Capítulo 5
Una sonrisa en mis labios. El pánico floreciendo en mi estómago. Una expresión neutral en mi rostro y mi cabeza gritando "¡Nooooooooooooo!". Todo mientras veo, junto a la servidumbre de la casa, cómo Harper baja del Ford negro aparcado en la entrada y me sonríe tan pronto nuestras miradas se cruzan. Y yo sólo pienso en una cosa: Lyem. ¿Cómo haré para verlo? ¿Qué pensará él de que Harper esté aquí? ¿Cuánto tiempo, además, piensa mi tutor pasar con nosotros? ¿Qué hago?
Olvidarme de Lyem mientras Harper esté en casa, me respondo al instante con el estómago convertido en un pesado bloque de concreto. Intento no parecer demasiado ansiosa pese a que la lengua me da vueltas en la boca, y por algún estúpido motivo más allá de mí, quiero decirle a Harper que por fin, quizá, tengo un amigo. Ni se te ocurra, me reprendo.
-Hola, Ery.
Harper luce una tensa sonrisa en su rostro demasiado preocupado, y sé que ha venido a asegurarse de que me mantienen en aislamiento solitario y que sólo el señor Quisquilloso tiene contacto conmigo. Me pregunto cuántos de sus soldados estarán girando sus pulgares justo cuando más se los necesita en el frente, todo porque Harper no confía en mí...
-Eres un paranoico -pongo los ojos en blanco, pero sonrío para aligerar la tensión. Él me responde con un encogimiento de hombros en disculpa.
-Pasaba por aquí -se defiende.
-Sí, claro.
Como el señor Quisquilloso no está, Harper me hace darle un extenso recorrido por la casa, por lo que he visto de ella, hasta que llegamos a mi blanca habitación donde inspecciona la ventana -sé que tratando de comprobar que no puedo intentar escaparme por allí- y luego se sienta en la cama pidiéndome que le hable de mi estadía. Sé que sus preguntas, en apariencia fortuitas y sólo interesadas en su justa medida, están en realidad encaminadas a determinar con quién hablo, qué hago, dónde lo hago y si mantengo la promesa que le hice de que no hablaría con nadie... Y me siento un poco culpable. Sin embargo, intento disimularlo durante la aburrida tarde en la biblioteca de la casa y la más aburrida cena con el señor de la casa.
Nuevamente estamos todos sentados a la enorme mesa con todos los lugares ocupados; como ahora se ha añadido mi tutor al ya gran número de comensales, ha sido necesario reubicar los puestos, de modo que Lyem ha acabado sentado a mi izquierda. Tengo a Harper enfrente, al señor Quisquilloso a la derecha y a mi casi nuevo amigo a la izquierda, y no sé cómo sentirme. ¿Feliz? ¿Ansiosa? ¿Nerviosa? ¿Culpable? Bueno, cuando menos debería tratar de evitar exteriorizar las últimas dos.
Harper y su amigo se dedican a charlar tranquila y animadamente sobre armas, guerras, batallones, estrategias y cosas que en realidad no interesan, o por lo menos no a mí. Estoy más al pendiente -ignoro el porqué- de mantener la cabeza gacha y evitar mirar cualquier otra cosa distinta de mi plato, especialmente a Lyem. No he tenido las agallas para levantar la cara y mirarlo al menos de reojo, pero lo que percibo de su postura es que está tranquilo, incluso relajado, y quisiera preguntarle cómo lo hace. Me vendría bien poderlo lograr también.
Los platos se retiran algún tiempo después, y entonces traen las acostumbradas frutas, dulces, postres y demás mientras Harper sigue hablando. De vez en cuando me lanza miradas furtivas, pero yo procuro estar demasiado concentrada comiendo.
-Mi hijo, Christopher, vendrá de visita por algunos días. Tiene asuntos que resolver por aquí y me pareció una completa tontería dejarlo alquilar una habitación teniendo tantos cuartos de sobra en esta enorme casa -dice en un momento dado el señor Quisquilloso, y percibo cómo Harper se tensa.
-¿Tú hijo? ¿Está casado? -Inquiere mi tutor intentando demostrar indiferencia, aunque no lográndolo del todo.
-Comprometido con una chica que no me gusta mucho, él lo sabe -contesta su interlocutor.
-Y, en todo caso, ¿quién sí le gusta al viejo éste? -Murmura suavemente Lyem, no sé si dirigiéndose a mí o pensando en voz alta, pero opto por ignorarlo.
Miro a Harper, enfundando su profundo ceño fruncido de cuando algo está en vías de gustarle absolutamente nada, y me pregunto vagamente qué problema tiene con el hijo del señor Quisquilloso, o si el problema es que quizá se quedará en la misma casa que yo. Lucho por no poner los ojos en blanco.
-Tienes unas piernas hermosas -murmura Lyem otra vez, y ahora sé que sí es conmigo. ¿Espera que le responda?- Y muy suaves, además. ¿Te bañaste hace poco?
Asiento imperceptiblemente, sintiendo que el corazón se me desbocaba. Si Harper llega a darse cuenta de que estoy hablando con Lyem... habrá problemas.
Siento que la falda de mi vestido se mueve. Doy un respingo y miro sutilmente bajo la mesa: la mano derecha de Lyem trabaja suavemente halando la tela hasta mi rodilla; mientras, él conversa impasiblemente con el chico a su lado... Stuart, reconozco. Miro a Harper y noto que él tiene sus ojos inquisitivos puestos en mí, si bien sigue conversando con el señor Quisquilloso. De hecho, todos conversan con alguien excepto yo, aunque dudo que pudiera mantener centrados mis pensamientos con los dedos de Lyem ahora acariciando mis muslos. Me ruborizo. Él sube por mi pierna, trazando suaves círculos y pellizcando de vez en cuando aquí y allí, sobre todo en la cara interna. Sigue ascendiendo y me voy poniendo cada vez más nerviosa y ansiosa; primero porque no sé hasta dónde piensa llegar -¿qué pretende con esto? ¿Qué está haciendo?-, y segundo porque mientras más toca, más intensas son las incómodas cosquillas que me halan de los músculos de la pelvis. Me remuevo, incómoda e intentando quitarme su mano de encima.
-Quieta -ordena silenciosamente cuando interrumpe su charla con Stuart para coger su copa de agua y beber. Su mano derecha aún sobre mi regazo y avanzando. Aprieto las piernas e intento cruzarlas para detenerlo, pero él me pellizca tan fuerte que reprimo una mueca de dolor y me quedo tranquila-. Así es -sonríe.
El señor Quisquilloso tiende a terminar con la cena rápido para irse a su estudio, pero ahora que Harper está aquí la cosa se alarga demasiado, y sólo los encargados de alguna tarea que aún necesite realizarse se levantan de la mesa; los demás continúan una suave plática mientras, asombrados por el estado de relajación de su adusto jefe, aprovechan para beber y comer. Lyem no ha retirado su mano de mis piernas, aunque tampoco ha seguido subiendo; se ha limitado a pellizcarme suavemente, hacerme cosquillas, y pese a que quizá debería sentirme aliviada de que eso es todo lo que pretende, y que ha estado haciendo desde hace bastante, a cada momento me siento más inquieta. No sé qué pasa, no sé qué está haciendo o si tiene plena consciencia de algo que yo no -cosa que no vendría a suponer ninguna sorpresa-, pero su constante toqueteo ha logrado que me duelan los pechos; siento mis músculos completamente tensos, sobre todo los del vientre; siento que, quizá, pude haberme hecho un poco de pis sin querer y lo único que quiero es retirarme a mi habitación. Pero me da miedo moverme y que Harper nos vea.
Por fin retira la mano, coge una uva y disimuladamente me dice:
-Te veo en la cocina.
Luego se levanta y con un "Buenas noches, señor. General Harper", él y Stuart se pierden por un amplio corredor alterno que da a la cocina y a un cuarto de lavandería.
Me remuevo en mi asiento una vez más. Intento discernir si me siento mejor una vez que se ha detenido todo esto, o peor porque quizá... ¿yo quería que continuase? Me causa aprehensión ir a reunirme con Lyem en la cocina, sobre todo porque Harper me pueda descubrir, pero luego se me ocurre que habrá muchas personas allí y entonces ya no tendré tantos problemas con nadie. Me pongo en pie disculpándome para ir a coger un poco de chocolate en la cocina, y mientras avanzo por el amplio pasillo de madera siento la fija mirada de Harper en mi espalda. Justo paso la puerta que lleva al cuarto de lavandería cuando ésta se abre, y al mirar atrás Lyem me hace un seña para que lo siga. Obedezco.
La puerta se cierra tras de mí, y quedamos sumidos en una oscuridad rota sólo por una pequeña vela colocada en el alféizar de la diminuta ventana. Veo la luna llena y brillante en el oscuro cielo plagado de estrellas; sé que me encantaría salir y tenderme en la hierba, dormir bajo la vigilancia de los cielos y despertar con el clamor del sol matutino. Giro un poco tan sólo para ver a Lyem recostado de un enorme tanque de madera lleno de carbón, sus ojos despiden un brillo que me levanta todos los folículos capilares y dispara mis alertas; tiene los brazos cruzados y sus ojos se mueven despacio por todo mi rostro. Trago saliva, y él sonríe.
-Te has portado mal, Ery -ronronea apenas acariciando las palabras.
-¿Qué hice? -Pregunto con voz quebrada y algo indefensa.
En lugar de contestarme, se yergue cuan alto es y salva la distancia que nos separa. Antes incluso de que yo alcance a moverme, me empuja contra la pared y me inmoviliza con todo su cuerpo, haciéndome sentir como el día anterior en el claro. Indefensa. Desprotegida. Me toma de la barbilla y nuevamente allana mi boca con su lengua, su aliento mezclándose y agitándose con el mío, una de sus manos aferrando con fuerza mi cabello y la otra bajando por mi espalda hasta descansar en mi trasero. Luego se separa y me observa mientras espera que se le normalice la respiración.
-Cuando yo quiera tocarte, no debes impedírmelo -me reprende suave y dulcemente. Sus manos aprietan mi trasero juguetonamente, pero yo estoy demasiado impresionada como para prestar atención a eso.
¿Tocarme? ¿Cuando él quiera? Aún no alcanzo a comprender por qué le gusta tanto sentir mi piel contra la suya, aunque a mí tampoco me molesta que lo haga, pero no estoy para nada de acuerdo con eso de permitirle hacer todo lo que quiera.
-¿Y si yo no deseo que me toques? -Desafío, sorprendiéndome ante mi propia valentía.
Sus cejas se disparan con sorpresa y por un segundo parece confundido, desconcertado y descolocado, pero finalmente tuerce la boca en una mueca burlona y murmura:
-¿No quieres que te toque, Lucero? -Sus labios acarician mi nombre como si se tratase de una oración, y sus manos suben y bajan rítmicamente por mis nalgas y espalda. Otra vez siento como que se me deslizan unas gotas húmedas por entre las piernas, así que aprieto los muslos y respiro.
¿No quiero que me toque? ¿Me molesta que lo haga? No. De hecho no, pero sí me molesta que quiera disponer de mí como si fuese un reloj de bolsillo que pueda sacar cada vez que desee ver la hora. ¿O eso es normal en una amistad? ¿Los amigos demandan a los amigos? Qué fastidio, por culpa de Harper no sé qué hacer. Será, entonces, cuestión de llevarme por mi instinto.
Levanto la mirada y me encuentro con la suya, brillante, peligrosa, llamando algo al fondo de mí ser que, además de que no conozco, no sé si quiero que sea despertado. Él inclina la cabeza y suavemente pasea la punta de su nariz por mi rostro, por mi cuello, por mis labios; y sus manos se mueven de mi espalda a mi pecho y allí comienzan, uno por uno, a soltar los botones frontales de mi vestido. Me pongo nerviosa, me agito, y trato de liberarme de su férreo agarre.
-He dicho que te estés quieta -Lyem coge mi cara entre sus dedos rudos y me mira fijamente, con el entrecejo fruncido-. Si quieres que de verdad te muestre las cosas que quiero hacerte, tienes que estarte quieta cuando yo te toque, Ery, si no esto no funcionará. ¿Entiendes?
Asiento, porque no quiero que nuestra aún no naciente amistad se muera por mi conducta infantil. Lyem sonríe, esa sonrisa burlona suya, y acuna mi rostro con una mano mientras la otra acaba de desabotonar mi vestido.
-Eso está mejor. Necesito que confíes en mí. Ya te dije que no te haría daño. ¿Me crees?
Asiento nuevamente.
-Respóndeme -ordena.
-Sí, te creo.
-Fantástico. Ahora, voy a demostrarte que, contra tus creencias, sí quieres que te toque, te gusta. Es más, después de esto no vas a querer que deje de hacerlo, y si te portas bien quizá te complazca. Pero recuerda -me advierte, ahora serio y volviendo a cogerme de la barbilla para alzar mi rostro y que acabe bañado por la luz de la luna que se cuela por la ventanita del muro-, esto debe quedar entre nosotros. Yo no hablo y tú tampoco.
-De acuerdo.
Sí, como si quisiera decirle a Harper que no sólo no cumplo con la promesa que le hice, sino que además le permito a este enigmático, raro y fascinante muchacho tocarme más allá de lo que nadie lo había hecho jamás. Pero eso no se lo digo a Lyem porque, sospecho, recaería en la aparición de su sonrisa burlona, y la verdad es que aún estoy algo trastocada por lo de la mesa a la hora de la cena.
-Bueno, esto hay que hacerlo rápido; estoy seguro que Harper estará impaciente por levantarse y buscarte, y no debemos permitir que nos encuentre en semejante situación. ¿No lo crees? -Alguien como Stuart le habría dado un tono diferente al comentario, como asustado o nervioso; pero Lyem lo hizo sonar como una broma, algo de lo que preocuparse tan sólo un poco.
Finalmente deja de presionar mi cuerpo con el suyo, y retrocede un pequeño paso para observarme mejor. Al detenerse sus ojos en mi vestido abierto en el pecho, sonríe lentamente y se relame los dientes como haría alguien ante un apetitoso festín; luego expande la abertura y deja a la vista mi sujetador rosa. Busco su mirada nerviosamente, y él ya me está observando con fijeza. Sonríe una vez más e introduce ambas manos en cada copa, sujetando mis pechos en sus palmas calientes. Suelto un jadeo involuntario. Me suelta y desliza las tiras de mis hombros, de modo que ahora puede -y de hecho lo hace- sacar mis pechos y dejarlos al descubierto. El frío de la noche me pega un poco, y siento como mis pezones se yerguen. Lyem lanza un suspiro que parece asfixiado.
-Pensé que serían más pequeños -murmura para sí observando y tocando tentativamente mis pezones. Luego sus ojos regresan a mi rostro, ahora más contentos-. Me has dado una agradable sorpresa, Ery. Son muy bonitos.
Lentamente baja la cabeza y acaricia mi piel con sus labios también calientes. Primero en el cuello, luego la clavícula y por último los pechos. Otra vez siento ese dolor en la punta, sobre el pezón, como si quisieran alargarse más pero no pudieran. Inesperadamente Lyem se mete uno en la boca y dejo de respirar, de parpadear, incluso de moverme... No sé qué hacer. Siento su lengua acariciando suavemente, dando vueltas alrededor de mi pezón, mordisqueando, halando y pellizcando con los labios. Descanso mis manos en sus hombros e intento apartarlo de mí pero él aprisiona mis muñecas y las coloca a cada lado de mi cuerpo. Todo su toqueteo está molestándome en el vientre; con cada revolución de su lengua o succión de sus labios siento que los músculos de la ingle se me van a solidificar y las piernas dejarán de sostenerme tarde o temprano. Y por si no pareciese suficiente, me veo gravemente sorprendida y confundida cuando mi espalda se arquea más allá de mi control y mi pecho se pega a sus labios. Lyem ronronea y sonríe.
-Basta -suplico con una voz llorosa y atormentada que no reconozco como mía.
-Tranquila, Ery. No pasa nada malo, está bien -me tranquiliza. Yo comienzo a retorcerme para liberarme... creo.
-Lyem, por favor, déjame. No... me gusta esto -suplico, y entonces para. Se endereza completamente y me mira como si me hubiese vuelto loca de atar. Jadeo, me escucho, y mi cara está casi tan caliente como sus labios. El frío de la noche me azota con más fuerza en donde su saliva me ha mojado.
-¿No... te gusta? -Inquiere él sumamente confundido. ¡Confundida yo, que no sé ni qué pensar!
-No. No lo sé -rectifico-. No sé qué sentir.
Tuerce el gesto y me mira durante un segundo. De improviso, tapándome la boca con la mano derecha para ahogar mi grito de sorpresa, inmiscuye su otra mano bajo mi vestido, hacia mis bragas, y desliza sólo un dedo en mi ropa interior; luego retira su mano y a la luz de los rayos de luna estudia su dedo y la cosa transparentosa que tiene en él. Yo estoy franca y sinceramente impactada. ¿Eso salió de mí? ¿Qué es eso? ¿Por qué a él no le da asco, y cómo supo que quizá lo iba a encontrar?
-Lo siento -murmuro avergonzada contra su palma. Él me da una rápida mirada y una sonrisa... indulgente, creo que ése sería el término, y libera mi boca.
-Está bien. No te disculpes, preciosa, no has hecho nada malo.
-¿Qué es eso? -Me atrevo a preguntar.
-Es... la prueba más clara y fehaciente de que no te disgusta ni mi toque ni lo que te estaba haciendo, Lucero, así que puedes estarte tranquila. Creo -continúa ahora más distraídamente, restregando entre pulgar e índice la viscosidad en su dedo- que no estás acostumbrada a las reacciones de tu cuerpo ni a lo que significa cada cosa, y por eso crees que no te gusta.
Me le quedo mirando, perpleja. ¿Podría ser eso posible? ¿No me gusta lo que hace porque no entiendo a mi cuerpo? Nunca se me ocurrió que mi yo racional y mi yo corporal pudiésemos tener reacciones y necesidades propias. Mi cuerpo pide alimento así yo no lo quiera, lo sé, y a veces está molido cuando mi mente puede seguir volando de pensamiento en pensamiento sin reparos, pero jamás se me ocurrió que alguien pudiera hacernos discordar en cómo nos sentimos, también. Lyem tiene razón, no sé qué me pasa y por ello temo, y debo agradecer a Harper por parecer una niñita torpe, asustadiza e infantil. Y ahora todo está claro para mí: debo dejarme guiar por Lyem para no sólo tener mi primer amigo, sino para conocerme mejor a mí misma. Aunque, admito, eso no impide que me atemorice un poco probar las cosas que él hace.
Unos momentos después Lyem se saca un pañuelo de tela de un bolsillo, se limpia los dedos y vuelve a guardarlo con sumo cuidado. Me pregunto por qué no lo deja aquí para lavarlo, pero no me da mucho tiempo de seguir cavilando cuando vuelve a inclinarse sobre mi pecho pero esta vez para repetir su proceder sobre mi otro pezón. Él dice que está bien lo que hace, que no hay nada malo, y yo decido confiar. Más aún, cuando mi espalda vuelve a arquearse contra su boca y él me pellizca con los labios en respuesta, siento como si estuviera a poco de explotar, como si me encontrara al tope de una alta montaña y estuviese a poco de tirarme al muy ansiado vacío. Gimo un tanto más fuerte, enredo mis dedos en sus cabellos y aprieto mis manos en puños... Oh sí, estoy por caer al vacío.
Pero él se detiene y mi cuerpo vibra enojado y dolorido. Nos miramos.
-¿Por qué has parado? -pregunto en un susurro casi inaudible. Su sonrisa triunfal me hace dar cuenta de que tuvo razón: yo no quiero que pare.
-Porque ibas a correrte, y no debes hacerlo cuando Harper ya seguro te está buscando. Me habían hablado de las mujeres que se corren sólo con la estimulación de los pechos -continúa, ahora hablando consigo mismo mientras yo recupero la cordura-, pero jamás creí que me encontraría con una -Me mira, asombrado-. Me sorprendes cada vez más, Lucero, y eso no es fácil de lograr.
¿Correrme? ¿Adónde?
Estoy por preguntarle a qué se ha referido con ese último comentario extraño y justo entonces... alguien toca la puerta.
-¿Ery? ¿Estás ahí? -Me llama con cierta urgencia la voz de Harper, y yo palidezco.
¿Y ahora?
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