Capítulo 6
Miro a Lyem aterrorizada y siento cómo el alma y las fuerzas se me
drenan del cuerpo. Las piernas me tiemblan y Lyem debe presionarme contra la
pared para impedirme caer. Estoy más asustada de lo que he estado nunca antes.
-Tienes que enfrentarte a él -me susurra Lyem mientras sus manos
trabajan con agilidad para acomodar mi sujetador y posteriormente los botones
de mi vestido.
-¿Y qué le voy a decir, que me tocaste el sexo? -replico de mala gana.
Él sonríe con ese gesto burlón y esta vez un poco escalofriante. Me toma el
rostro con una mano ruda y me besa con fuerza, casi con furia.
-Puedes creerme, y pronto te lo voy a demostrar, eso no fue tocar tu sexo. Al menos no como Dios manda.
-¿De qué hablas?
-No hay tiempo ahora, te lo enseñaré el jueves. Ahora trata de no
parecer culpable y habla con Harper. Inventa cualquier cosa.
Me pellizca suavemente un pezón aún erguido contra la tela del vestido y
se esconde rápidamente tras el barril con carbón junto al que le
encontré. Es hábil, pienso, realmente no se ve nada de él. Respiro unas cuantas
veces tratando de serenarme, sabiendo que Harper no sólo jamás aprobaría lo que
estaba haciendo, sino que es probable que me meta en un calabozo solitario por
el resto de mis días si se entera. Aún así abro la puerta e intento sonreír.
-¿Me buscabas? -Mi voz estuvo a poco de fallar, pero gracias a Dios
puedo mantenerla decentemente firme. Harper me estudia con ojos recelosos e
inquisitivos, y mi corazón no puede más que dar un gran vuelco cuando se fija
en el frente de mi vestido, en mis mejillas ardientes y en mis manos inquietas.
Luego me pasa por el lado y se introduce en el pequeño cuarto, fisgoneando por
los rincones.
-¿Qué hacías aquí? -Pregunta al volverse a mí.
-Yo... -paseo la vista frenéticamente por toda la estancia, buscando
algo que pueda darme una idea, cualquier cosa. Cerca del barril tras el que
Lyem yace escondido veo un pequeño cactus en una maceta, y decido que
ésa es la idea que necesito. Me acerco y lo cojo- me despedía de mi nuevo
amigo.
Le enseño la planta a Harper, y él se nota que no me cree. Decido
entonces usar mi técnica de distracción por excelencia, la que me evitaba tener
que rendir cuentas de los libro de romance que conseguía furtivamente.
-Ya sabes -me encojo de hombros-. Como nadie en esta casa me habla,
sospecho que gracias a ti, me vi en la obligación de buscar amigos que no
pudieran emitir sonido para justificar el silencio.
Objetivo conseguido. Harper se sonroja ligeramente y se encoge de
hombros como disculpándose. Sé que ahora estoy a salvo. Lyem y yo lo estamos. Y
cuando mi tutor me explica, de muy mal humor, que mañana iremos al pueblo a
recibir al hijo del señor Quish, yo me alegro de que el peligro finalmente haya
pasado. Dejamos el pequeño cuarto y subimos a mi recámara. Harper cierra las
ventanas y se asegura que quedan bien selladas antes de despedirse y retirarse.
Me desvisto con el corazón aún un poco sensible, por lo que doy
respingos cada vez que escucho un sonido por más pequeño que sea. Antes de
ponerme el camisón que uso para dormir me observo fijamente en el gran espejo
de la pared. Mis pezones aún están erguidos, aunque no tan dolorosamente como
antes, y en uno de ellos persiste la marquita roja que delata dónde Lyem me
mordió juguetonamente. Conocerlo ha sido la cosa más desconcertante
e interesante que yo misma pude haber imaginado que me sucedería. Me
atemoriza un poco lo que tiene planeado hacer conmigo, pero si resulta tan
emocionante como lo de esta noche, lo puedo hacer sin problemas.
Me meto en la cama y no tardo en descubrir que mi cuerpo está demasiado
despierto y demasiado alerta como para poder relajarse y permitirme conciliar
el sueño, de modo que acabo sentada en el banquillo frente al gran ventanal,
mirando el cielo nocturno y deseando estar contemplándolo desde las praderas.
Una piedrecilla pega en el cristal de pronto, sorprendiéndome y haciéndome
ahogar un grito. Me incorporo y veo a Lyem bajo mi ventana, haciéndome señas de
que va a subir... ¿Subir? ¿Por dónde?
Trepando, naturalmente. Es muy bueno en eso, lo hace parecer fácil.
Destrabo el seguro de la ventana que con tanto afán Harper intentó bloquear y
lo dejo entrar.
-¿Qué haces? -murmuro cuando está de pie y derecho en mi habitación. Él
me aprisiona contra su cuerpo y vuelve a besarme profundo, con fuerza, aunque
más amablemente esta vez.
-Vengo a darte un preparativo -me dice.
-¿Preparativo?
-Sí, para la lección del jueves. Además, te dejé con las ganas de
correrte gloriosamente, me imagino que tu primera corrida, y vengo a terminar
mi trabajo.
-¿Qué es eso de correrme? -pregunto, y las mejillas me arden como si no
debiera estar hablando de esto tan abiertamente. No puedo evitarlo, la
curiosidad me consume.
Lyem me sonríe con todos los dientes; sus ojos verdes brillan de un modo
que me hace poner la piel de gallina, y la verdad no sé si eso acaba siendo
bueno o malo. Con él nunca sé la diferencia.
-Quiere decir que llegas al orgasmo, al clímax, al punto culminante.
Pero seguro no estás entendiéndome tampoco -repone con displicencia-, así que
me parece más provechoso demostrártelo. Sin embargo, Ery, estoy arriesgando no
sólo mi empleo y mi pellejo al venir aquí contigo, sino también mis bolas, así
que, pase lo que pase y sientas lo que sientas, debes permanecer callada.
¿Entiendes?
Asiento. Creo que sigo sin comprender el verdadero significado del
comentario de sus bolas.
-Cuando yo te haga una pregunta, tú me respondes verbalmente -pellizca
mi mejilla con cierta fuerza hasta que me duele-. ¿Entiendes sí o no, Lucero?
-Lo entiendo -le digo.
Sonríe. Toma mi mano, aparta la colcha de la cama y me hace subir hasta
el centro, recostada ligeramente de los amplios almohadones. Luego él se sienta
delante de mí, sobre sus talones, y me coloca ambas manos sobre mis rodillas
flexionadas ante mi pecho. Se inclina sobre mí y vuelve a invadir mi boca con
su lengua, sus labios sobre los míos.
-Esto te va a sonar un poco chocante, pero debes confiar en mí -se
separa un poco y me estudia fijamente. Mi habitación está completamente a
oscuras, sólo la luz de la luna se filtra por el ventanal y nos sirve de
iluminación. Lyem se ve muy hermoso, con la piel de porcelana ahora iridiscente
y el precioso cabello rubio despidiendo destellos plateados. Los ojos también
se ven más llamativos e incitantes, y es ahora que entiendo que haré todo
cuanto me diga, no sólo por miedo a perder su posible amistad, y es algo
que me resulta desconcertante.
Estoy por asentir de nuevo, ya que siento la garganta estrecha por la
ansiedad, pero me refreno a tiempo y murmuro:
-Sí, confío en ti.
Él sonríe y acaricia mi mejilla.
-Vale. Entonces desvístete.
Mis mejillas incendiadas vuelven a la vida.
-Lyem...
-Lucero, dijiste que confiabas en mí. Además, no querrás que Harper me
halle aquí, ¿cierto?, y si se pone a hacer una ronda para asegurarse que
duermes y nos descubre...
-Lo entiendo –aseguro, aunque eso no me hace sentir más valiente. Me
incorporo en la cama y deslizo el camisón sobre mi cabeza, quedando únicamente
en bragas. Entonces él me sonríe con cierta burla, me hace arrodillar y me
desliza las bragas por las piernas hasta sacarlas y dejarlas al borde de la
cama. Estoy desnuda, me siento vulnerable y el rostro está por despedirme humo.
Sus ojos corren ávidamente por mi cuerpo. Sus manos sujetan mis muñecas
cuando, en un intento de cubrirme, las cruzo delante del pecho a la par que las
piernas ante mi sexo.
-Nunca te escondas de mí -me reprende suavemente.
Dejo caer entonces los brazos a cada lado de mi cuerpo, aferrando la
colcha con fuerza, y contengo el aliento. Justo como en el comedor a la hora de
la cena, desliza sus manos, ambas esta vez, por mis piernas, los muslos, hasta
llegar nuevamente casi al tope de la entrepierna aunque en esta ocasión no se
detiene. Continúa el ascenso, acariciando en su camino mi sexo y mi vello
púbico, siguiendo por mi vientre hasta los pechos, donde pellizca y hala
suavemente de los pezones a fin de hacerlos alargarse. Ellos responden
enseguida al estímulo de sus largos y calientes dedos y se endurecen casi
dolorosamente. Lyem separa mis piernas y se arrodilla entre ellas; su cabello
hace cosquillas en mi rostro cuando vuelve a inclinarse sobre mí para
acariciarme los pechos con la boca.
El asedio de su lengua y sus labios es lento, deliberado y tortuoso. Me
retuerzo cada vez con mayor ímpetu cuando siento que escalo y escalo y estoy
más cerca del borde del precipicio; quizá la caída es lo que Lyem llama orgasmo. Mientras con una mano pellizca, hala y masajea un pecho, con la boca
se encarga de torturarme el otro; y luego alterna. Nuevamente observo la caída
desde la cima del acantilado, estoy por lanzarme al vacío... y justo él para.
¿Por qué maldita razón para? ¿No dijo que venía a terminar el trabajo?
¿O es que el susodicho orgasmo es precisamente la frustración y tensión física
que siento ahora?
Él alza la cabeza y me sonríe maliciosamente, respirando con suavidad.
Yo le pongo mala cara.
-No me mires así -me regaña con sorna-. Te dije que voy a hacer que te
corras, y pienso cumplir, pero se me ocurrió que podía enseñarte un par o dos
de cosas en el proceso.
-¿Qué quieres decir con eso?
No responde. Se retira hacia el final del colchón y antes de que pueda
advertirlo me coge las piernas por encima de las rodillas y hala, de modo que
ahora estoy acostada. Siento cómo sus dedos juguetean y pellizcan mi piel
mientras separan mis piernas más y más. Cuando se detiene me siento expuesta
hasta en el alma.
Me cubro el rostro con las manos para no ser testigo de cómo sus ojos
escrutan todo mi cuerpo; estoy sumamente avergonzada y tímida. Harper nunca
permitió ni que los doctores me revisaran de aquella forma, sólo las enfermeras
podían hacerlo, y era algo tan esporádico que por lo general sólo yo tenía
acceso a una visión completa de mi cuerpo. Pero Lyem ha hecho más incluso que
las enfermeras.
Sus dedos regresan a mi sexo; lo exploran, lo palpan, lo acarician, y
halan levemente de mi vello púbico hasta que suelto un gemido. Sin necesidad de
verlo sé que le he hecho sonreír.
-Me parece que será más educativo para ti si ves lo que voy a hacer
-murmura besando mi oreja y lamiendo el lóbulo.
Me da miedo retirar las manos, pero acabo haciéndolo y lo observo
fijamente. Lyem está inclinado sobre mi vientre, mirándome, y cuando nota que
también le miro baja la cabeza y comienza a regarme el vientre de besos. No
sólo de besos, también de lametones y mordisquitos que a cada momento presionan
con más fuerza los músculos en mi ingle. Sus manos suben hasta mis pechos,
donde se dedican estimular mis pezones cada vez más. Luego, con un vuelco de
corazón, siento su boca llegar hasta mi pubis, y su nariz restregándose contra
mi vello una y otra vez. Creo que sé lo que va a suceder a continuación, y no
estoy segura de que me guste.
-Voy a besarte aquí, Ery. Puedes detenerme si quieres –murmura, como la
primera vez que me besó, en el establo.
Creencia confirmada. Vergüenza triplicada.
No me muevo ni un ápice.
Sus labios hacen presión sobre mi sexo húmedo, y justo allí deposita un
beso. Siento la cara ardiendo; justo ahora deseo que se retire y que la tierra
me trague y más nunca me escupa, quiero que el alemán loco nos lance una bomba
encima justo ahora para detener mi creciente bochorno. Intento cerrar las
piernas pero Lyem las sujeta con fuerza. Entonces le tomo del cabello y halo a
fin de separar su rostro de mí.
-La próxima vez que hagas esto -susurra silenciosa y amenazantemente,
entrecerrando los ojos y pellizcándome un pecho- te voy a dar unas buenas
nalgadas hasta que me duelan las manos. Si vas a halarme del pelo que sea para
acercarme a ti, no para apartarme. ¿Fui claro?
Asiento, y él me echa una ojeada recelosa antes de volver a hundir el
rostro entre mis piernas. Me sorprende que esta vez no me obligara a
responderle en voz alta; quizá sabe que estoy tan sobrecogida y abrumada que no
sería capaz de hablar.
Deposita otro beso en mi sexo, y esta vez siento con un estremecimiento
general cómo su lengua se abre camino entre mi carne húmeda y caliente mientras
la lame como si fuera una piruleta. La mueve en círculos, arriba y abajo,
derecha e izquierda, y luego una combinación de todo. Ésta es una forma más
veloz de escalar el acantilado desde el que, espero, esta vez sí pueda tirarme
al vacío. Sus labios también hacen parte de su acometida y de vez en cuando los
dientes, mordiendo suavemente ese nodulito mío al inicio de mi sexo que parece
haber resurgido con miles y miles de terminaciones nerviosas extremadamente
sensibles. Mi espalda se arquea nuevamente y mis dedos se aferran con fuerza al
cabello rubio de Lyem, en esta ocasión para no permitirle dejarme colgada otra
vez. Sus manos suben y masajean mis pechos y pezones mientras su prodigiosa
lengua continúa su quehacer. Gimo con fuerza y me arqueo aún más, siento las
piernas tensas a cada lado del cuerpo de Lyem.
-Oh, Dios -murmuro con los dientes apretados, sintiéndome a punto de
estallar.
-Shh. No hables, preciosa -advierte contra mi cuerpo, pero no para con
lo que hace, al menos.
Me aferro fuertemente de la fina sábana que viste la colcha de mi cama.
Sé que la liberación que necesita mi cuerpo de toda esta tensión muscular está
cerca, y me agrade o no cómo se vaya a sentir me es indiferente. Sólo quiero
liberarme.
-Si supieras lo bien que sabes, Lucero.
Sus palabras me empujan más alto todavía, mucho más de lo que yo pensaba
era la cima del acantilado. Quizá incluso faltara poco. Sí, ya estoy muy cerca
del borde.
-¡Lyem! -Sollozo, aferrando su cabello con más fuerza.
-Calla.
-¡Por favor!
-Cállate, Lucero.
Exploto. Con un grito fuerte. Relajándome completamente al tiempo que
los músculos de mi ingle sufren espasmos y convulsiones deliciosas, casi como
las réplicas de un terremoto. Lyem se acerca y me cubre la boca con una mano.
Abro los ojos fuertemente cerrados y le miro. Está enfadado conmigo, muy, muy
enfadado. Escuchamos unos pasos veloces por el suelo del corredor camino a mi
habitación, y ambos entramos en pánico.
-Joder, Lucero. Te dije que te callaras -masculla, cogiendo mi camisón y
deslizándomelo por la cabeza. Luego me cubre con el cobertor blanco, se guarda
mis bragas en el bolsillo de los pantalones y se desliza a toda prisa bajo mi
cama.
Aún estoy muy aturdida por lo que acaba de pasar, por su naturaleza y
velocidad, por lo que es capaz de hacer y sentir mi cuerpo y de lo que yo no
estaba siquiera enterada; definitivamente haré lo de los jueves con Lyem, si es
que aún quiere proseguir con lo enfadado que está. Me muerdo el labio. Harper
entra en mi habitación con una expresión de alarma. Su rostro pasa primero por
la ventana cerrada y luego llega a mí, acalorada, jadeante y de seguro muy
ruborizada. Se acerca un paso tentativo.
-¿Estás bien, Ery?
Agradezco enormemente que no se siente en la cama y que mi habitación
siga a oscuras, aunque bastante iluminada; no creo que pudiera enfrentarme a él
en caso contrario.
-Sí, lo siento. Tuve una pesadilla -farfullo rápidamente. Él escruta mi
rostro y luego inspecciona la habitación; yo sólo espero que no se le ocurra
buscar nada bajo la cama.
-¿Quieres que te mande a traer algo? No sé, leche, agua, jugo...
-No, gracias. Estaré bien. Sólo he de aguardar a que se me pase la
impresión y volveré a dormir. Lamento haberte despertado.
-No te preocupes. Me alivia que estés bien.
Me estudia por unos segundos más; luego asiente y se va. Pero no acabo
de ni suspirar algo aliviada cuando Lyem se arrastra nuevamente sobre la cama y
me mira con gesto duro.
-Tú, Lucero, vas a ser la causa de mi muerte, te lo juro -No respondo y
él suspira-. Por lo general me encanta escucharte gritar cuando hago que te
vengas, me produce una sensación hedonista francamente inigualable, pero en
esta ocasión hubiese preferido que te callaras. Ahora será mejor que regrese a
mi cama por si a Harper se le ocurre hacer que alguien revise que todos estemos
donde se supone debamos estar a estas horas.
-¿Te irás? -Pregunto con un nudo en la garganta y sintiendo picor en los
ojos.
Su expresión se suaviza. Se arrastra a mi lado sobre el cobertor y me
abraza dulcemente, besando mi cabello y mi frente.
-Sí, pero sabes que esto apenas comienza, así que tú tranquila. Me ha
gustado mucho tu reacción. ¿Qué te pareció esta pequeña demostración de mis
habilidades?
-Ha sido increíble sin dudas -suspiro, volviendo mi rostro y
escondiéndolo en su cuello. De pronto me siento algo irritada-. ¿Debemos
esperar hasta el jueves para las demás lecciones, no puede ser ahora?
-No. No puede ser ahora. Eso te sacas por andar de gritona. Ahora me voy
antes de meterme en serios, serios apuros, pero antes quiero que entiendas una
cosa -me retira el cobertor de encima, levanta mi camisón hasta la cintura y
coge mi sexo en su mano, apretándolo y abarcándolo. Me estremezco. Aún estoy
algo sensible-. Esto es mío. Soy el primer hombre en tocarlo, no tengo dudas de
ello, y mientras permanezcas en esta granja seré el único en hacerlo. No debes
permitir que alguien más te ponga las manos encima, Ery, sobre todo aquí ni en
los pechos. ¿Entiendes?
Asiento, y me pellizca el muslo con fuerza. Hago una mueca de dolor.
¿Así que ahora sí debo hablar?
-Entiendo -aseguro. Lyem se inclina y besa mi ingle, luego me besa en
los labios y se descuelga por la ventana, asegurándose, no sé cómo, de cerrar
la ventana para que yo no tenga que levantarme a hacerlo.
Luego de un rato, después que se ha ido, los párpados me pesan y todo mi
cuerpo se relaja de un modo en el que nunca antes lo hizo. Ahora lo único que
tengo en mente es dormir profundo hasta mañana. Antes de sumirme en la
inconsciencia pienso en que no creo que después de haber experimentado algo así
pueda esperar hasta el jueves para lo siguiente que Lyem tenga pensado, así
falten sólo dos días. También se me ocurre que él jamás me devolvió mis bragas
luego de guardárselas antes de que Harper irrumpiera, pero ya estoy dormida
cuando el pensamiento llega a mi cabeza.
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