sábado, 26 de enero de 2013

Supernova 3

Capítulo 3


Estoy de regreso en mi blanca habitación y son ya las siete de la tarde, ha oscurecido y yo me dedico a contemplarme en el gigantesco espejo junto a la cómoda blanca. Lucía entra y me giro hacia ella.

     -¿Estoy bien así? -Doy unas vueltas sobre mí misma para permitirle ver mi sencillo vestido rosa pálido en su totalidad. La verdad es que me pone un poco nerviosa la cena con el sr. Quisquilloso porque temo que si en algo lo molesto no me permita salir más a mi antojo, si es que sabe que lo hago. Lucía entra, cierra la puerta y me arregla el cuello del vestido.

     -Ya está. Perfecta -murmura dibujando una sonrisa en sus delgados labios-. Ahora, no lo olvides, habla sólo cuando él te pregunte algo y trata de ser breve y concisa; odia que las personas le den demasiadas vueltas a las cosas. ¿Lista?

     Asiento respirando hondo para mentalizarme lo difícil e interesante, a una vez, que podría resultar esto. Sigo a Lucía por la habitación hacia la puerta pero antes de salir la detengo con una pregunta.

     -Lucía, ¿qué pasa si te besa un hombre que acabas de conocer?

     -Pues debes tener cuidado con él porque seguramente es un ruin canalla que sólo está buscando propasarse contigo. Ningún caballero respetable le hace eso a una mujer que acaba de conocer -responde ella iguiéndose y frunciendo ligeramente el entrecejo.

     -Entiendo. ¿Y si ese hombre quiere verte al día siguiente? 

     -No debes acceder. Lucero, en estos tiempos de guerra e inseguridad nadie sabe cómo acabarán las cosas, hay personas que se aprovechan de la vulnerabilidad del estado de ánimo de los demás para conseguir... bueno, cosas malas. Si un hombre está interesado en ti verdaderamente el tiempo no le supondrá problemas, si quiere sólo algo... físico, pues lo hará todo de prisa.

     ¿Deprisa? ¿Como besarme luego de presentarse, por ejemplo?

     -¿A qué te refieres cuando dices "algo físico"? -La miro y ella me devuelve la mirada, incómoda y retorciéndose los largos y delgados dedos.

     -Pues a... eh... ¿Por qué me preguntas esto? -Alza una dura ceja inquisitiva y yo decido mejor mantener la boca cerrada. Lyem me dijo que si lo metía en problemas no volvería a hablarme, y me parece que desembuchar lo que pasó en el establo podría lograrlo. Lucía luce como esas personas que no toleran tonterías infantiles, y la verdad es que no sé cómo considerarme a mí misma en estos momentos.

     -Por nada. Lo leí en un libro -me encojo de hombros, impasible.

     Ella no parece convencida, pero al final asiente y abre la puerta. Lucía preside la caminata por el corredor y luego abajo por las amplias escaleras de madera, la sigo cuando dobla a la derecha y nos encontramos en un comedor muy grande coronado en su centro por una mesa de roble con cabida para veinte personas que, de hecho, sólo tiene dos lugares libres. Uno junto al sr. Quisquilloso y otro enfrente, en la otra cabecera de la mesa. Lucía sigue de largo hasta la cabecera, ignorándome olímpicamente y asintiendo  cortésmente al pasar junto a su jefe. Yo he de tragarme mis pensamientos y tomar asiento junto al viejo estirado.

     -Buenas tardes, Lucero -dice él a regañadientes.

     -Buenas tardes, señor.

     -¿Te ha gustado tu habitación?

     -Sí, gracias. Me gusta mucho la vista que tiene -miro al frente y hacia la derecha, y justo allí está sentado Lyem sin quitarme los ojos de encima, aunque tampoco es que el resto de los comensales esté intentando ignorarme precisamente. Seguro les sorprende que su estricto señor esté hablando en la mesa, Lucía me dijo que eso no suele suceder en días normales. Quizá se le pase con el tiempo.

     Varios sirvientes traen la comida y la colocan rápida y eficientemente en la mesa. Yo aún recuerdo todo lo que me ha dicho Lucía acerca de los viles canallas, y sinceramente no sé qué pensar acerca de Lyem y no sé qué hacer con su idea de ir a cabalgar juntos mañana. Además, aún no acabo de entender qué era eso de algo más físico... ¿más físico cómo?

     El sr. Quisquilloso eleva una sencilla y tal vez demasiado corta oración de agradecimiento por los alimentos, acto seguido se pone a comer sin emitir una sola palabra más. Todos le imitamos, y yo disimuladamente miro por delante en dirección a Lyem; él ya no me observa, pero auguro que debe ser por miedo a que lo pille el señor Quish. ¿Tan terrible es que nadie se atreve siquiera a girar la vista de su plato? ¿O tiene más que ver conmigo? ¿Les caigo mal? De pronto me siento como una intrusa.

     Unas horas después de acabada la cena estoy en mi recámara, luz apagada y puerta cerrada, mirando la luna alta y brillante en el cielo y reflexionando lo que me dijo Lucía al traerme luego de la comida. ¿Así que el señor Quisquilloso insiste en que sus empleados compartan la cena con él en un intento de estrechar los lazos jefe-trabajador? Pero no sé en qué parte de su cabeza parece racional que esos lazos se hagan más fuertes si se sienten intimidados por su presencia y por el hecho de no poder hablar durante la cena. Lyem tampoco me ha mirado mucho luego de que me sentara, y me pregunto si su invitación a cabalgar mañana sigue en pie y en si realmente debería ir. Pienso que por ser nueva con las relaciones personales soy más vulnerable a ser herida, pero no sé si guiarme por las palabras de Lucía o por lo... inusual y curioso que me parece él. ¿Qué hago?


Al día siguiente, justo después de que el señor Quish parte al pueblo, me escabullo hacia el establo no sabiendo exactamente qué esperar. En el camino saludo a algunas personas, pero ellas jamás me devuelven la cortesía. Sé que les dijo que no me hablaran, pero no es para que me ignoren tan groseramente, pienso frunciendo el entrecejo mientras me deslizo por el establo y hacia el cubículo del caballo al que alimenté la pasada tarde. El enorme equino me echa una mirada de quien dice ¿No me tienes otra zanahoria, por casualidad?, pero yo sólo le muestro mis manos vacías y él emite algo similar a un bufido. Sonrío.

     -Lo siento, no tengo zanahorias hoy -le digo suavemente, acariciándole la nariz.

     -Y no las volveré a dejar a tu alcance, Ery -la voz de Lyem me llega desde atrás, muy cerca, y no puedo evitar dar un respingo y girarme a prisa para mirarlo. Me está sonriendo nuevamente como si compartiese una broma consigo mismo de la que no acabo de enterarme-. Hoy cuando vine no fue agradable lo que encontré, este animal no tiene estómago para las zanahorias.

     -Pareció gustarle la que le di ayer -murmuro.

     -No siempre lo que nos gusta es bueno para nosotros -me acaricia el labio inferior con su dedo pulgar en tanto su mirada se oscurece sobre la mía y la distancia entre nosotros se reduce-. Deberías tenerlo en cuenta.

     -Lucía dice que eres una canalla -susurro de pronto no sé por qué motivo. Mi comentario al parecer le hace gracia, y veo bailotear una sonrisa burlona en sus labios rosados.

     -Quizá tenga razón, pero viniendo de una bruja como ella no deberías creértelo todo.

     -Vosotros no os agradáis mucho, ¿o sí?

     -En lo absoluto -se endereza y me tiende una mano-. Has venido a ayudarme, ¿no es así?

     Vacilo por un momento, preguntándome a qué instinto hacer caso: al que me dice que dé media vuelta y regrese a la casa o el que me insta a continuar y salir a cabalgar con Lyem. En mi indecisión un muchacho rubio y con granos en el rostro, delgado y larguirucho encuentra su momento para acercársenos y lanzarme una mirada preocupada al volverse a Lyem.

     -No deberías estar hablando con ella -farfulla para que no lo escuche, pero el chillido nervioso de la voz lo traiciona. Lyem pone los ojos en blanco.

     -No molestes, Stuart, la chica no te va a comer. Además, ignorar a alguien como ella es todo un trabajo, y no trabajo sin paga. Tú, por otro lado, te quedarás callado y ambos sabemos por qué -Stuart abre los ojos de par en par y boquea buscando las palabras, pero Lyem lo ignora-. Ahora, si nos disculpas, vamos a ver que los malditos caballos no se mueran de flojera.

     Me coge de la mano y aprieta con fuerza cuando nos lleva a paso largo al final del establo, donde un par de caballos -negro y marrón claro- esperan atados a un poste. No sé la verdad cómo serán las cosas por aquí, pero incluso para una inexperta total como yo Lyem ha sido algo brusco; después de todo Stuart tiene razón: son sus órdenes. Aunque no niego que me alegre mucho que las ignore tan limpiamente.

     -¿A qué te referías cuando dijiste que ignorar a alguien como yo es todo un trabajo? -Pregunto de pronto viendo, fascinada, cómo Lyem prepara las sillas de montar, las riendas, cepilla a los caballos y les da alguna golosina (una zanahoria pequeña) para entretenerlos y que se estén quietos. Él se detiene y me mira deslizando una sonrisa enorme e intrigante.

     -Alguien con tu belleza, Ery, y con tu inocencia.

     Vuelvo a sentir la cara ardiendo cuando él se me acerca y pregunta tranquilamente:

     -¿Has cabalgado alguna vez? -Otra vez esa sonrisa de broma privada. ¿Qué estará pensando? Niego con la cabeza suavemente, él me valora como intentando decidir qué hacer- Vale, entonces tendré que enseñarte. Tomemos a Laila, es más dócil y no tratará de tirarte si haces algo mal.

     -¿Laila? ¿Es un caballo hembra?

     Él se echa a reír con toda gracia y el sonido me hace ruborizar de nuevo. ¿Qué habré dicho?

     -Sí, Ery, es un caballo hembra, pero a ésas se las llama yeguas -replica aún sonriendo. ¿Y yo cómo iba a saber?

     Lyem me ayuda a montar en Laila, la yegua negra, toma las riendas y camina junto a ella dirigiéndola hacia abajo por los prados, detrás de una zona poblada de enormes árboles que ocultan la vista de la mansión; supongo que él estará rehuyendo la mirada atenta de Lucía. Nos internamos más y más hasta que el terreno no permite que Lyem y Laila caminen uno junto al otro, es entonces que él me mira y me coloca una mano en el muslo.

     -Voy a correrte hacia atrás para montar delante de ti, ¿de acuerdo? -No espera a que le responda cuando se para junto al flanco derecho de Laila, me coge por las caderas y me arrastra hacia atrás. Luego, en cuestión de segundos, está sentado delante de mí-. Deberías sujetarte bien para que no vayas a caer -me dice, y yo hago caso ya que estamos bastante lejos del suelo para mi gusto. Rodeo su cintura con mi brazos y me sujeto fuerte, una de mis manos roza sin querer la pretina de sus pantalones y yo me apresuro a disculparme.

     -Tranquila -corta mis balbuceos-, no ha pasado nada malo.

     -Lo siento -murmuro nuevamente escondiendo la cabeza en su espalda. ¡Uf, qué torpe!

     Andamos en silencio por un abovedado camino rodeado de árboles que cada vez se hacen más siniestros, más grandes y más grotescos. En un momento dado la piel se me pone de gallina en los brazos y pego un brinco cuando Lyem me soba con su mano; va muy callado y ya no me parece que esto sea una buena idea. Justo estoy por abrir la boca para pedirle que regresemos cuando ingresamos en algo como un enorme, extenso y precioso claro con cualquier cantidad de flores de todos los colores, un pequeño arroyo de aguas claras pasando por debajo y una gigantesca piedra gris anclada a un lado. Lyem conduce a Laila al centro del claro y luego baja de la montura.

     -Bien, me parece que lo mejor es comenzar lentamente y paso por paso. Súbete el vestido hasta los muslos y córrete tan adelante como puedas sin salir de la silla -ordena sin sonreír. Yo me pongo roja hasta la raíz del pelo y lo miro fijamente con ojos como platos. Venga, no es necesario que lleve mucho tiempo en esto del mundo social para saber que lo que me pide es una indecencia. Aún no veo a qué se refería Lucía con algo más físico, pero me parece entender por dónde va.

     -No me voy a subir el vestido delante de ti -murmuro con una voz demasiado chillona hasta para mi oídos.

     Y ahí está, su sonrisa burlonamente triunfal se apodera de sus labios y, de hecho, de todo su rostro. No creí que un ser humano pudiese sonreír tan ampliamente.

     -Ery, por favor. Hasta el vértice de los muslos no tienes nada que no tenga yo también. Sólo te miraría las piernas y luego, si quieres que estemos a mano, puedo quitarme los pantalones para que me veas tú a mí -me pone una mano en la rodilla y aprieta con suavidad. Trago sonoramente.

     -¿No preferirías subirte las piernas de los pantalones en lugar de bajártelos completamente? -inquiero en un susurro.

     Lyem se echa a reír con toda gracia y, quizá para evitar que nos pasemos el día entero aquí, me sube él el vestido pero no me coge por las caderas para moverme como la última vez, no. Se me queda mirando fijamente, tratando de calcular sus movimientos y midiendo mis reacciones -que no pasan del completo asombro y la vergüenza-, previo a desviar la vista hacia mis piernas descubiertas y deslizar sus largo dedos fríos por mi piel y haciendo me se me ponga la carne de gallina. Estudio atentamente su expresión y me parece ver que algo le incomoda o le tortura, tiene el entrecejo ligeramente fruncido, se muerde suavemente el labio inferior y la respiración se le vuelve superficial. ¿Estará recordando algo que le produzca miedo o ansiedad? Pobre, me gustaría poder hacer algo para animarlo.

     -¿Estás bien? -Inquiero suavemente, con ternura, y alargo la mano para acariciarle el cabello. Lyem pega un salto y es como arrancado de su trance. Me mira, me sonríe y ahora sí me empuja hacia la parte delantera de la silla de montar. Él monta detrás de mí pasando sus manos por cada lado de mi cintura.

     -Bien. Lo primero es agarrar las riendas con firmeza -cierra sus dedos en torno a los míos que sujetan las riendas de Laila-. Vale, ahora ambos pies sobre los estribos, mantén la postura erguida de un modo que te resulte cómodo  y cuando quieras avanzar sólo debes golpear suavemente el vientre de Laila.

     -¿Golpearla? -Me remuevo inquieta- No creo que a ella le gustara que hiciera eso.

     Él ríe.

     -Ella está entrenada para saber qué hacer cuando siente que la golpean. No seas muy dura porque nos tirará, pero si eres muy suave no se moverá.

     -¿Y entonces?

     -Comienza suavemente y ve imprimiéndole más fuerza en la medida que veas que no reacciona. Llegará un punto en que darás con la técnica justa y entonces podremos comenzar -murmura en mi oído, pegando su pecho ancho de mi espalda y anclando ambas manos en mis caderas.

     ¿Por qué me da la impresión de que no estamos hablando de lo mismo? ¿Él sigue refiriéndose a lo de hacer avanzar a Laila?

     -¿Por qué mejor no lo haces tú y yo te observo? -Sugiero, quizá apretando con demasiada fuerza las riendas de tan nerviosa que me siento. ¿Y si Laila decide que se está aburriendo y nos tira? Lucía se enteraría en ese caso, y no sólo Lyem tendría problemas.

     -Estoy de acuerdo con que la observación ayuda a la superación, pero es la práctica quien moldea al maestro, Ery. No te voy a dejar sola, sólo déjate llevar.

     Trago saliva. Quiero discutir esto y exponer mis miedos pero no quiero parecer cobarde, así que respiro hondo, me acomodo y asiento lentamente. Siento a Lyem acomodando la postura a mis espaldas y asegurándose a mi cintura, cosa que me hace poner más nerviosa ya que si él cae -y por ser más grande y pesado que yo- me va a arrastrar consigo.

     -Otra cosa -murmura antes de que pueda siquiera pensar en moverme, y siento su nariz entrometida entre mi cabello-, todo lo que sientas se lo transmites a Laila, de modo que si estás terriblemente nerviosa e insegura vas a hacerla sentir del mismo modo, se hartará de tanta negatividad y si sólo nos tira habremos corrido con suerte. Relájate, preciosa, estoy contigo.

     Mi corazón salta desbocado tras su última frase, y ahora sí que no sé cómo le haré para tranquilizarme y evitar la ansiedad. Es decir, estoy sobre una yegua enorme y robusta que es más masculina que femenina, detrás y completamente pegado a mí tengo a Lyem que no para de acariciarme el vientre, la cintura  y las caderas, y para completar, por si no fuera suficiente con lo que tengo, me parece que va a llover. ¡Fantástico! Pero me sacudo tanto pesimismo de encima y opto por concentrarme en Laila. Golpeo sus flancos con mis talones y gradualmente voy imprimiendo más fuerza hasta que, finalmente, ella avanza con paso tranquilo por el enorme prado verde. ¡Guau, la hice mover! Estoy tan contenta con mi logro que casi olvido a Lyem a mis espaldas, así que estoy a poco de caerme de la montura cuando vuelve a murmurarme al oído.

     -Lo haces bien -dice-. No era tan difícil, ¿cierto?

     -Tal vez no -me encojo de hombros.

     -Claro. Para hacer detener a Laila sólo hala de la rienda con firmeza.

     -¿Y ya?

     -¿Esperabas una combinación de palmas y órdenes verbales? -No sé muy bien cómo, pero sé a ciencia cierta que se está mofando de mí. Lo hace tan seguido que creo que mi cerebro ya ha registrado todo al respecto, y eso que sólo nos hemos visto unas tres veces y hablado dos.

     -Pues no lo sé -admito sonrojándome-. Sé cómo se encienden los autos, pero no cómo se hace marchar a un caballo. Me parece que están algo desactualizados por aquí.

     -Oh, disculpe usted, duquesa de la gran ciudad, nosotros los humildes campesinos no necesitamos de sus sofisticadas máquinas para hacer nuestro trabajo -se burla. Casi siento su sonrisa contra mi cuello-. Ery, voy a besarte el cuello y los hombros -dice de pronto, serio.

     Trago ruidosamente.

     -¿Por qué? -Alcanzo a preguntar. ¿Por qué le gusta tanto tocarme? Ni que nuestras pieles se sintiesen distinto.

     -Porque una cualidad importante que debe tener todo jinete es la de poder concentrarse en su camino y en su fiel acompañante de cuatro patas sin importar las distracciones que puedan surgir de alrededor. Más concretamente, me parece que si eres capaz de ignorarme y enfocarte en Laila serás muy buena.

     -¿Tú crees?

     -Lo tengo por seguro -murmura deslizando sus labios por mi nuca y haciendo que se me erice el vello. Mira que esto se siente bien...

     -Vale -accedo. Después de todo él es el experto en esto, si se tratara de un Ford entonces sería yo quien le enseñara a conducir. Como siempre dice Harper: vida nueva, reglas nuevas.

     Vuelvo a presionar los flancos de Laila para hacerla ir un poco más deprisa, y cual si se tratara de un buen y confiable auto, ella responde a la orden enseguida y comienza a trotar suavemente. Yo, en tanto, tengo que pellizcarme la palma de la mano continuamente para no olvidar qué exactamente estoy haciendo ya que Lyem es muy bueno en eso de intentar distraerme. Sus labios se deslizan suavemente sobre mi cuello y los hombros, cada uno por turnos, también me mordisquea las orejas y me hace hormiguear la piel de las piernas por donde pasan sus manos fuertes. Tengo la tentación de cerrar los ojos y recostarme de su pecho para relajar mi mente sobrecargada y para permitirle a él envolverme en sus brazos. Me parece algo irracional el comportamiento de mi cuerpo y me siento tan completamente desconcertada, algo intranquila pero sobre todo espantada, que quiero hacer detener a Laila para bajar e imponer algo de distancia entre Lyem y yo, ya que no creo que tanta distracción vaya a terminar en algo bueno. Sin embargo, tengo el cerebro tan entumecido y la mente hecha un desastre que no logro recordar cómo exactamente tenía que hacer para detener a la yegua, lo único que pienso es que debo golpearle el vientre con los talones y eso hago. Laila relincha con fuerza y sale disparada hacia adelante, bordeando el arroyo y dirigiéndose sin cabida a dudas hacia la enorme roca anclada en el pasto.
   
     Demonios, nos vamos a estrellar, lo sé. Quedaremos más planos que una hoja de papel y todo por culpa de Lyem y sus estúpidas ideas. ¡¿Cómo se le ocurre querer convertirme en una campeona de equitación si jamás en mi vida me había subido a un caballo?! Eso debió dejarlo para la tercera o cuarta lección.

     -Ery, para, vas a matarnos -masculla Lyem en mi oído, ahora no tan sereno y juguetón como antes.

     Yo también quiero que Laila se detenga, pienso irritada, pero no sé cómo hacerlo y eso es gracias a ti. Frunzo los labios tratando con ganas de recordar qué fue lo que me dijo mientras explicaba lo básico sobre cómo montar.

     -¡Joder, Lucero, detente! -Exclama ya con el miedo evidente en su voz.

     -¿Cómo lo hago? -Chillo desesperada a mi vez.

     -¡Las riendas!

     -¿Qué con ellas?

     -¡HALA DE LAS RIENDAS!

     Coge mis manos cerradas herméticamente en torno a las riendas y hala con fuerza para detener a Laila. Ella responde pero no con agrado al súbito cambio de acción, al parecer, y tan pronto frenamos a unos metros de la gigantesca roca, ella se alza en las patas traseras y nos tira de improviso al suelo para luego dirigirse al arroyo y quedarse allí. Escucho nuestras respiraciones agitadas, la mía comenzando a acelerarse con creciente pánico o alivio, no estoy segura, y luego veo a Lyem incorporándose a mi lado: tiene los ojos verdes y llamativos abiertos de par en par y la tez ligeramente pálida.

     -¿Estás bien? -Voltea a mirarme y yo también me incorporo, esperando a que se me pase el susto y que mi cuerpo me avise de algún problema.

     Asiento suavemente, demasiado impresionada aún como para hablar. Él suelta un suspiro ruidoso y se pellizca el puente de la nariz con dos dedos.

     -¿Qué demonios pasa contigo? -Me pregunta luego de unos minutos de silencio, clavándome sus ojos de forma acusadora.

     -¿A qué te refieres? -Salto indignada.

     -¿Por qué rayos no halaste de la maldita rienda? ¿Querías matarnos?

     -¿Me estás echando la culpa de lo que pasó? ¡Fue gracias a ti que casi acabamos de cara a la piedra! -Grito, ofendida, disgustada y molesta. ¡Qué agallas las suyas!

     Lyem me mira fijamente y pronto relaja la expresión, siendo ahora la sorpresa la que se refleja en su rostro ya más sonrosado; sea por mi arrebato o por algo más, lo ignoro. Aunque estoy más que segura que es por algo más, ya que este muchacho no sigue las órdenes del mundo lógico... ni siquiera las del natural. Lentamente esboza una sonrisa y se acerca a mí de modo que nuestras caras están a centímetros de distancia, y a mí se me ha pasado el enojo porque me sorprende lo rápido que cambia de ánimo.

     -No pudiste ignorarme, ¿cierto? -Inquiere deslizando su pulgar por mi labio inferior. No puedo despegar mis ojos de los suyo, y no quiero abrir la boca ya que tal vez eso significaría interrumpir la agradable caricia. Niego con la cabeza, sintiéndome tonta por no haber pasado el desafío-¿Sabes algo? -Continúa, ahora descansando una mano en mi regazo junto al vientre- De haber sido la situación del revés, yo tampoco hubiese podido ignorarte. Y no sé si eso me gusta o me disgusta.

     -¿Por qué te disgustaría? -Farfullo torpemente.

     Pero él no me responde, ni parece tener intenciones de hacerlo. Se retira un poco y me contempla el rostro con ojos pasivos, calmados. Luego -y es algo que jamás en esta vida hubiese esperado ni de alguien tan extraño como él- con ambas manos me sostiene los pechos y presiona ligeramente, lo que hace que una corriente eléctrica me recorra la columna por completo. Lo contemplo con los ojos y la boca abierta, sin poder creer lo que está haciendo, pero él no luce alterado como yo. Ni de cerca.

     -El tamaño está perfecto -murmura quedamente para sí observándose las manos.

     -Suéltame -pido tímidamente. Esto no está bien. Ya no se trata de lo que podrían pensar Lucía o Harper, me parece que a nadie le parecería bien lo que está haciendo Lyem, y francamente a mí tampoco me gusta... o eso creo. Quizá no debería gustarme.

     -¿Te desagrada que te toque? -Me mira intensamente mientras con los pulgares comienza a masajear y moldear mi busto al antojo de sus caprichosas manos. No sonríe con los labios, pero sí me parece que lo hace con los ojos.

     Me pienso su pregunta por un momento. ¿Me desagrada que me toque? ¿Me duele cuando me toca? ¿Qué siento cuando nuestras pieles entran en contacto? Bueno, en realidad no sé cómo se llama lo que siento, pero no es desagradable en absoluto. Es raro, y aún no sé si me gusta, pero es seguro que no me disgusta.

     -Te voy a besar, Ery -llama de pronto.

     -Creí que habías dicho que debíamos trabajar en mi forma de besar -replico. Lyem sonríe con ganas.

     -Sí, lo dije, y también te dije que la práctica es quien moldea al maestro, Ery.

     Y antes de que pueda discutirle de forma alguna, él ya ha deslizado sus dedos entre mi cabello y me mantiene firmemente sujeta para impedir que me mueva mientras sus labios se posan sobre los míos y su lengua intenta invadir mi boca nuevamente, sólo que esta vez yo ya sé más o menos qué esperar, y es por ello que no me aparto.

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