisa tan bonita tienes -me dice como intentando restarle importancia-. Por aquí las dentaduras no pasan del amarillo pus y no es muy agradable cuando te sonríen -se acerca hasta nosotros (el caballo y yo) y me tiende la mano. Descubro que es bastante más alto que yo-. Soy Lyem.

     -Me llamo Lucero, pero Harper me dice Ery -contesto.

     Lyem esboza una sonrisa burlona y otra vez ladea la cabeza, esta vez apartando al caballo por la cara y apoyándose de la pequeña puerta.

     -¿Y cómo quieres que te llame?

     -Me gustaría Ery -digo luego de pensármelo por un minuto.

     -A mi también. Es lindo, corto y sencillo. -Me coge de la barbilla con tres dedos y me la levanta para estudiarme el rostro más atentamente; no sé por qué aguanto la respiración mientras él prosigue con su examen, y cuando se da por satisfecho fija sus ojos verde oscuro en los míos y me recorre la mejilla y el cuello con las yemas de sus dedos. El corazón se me desboca, éste es más contacto del que hubiera tenido con nadie en toda mi vida.

     Intento retroceder sintiendo que todo esto es muy abrumador, tengo que ir con calma en este mundo nuevo de las relaciones personales con otros, pero Lyem no permite que me aparte cuando me sostiene de la nuca con firmeza. Sus ojos brillan de un modo que no alcanzo a leer, y no es que yo sepa leer ojos, pero por alguna razón me inquieta. Se inclina lentamente luego de largos minutos de silencio y se detiene justo ante mi rostro, cuando ya no soy capaz de distinguir sus facciones claramente de tan cerca que estamos; sin embargo, le veo esbozar una suave sonrisa.

     -Voy a besarte, Ery. Puedes detenerme si quieres -murmura ya contra mis labios.

     ¡Detenerle! ¿Cómo voy a detenerle después de que me ha dicho eso y yo apenas consigo continuar respirando? He visto a jóvenes parejas compartiendo un beso, también he leído acerca de ellos en las novelas románticas que ojeaba a escondidas en casa de Harper, pero jamás, nunca jamás, yo he compartido un beso con nadie. ¿Cómo hacerlo si no podía hablar con el resto de la población en general? Más aún ésta es la primera vez que intercambio más de dos oraciones con alguien distinto de Harper, y más recientemente Lucía, así que ¿cómo se supone debo comportarme?

     Lyem vuelve a sonreírme, esta vez más sutilmente, y apenas puedo inspirar entrecortadamente cuando siento sus labios suaves y tibios sobre los míos. Su boca se mueve de un modo que me da a entender que él sabe lo que hace, probablemente ya haya besado a otras chicas, pero mis alarmas se disparan cuando me mete la lengua en la boca de modo imprevisible, como buscando la mía. Me separo con los ojos abiertos de par en par y la respiración agitada, mirándolo como si tuviese dos cabezas; él, por otro lado, vuelve a lucir su sonrisa burlona y sus ojos brillan.

     -No has besado a muchos hombres a lo largo de tu vida, ¿cierto? -Pregunta con una vocecilla algo pedante.

     ¡Pues por supuesto que no! ¿Cómo se le ocurre, apenas tengo quince años? Niego suavemente con la cabeza, aún impresionada con su intento de agresión. ¿Acaso los  besos de verdad son así? ¿O este muchacho en verdad no sabe nada de nada? Quizá le recomiende algunos libros para que se instruya.

     Lyem avanza el paso que yo interpuse entre nosotros y me coge de la cintura, atrayéndome a su cuerpo con una firmeza de quien sabe exactamente lo que está haciendo. No puedo evitar mirarlo como a la criatura más extraña, quizá peligrosa pero sin duda fascinante de todas. No es que yo sepa mucho del reino animal, tampoco... pero él es especial, no lo dudo.

     -Eres muy hermosa, Ery, ¿cómo es que ningún hombre ha intentado besarte antes? -Él no sonríe, pero yo siento que se está riendo de mí a un nivel que sólo alguien socialmente experimentado puede entender. Así que yo no lo hago.

     -Harper no dejaba que nadie se me acercara ni siquiera para charlar -repongo encogiéndome de hombros.

     -¿Nunca? -Inquiere, y yo siento cómo su voz se vuelve más ronca y cómo sus brazos me aprisionan más fuerte.

     -Nunca.

    -Entiendo -murmura distraidamente, mirándome.

     Y de repente me suelta. No se aparta ni deja de mirarme, continúa con sus profundos ojos verdes clavados en los míos y ya no siento necesario que me toque para que el mundo se reduzca a nosotros dos y ya. ¿Es normal eso? Con Lucía no lo sentí así, aunque puede deberse al hecho de que ella... No sé. La verdad es que soy una antisocial por obligación y no sé qué pensar.

     -El señor Quish parte al pueblo luego del mediodía todos los días, y no regresa hasta las seis. ¿Por qué no te paseas por aquí mañana y te enseño a cabalgar? -murmura con suavidad al tiempo que desliza los dedos por mis mejillas y se inclina más hacia mí.

     -¿No se enfadará Lucía? -Pregunto a mi vez.

     Él bufa y pone los ojos en blanco.

     -Esa arpía sabe que los caballos deben ejercitarse para estar saludables, y me importa un bledo si se molesta porque me ayudes -calla por un momento-. Sin embargo, te llevaré a un lugar desde el que no se nos vea fácilmente. ¿Vienes?

     ¿Arpía? Lucía a mi no me dio esa impresión, me parece que es una buena persona y fue muy amable conmigo. ¿Con él se comportará diferente, será estricta? ¿Tendrá razones para serlo?

     -De acuerdo -logro musitar aún sintiéndome algo... intimidada, quizá. Lyem vuelve a sonreír, se inclina sobre mi y esta vez sólo me estampa un beso en los labios, sin intentar invadir mi boca como antes; eso, no obstante, no impide que el corazón vuelva a redoblarme el ritmo.

     -Tenemos que trabajar en tu forma de besar, Ery. Me parece que sólo necesitas unas lecciones y a un buen maestro -murmura en mi oreja, rozándome el cartílago con los labios. Luego se endereza cuan alto es, coge la cubeta con las enormes zanahorias y se va del establo siguiendo el camino que utilizó para venir sin mirar ni una vez atrás.

   Miro al caballo a mi lado, que me observa a su vez con interés.

     -¿Todas las personas son así de... intensas o sólo es él?

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