Capítulo 7
Sus ojos inspeccionan furtivamente mi rostro sin que Harper se dé cuenta. Me regala una sonrisa hermosa, inmensa, sincera, y mi corazón se derrite. Es muy apuesto, demasiado apuesto. No puedo creer que sea hijo del señor Quish.
Christopher.
Tiene el cabello ondulado y de un cremoso color chocolate claro. Su piel es como el caramelo más suave y aterciopelado, sin imperfecciones visibles. Sus encantadores ojos azules parecen destellar cada vez que sonríe, y esos dientes blancos que exhibe más a menudo de lo que nunca antes he visto hacer a alguien, son perfectos. Los pantalones y la chaqueta entallan los músculos firmes del torso, la espalda, las piernas y los brazos; es alto, casi más alto que Harper, pero presenta un aspecto apacible y tranquilo. Sé que me gusta desde el instante en que cruzamos miradas. También sé que mis mejillas seguro están coloradas.
Christopher me tiende una mano ancha y fuerte como saludo. Al tomarla descubro que también es cálida y su apretón es firme.
-Mi padre me ha hablado de lo mucho que el general Harper le ha hablado de ti -vuelve a sonreír y se me acerca más. Escucho el rechinar de dientes de mi tutor e intento no poner los ojos en blanco. No podría, de todos modos, atrapada como estoy en esos ojos azules-. Es un placer conocerte por fin, Lucero -deposita un beso en el dorso de mi mano.
Asiento, porque no sé qué podría decir. Eso hace que los lugares donde Lyem me pellizcó por no responder verbalmente a sus preguntas, palpiten.
-Bien. Tengo que irme a trabajar, el banco no se dirige solo -murmura el señor Quisquilloso con un aburrimiento evidente en su voz. Se vuelve a Harper y le dice-: Estás retrasado para tu reunión. Deberías irte.
Él no le responde. Sigue con la vista fija en nosotros... más concretamente en mi mano aún enlazada con la de Christopher, que no me ha soltado ignoro por qué. Luego, casi por obligación, se vuelve a su amigo y asiente reticentemente.
-Tienes razón -masculla.
-Puedo llevarte -le dice el señor Quish.
Harper se vuelve a mí.
-¿Quisieras venir, Lucero? -me sorprende preguntando. Él jamás ha permitido que sus soldados me conozcan, jamás me había presentado a ninguno de sus iguales en el ejército, ¿y ahora quiere que lo acompañe a una reunión?
Es Christopher. No me quiere dejar con él.
¿Por qué se comporta así? ¿Por qué no quiere dejarme habitar el mundo junto con el resto de la humanidad? He estado con Lyem desde hace unos días y no me ha pasado nada; con eso puedo demostrar que soy perfectamente capaz de cuidar de mí misma. Esta vez sí pongo los ojos en blanco, aunque creo que sólo Christopher lo nota, y lentamente niego.
-No. Preferiría volver a la granja, si eso está bien.
-Me parece buena idea -salta el señor Quish antes de que Harper pueda decir cualquier cosa-. Christopher podría ir contigo y asegurarse que no te metes en problemas -añade para tranquilidad de su amigo, o eso supone él.
-Por supuesto, cuidaré de ella -asiente Christopher con calma, dándome un ligero apretón en los dedos.
Beso a Harper en la mejilla y arrastro a mi nueva compañía hacia el auto tan rápido como puedo para impedir cualquier tipo de queja. Antes de que me dé cuenta y pueda acabar de suspirar en paz, estamos dentro del auto ya camino a la finca. Veo cómo las escasas edificaciones del pueblo van paulatinamente convirtiéndose en praderas extensas, breves bosques y cabañas rudimentarias con animales de cría esparcidos por el frente. Pequeños niños juegan sentados en la tierra con unas canicas, mientras otros corren y se persiguen mutuamente. Esbozo una sonrisa triste. Si Harper no me limitara tanto quizá yo podría estar con ellos, pese a ser bastante mayor. Pero luego pienso en Lyem, en su cabello rubio tostado, en sus inquietantes y burlones ojos verde oscuro, en sus manos y sus labios por todo mi cuerpo, y el recuerdo de lo acontecido la noche anterior hace que me ruborice hasta la raíz del pelo y me remueva un poco en mi asiento. Justo ahora no me molestaría repetirlo; es más, me gustaría hacerlo. Me gustaría probar las otras cosas que él tiene pensadas para mí.
-Harper te sobreprotege un poco, ¿no?
Su voz ronca y suave me sobresalta; había olvidado que Christopher seguía allí conmigo. Volteo a verlo. Su rostro es muy apuesto, con una mandíbula cuadrada fuerte que armoniza perfectamente con el resto de sus facciones. El cabello rizado despide brillos dorados cuando la luz del sol se posa en él. Es muy, muy hermoso, y yo me siento algo sobrecogida por estar aquí con él. ¿Podría albergar la casi absurda esperanza de que él también acabara convirtiéndose en mi amigo?
-No tienes ni idea -murmuro, y él sonríe.
Nos apeamos del vehículo a la entrada de la casa y escuchamos cuando el chofer se lo lleva para aparcarlo no sé en dónde. Lucía sale a recibirnos, su expresión coronada con una fulgurante sonrisa al ver a mi acompañante. Lo abraza calurosamente, y sospecho que tal bienvenida aprovecha la ausencia del amo de la casa.
-¡Qué bueno es verte de regreso! -Le dice ella con una sonrisa radiante- Has de estar muriéndote de hambre. Haré preparar enseguida todos los platillos que te gustan, estarán en el comedor en media hora.
-Vaya, así que es por tu culpa que mi padre dice que soy un niño consentido -le sonríe él de vuelta-. Me encantaría, Lu, gracias. Pero preferiría comer en los prados, ya sabes, con esa preciosa manta a cuadros que me regalaste una vez.
Le guiña un ojo, y Lucía suelta una risita algo tonta antes de retirarse y perderse en el interior de la casa. Christopher entonces se gira y me mira.
-Me gustaría que me acompañases, Lucero. De ese modo nos podríamos conocer mejor ya que siento curiosidad por ti.
Y yo por ti, quiero decirle, pero me abstengo. Asiento, feliz de poder responder sin necesitar de las palabras y que él no parezca enojado por ello o me pellizque. Me ofrece su brazo, el cual tomo y le sigo a los prados de la propiedad, inmediatamente ante los establos de los caballos. Allí ya están Lucía, con una cesta de frutas en la mano, y una manta a cuadros rojos y violetas extendida en el suelo. Mi acompañante vuelve a sonreírle de ese modo tan arrebatador y ella vuelve a ruborizarse antes de retirarse. Entonces él me invita a tomar asiento en la manta con un gesto y enseguida lo tengo al lado, revisando y esparciendo el contenido de la cesta. Quesos, uvas, manzanas y trozos de otras frutas; galletas, mantequilla, mermelada, chocolate y un poco de jugo de uva en una botella.
-¿Sabes? Lucía me enseñó que la combinación de uvas y chocolate es deliciosa -parte un trozo de chocolate y me lo tiende, luego coge una uva y se la mete en la boca.
También me como el chocolate, pero en lugar de masticarlo me estiro por el racimo de uvas. Christopher detiene mi mano y me besa tan pronto alzo el mentón para mirarlo. Bueno, en realidad no me besa, no como lo hace Lyem; más bien utiliza la lengua para abrirme la boca y deslizar la uva dentro. Se separa y, aún conmocionada y sorprendida, mastico el contenido de mi boca; cuando los jugos de la uva y mi saliva achocolatada se mezclan descubro que él tenía razón. Sabe bien.
-¿Te gustó?
-Bastante.
-Bien -él sonríe.
Al poco regresa Lucía con una sirvienta baja y regordeta que tampoco pierde la oportunidad de lanzarle miradas furtivas a mi acompañante y ruborizarse; ambas vienen cargadas con más platillos que sustituyen los quesos y las frutas. Luego se retiran y nosotros volvemos a estar solos.
Christopher es muy conversador. Muy carismático. Eso me gusta mucho en él. Me habla de su vida en Irlanda, de cómo son las cosas en Nueva York, el tipo de gente que hay y las curiosas costumbres que tienen. Menciona las cosas que le gusta hacer, que prefiere la tranquilidad del campo al alboroto de la gran ciudad, y me relata algunas vivencias de su paso por el extranjero. Escucharlo resulta encantador, tiene una voz baja y tranquila que me agrada oír. Es relajante. Después me hace preguntas sobre mi vida en general, ahondando en los pequeños detalles que llaman más su atención. Cuando veo que la conversación no tiene futuro -no he hecho ni la millonésima parte de lo que él sí-, vuelvo a centrar la atención en sus historias y así, poco a poco pero de forma entretenida, el sol desciende en el horizonte y cae sobre nosotros. Christopher no ha vuelto a repetir lo de la uva ni a tocarme más que las mejillas en ocasiones y el cabello con un gesto distraído.
-Has sido una compañía excelente, Lucero. Me encantaría volver a hacer esto contigo -dice al ponerse en pie y tenderme una mano para ayudarme-. Pero claro, tendría que ser cuando Harper no esté por los alrededores; sospecho que no le agrada que me acerque a ti.
-No le agrada que nadie se acerque a mí -mascullo más alto de lo que pretendía.
-Eso lo puedo entender -se acerca y coge mi rostro entre sus manos, acariciando mi piel con los pulgares, y perforándome con sus increíbles ojos. Se siente muy bien su tacto-. Eres una chica hermosa y allá fuera hay muchos granujas que intentarían sin dudarlo aprovecharse de ti. Es genial que tengas quien te defienda.
Me lo pienso un poco. ¿Harper me defiende? Quizá sí impide que el peligro me alcance, pero también frustra cualquier cosa buena que pudiera sucederme. Es un poco excesivo, la verdad.
-Quizá tengas razón.
-Es probable que así sea. No vayas a tomármelo como presunción, pero suelo estar en lo correcto.
Sonríe, aunque no con despreocupada afabilidad como hasta ahora lo ha hecho. Sus ojos, me parece, esconden algo, un secreto del que quizá quiero enterarme, pero no acabo de estar segura. Que me mire así hace que el corazón me lata con rapidez, y con fascinado desconcierto me descubro mirando fijamente sus labios llenos, claros, suaves... Christopher desciende sobre mí y nos besamos. Sí, nos, porque yo le respondo tan pronto su lengua roza la mía y sus labios inician su danza contra los míos. Me sorprende que mis movimientos de respuesta sean tan naturales, tan ligeros; definitivamente Lyem, con sus repentinas acometidas, me ha enseñado bien.
Me gusta besar a Christopher. Lo descubro casi al instante.
Él es muy dulce, muy suave. No tiene prisas, no me agrede, sólo me acaricia. Alzo las manos para deslizar mis dedos por su sedoso cabello castaño, por su rostro, por sus hombros. Él rodea mi cintura y me acerca más a su cuerpo, sus labios presionan con más urgencia pero el contacto sigue siendo etéreo, casi mágico. Me derrito. Él ha conseguido desarmarme por completo. No quiero que se separe jamás de mí, podría pasar mi vida entera unida a él de este modo... pero nos apartamos al escuchar los pasos de Lucía y alguien más por el caminillo de piedra.
-A mí también me gustó besarte -susurra en mi oído, esbozando una pequeña sonrisa torcida-. También esto podemos repetirlo, si gustas.
No tengo tiempo para responder cuando Lucía y la misma sirvienta de hacía rato llegan y se disponen a recoger nuestro picnic. Luego ambas seguidas por Christopher regresan a la casona, y yo decido quedarme un rato con la esperanza de poder atisbar al menos una estrella antes de que Harper me obligue a regresar; su reunión ha tardado más de lo que yo pensaba, seguro está desesperado por volver conmigo y asegurarse que estoy viva. Exagerado.
-Vaya. ¿Qué haces aquí, Lucero? ¿Don encantador no te invitó a acompañarlo en su cama?
Me giro hacia los establos y allí está Lyem. Luce enfadado, muy enfadado, también serio y más enfadado todavía. Se acerca con paso tranquilo hasta donde estoy. Abro la boca para decirle algo, cualquier cosa, sintiéndome ahora avergonzada por haber besado a Christopher cuando le prometí a él que no permitiría que nadie me tocara, dándome cuenta que ya van dos promesas que incumplo. Pero recibo una fuerte bofetada que me hace soltar un jadeo en lugar de la justificación que estaba por dar. Las lágrimas me saltan al rostro y temblando de miedo lo miro. Él también tiembla, pero de rabia.
-¿Besa bien? -Sisea. Se acerca un paso- ¿Te gusta cómo te besa? Podrías irlo a buscar y pedirle que te folle si te has quedado con ganas de más.
¿Follar? ¿Y eso qué es?
-Lyem...
De nuevo me abofetea, en la misma mejilla.
-Quizá deba enseñarte por qué cuando te digo que nadie debe tocarte, es prudente que hagas caso. -Me toma del brazo con rudeza, justo por encima del codo, y me arrastra hasta los silenciosos establos, a un cuartico escondido que no vi ninguna de las veces que estuve ahí. Lyem me hace entrar y luego entra él, cerrando la puerta a su espalda. Enciende el bombillo desnudo que cuelga sobre nosotros y coge un cinturón colgado de un gancho en la pared.
-Súbete el vestido y bájate las bragas. Creo que te mereces esos azotes que te prometí.
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