miércoles, 30 de enero de 2013

Supernova 4

Capítulo 4


Lyem me tumba en el suelo y se posiciona sobre mí sin interrumpir el contacto entre nuestros labios, presiona mi cuerpo con el suyo contra el pasto y comienza a mover circularmente las caderas. A mi rostro trepa un calor abrumador que seguro me lo enrojece, y en mi pecho mi corazón remonta el feroz trote de Laila antes de detenernos frente a la roca enorme. La sangre en mis venas fluye con fuerza y me martillea detrás de los oídos. Lyem comienza a deslizar manos, boca y lengua por mi mandíbula, el cuello y luego el escote en el pecho, donde se detiene y alza sus ojos brillantes a los míos aterrorizados y curiosos; sus manos están en mis caderas.

     -Maldita seas, Lucero -murmura, aún así esbozando una sonrisa felina. Vuelve a coger mis pechos entre sus manos y de nuevo los aprieta, aunque esta vez con tanta fuerza que hago una mueca de dolor-. Tú y tu maldito cuerpo.

     -¿Por qué? -Me atrevo a murmurar tímidamente. Lo admito, estoy aterrorizada y fascinada, todo a la misma vez. Pero, ¿qué bicho pudo haberle picado a Lyem?

     -Por hacerme desearte así -entierra el rostro en el hueco de mi cuello y muerde-. Por ser toda inocente y virgen y atractiva y apetitosa.

     ¿Virgen? ¿Cómo la que sostiene a un niño en sus brazos y se llama María? Realmente no creo ser como ella, a mí no me ha convocado nunca ninguna divinidad para traer un niño al mundo... al menos que recuerde. 

     Aún echado sobre mí, Lyem alza la vista y me observa fijamente, no sonriendo en esta ocasión, sino con el semblante más serio de lo que se lo he visto desde que le conozco. Mi respiración ya no está tan agitada pero continúa siendo un tanto forzada, y no me queda claro si es porque los tantos kilos de su cuerpo no permiten a mis pulmones coger todo el aire de su capacidad o si... es por algo más. Algo que quizá, como cosa rara, no entiendo. Alzo una mano tímidamente para retirarle un mechón de cabello de sus increíbles y perturbadores ojos verde oscuro, él imprevisiblemente toma mi mano en el camino y me gira rápidamente, de modo que ahora lo tengo acostado sobre mi espalda y yo esto de frente al suelo. Toma mi cabello con rudeza y hala hacia atrás para hacerme levantar el rostro.

     -Lucero, Lucero, Lucero. ¿En qué te has metido? -Suspira contra mi garganta, y luego pasa la punta de su lengua por mi mandíbula. Hace cosquillas.

     Pero estoy más preocupada por el hecho de que estemos aquí solos, sin nadie cerca que pudiera socorrerme en caso de yo necesitarlo. Justo ahora Lyem me da miedo, temo que pueda intentar lastimarme o... matarme. Dicen que en Gran Bretaña hay adeptos al alemán loco, ¿quién quita que este muchacho pueda ser uno de ellos y ahora, teniendo los medio para hacerlo, quiera chantajear o amenazar a Harper para... no lo sé? De pronto me siento estúpida y lo único que quiero es gritar socorro, pero temo que nadie me escuche y eso le dé motivos suficientes a Lyem para intentar algo... si es que de todos modos no tiene la intención de hacerlo.

     -¿Vas a hacerme daño? -Inquiero trabajosamente, pues su mano en mi cabello aún hala para mantener mi cabeza arriba. De pronto detiene los besos que me había estado depositando por toda la garganta y se separa un poco para poderme ver.

     -No, Ery. No es daño lo que quiero hacerte -asegura con el entrecejo fruncido.

     -¿Entonces qué quieres hacerme? -Me atrevo a preguntar.

     Él guarda silencio por un largo rato. Llego a creer incluso que no me contestará y la verdad es que, si no lo hace, no sé cómo me las ingeniaré para hacerlo soltarme. Por un lado mi parte racional me dice que conserve la calma, que de uno u otro modo regresaremos en una pieza a casa del señor Quisquilloso, pero por el otro está ese lado mío más arriesgado y aventurero que me insta a dejar de comportarme como una niñita ya que Lyem no quiere hacerme nada que, a la larga, no me gustará a mí también. Es entonces que entiendo que me estoy comenzado a volver loca si de verdad hay algo en mí que piensa que nada de esto me puede gustar.

     Lyem baja de mi espalda -para mi sorpresa- y se tiende a mi lado, dirigiéndome una sonrisa condescendiente. Acuna mi rostro con una mano y apoya su cabeza en la otra, así nuestros ojos están al mismo nivel.

     -Lucero, puedo describirte con lujo de detalles todo lo que quiero hacer contigo, pero dada tu inexperiencia en cualquier tipo de relación, sobre todo a las que hago referencia, no me entenderías. 

     -Podrías probar -sugiero suavemente, sintiendo que quizá debería enfadarme por estar siendo llamada incapaz pero evitándolo porque sé que tiene razón.
     Él esboza una enorme sonrisa... ¿alegre?, ¿complacida?, y luego niega lentamente con la cabeza pasando su dedo pulgar por mis labios.

     -Eres curiosa. Eso me gusta, pero también acaba siendo malo.

     -¿Por qué?

     -Porque si te digo lo que planeo hacer contigo y se lo cuentas a alguien buscando orientación, Harper va a tener mis bolas para alimentar a sus perros.

    -Harper no tiene perros -replico sonriendo. No entendí lo de sus bolas, la verdad, pero ¿por qué cree que Harper se las quitaría? No creo que sepa dónde Lyem las esconde.

    Él ríe y luego sacude su cabeza de ojos muy abiertos, incrédulo.

     -¿Lo ves? Ni siquiera entendiste lo que acabo de decir, así que no sé qué ganarías con que yo te contara nada. Sólo te confundiría, Lucero, y hasta quizá logre alejarte de mí.

     -No me alejaré de ti -repongo malhumorada. ¿No puede o no quiere decirme?

     -Hagamos algo -propone luego de unos minutos considerando no sé qué cosa-. Cada jueves de todas las semanas nos reuniremos a las once y cuarto en el establo, justo donde encontraste las zanahorias -hace una mueca de reproche en mi dirección. Sonrío-, y entonces te iré enseñando, poco a poco, las cosas que quiero hacerte.

     Trago.

     -¿Son más de una? -Farfullo nerviosamente. ¿Por qué?, no lo sé.

     Una sonrisa burlona juguetea en sus labios hasta que, finalmente, toma posesión de ellos y Lyem está de nuevo mofándose de mí. Pienso que me gustaría un día entrar en su mente para descubrir qué tanto tengo, digo o hago que le hace gracia.

     -Oh, sí, Lucero. Son muchas más de una. ¿Entonces qué dices, aceptas lo de los jueves?

     Me tumbo de medio lado y estudio atentamente su expresión. ¿Debería? ¿No debería? ¿Qué quiere hacerme? ¿Daño? Ya dijo que no a eso, y por algún motivo yo le creo. No sé si mi inexperiencia esté en este caso jugándome a favor o en contra, pero supongo que si no me arriesgo no lo descubro. Tal vez cualquier persona cuerda y normal se negaría en redondo a caminar con los ojos vendados, como me dice siempre Harper, pero dado que nunca he interactuado con alguien distinto de él, no soy una persona normal, y probablemente esté de todo menos cuerda; además, si no accedo quizá Lyem ya no quiera seguir hablándome, y eso es algo que definitivamente no quiero. Siento que quizá, con el tiempo, podamos ser amigos, y eso es lo único que siempre he deseado.

     -Está bien -respondo con más firmeza de la que me creía capaz. Sí, creo que estoy haciendo bien, y el que su sonrisa de respuesta sea tan enorme me lo confirma.

     Definitivamente estoy haciendo bien.

     Lyem se pone en pie y me tiende una mano para ayudarme a levantar.

     -Volvamos. Pese a que me encantaría echarme en este lugar contigo todo el día, me pagan por trabajar, y si no trabajo no hay dinero -me obsequia una sonrisa despreocupada y tranquila que me pone el corazón de cabeza, y tomando mi mano en la suya enorme y cálida nos dirigimos a donde Laila vagabundea apasiblemente.

    -Laila no querrá volverme a tener sobre su espalda -murmuro cuando monto sobre la yegua y ésta relincha como enfadada. Lyem ríe.

     -Laila no querrá volverte a tener al mando de las riendas -corrige, y luego monta delante de mí, asegurando mis manos a su cintura firmemente-. Una cosa más, Lucero, esto debe quedar entre tú y yo -advierte él cuando nos hallamos en el túnel de árboles de camino al establo.

     Yo frunzo el ceño y pregunto:

     -¿Lo de casi quedar estampados contra una piedra por tu no brillante idea de distraerme mientras aprendía a cabalgar o lo de los jueves?

     Otra vez se ríe, y es un sonido que me gusta y me hace ruborizar.

     -Ambas cosas, francamente, pero sobre todo lo de los jueves debe quedar entre tú y yo. Ni siquiera tu almohada o tu diario se pueden enterar.

     -No tengo diario -replico con calma.

     -¿Por qué no? -Sé que sonríe pese a que no lo veo.

     -No le encuentro el sentido. Para eso mejor hablo conmigo misma.

     -Sí, eso es más normal -repone con sorna.

     Me muerdo el labio y no respondo. ¡Qué excitante, mi primer secreto con alguien además de mí! Y por si eso no fuera poco ahora me he comprometido en algo así como una misión ultra secreta y ultra especial con el muchacho que quizá, con ayuda de Dios y el viento soplando a favor, se convierta en mi primer amigo. ¡Qué ridículo! No llevo de conocerlo ni dos días y ya tengo que ahogar una sonrisa enorme y las ganas de abrazarme a mí misma. ¿Todo el mundo se habrá sentido así con su primera amistad?

     Y luego mi estómago cae y me siento enferma. Si Harper se entera... ¿Pero cómo lo haría? Está a cientos de kilómetros de mí y no creo que vaya a verlo en una temporada. Estoy a salvo por ahora. Me sonrío.

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