Capítulo 9
-Respóndeme.
Christopher, hermosamente enojado, yace acostado a mi lado mientras me frunce el ceño en esperas de que le conteste.
Me muerdo el labio. ¿Qué debería decirle, la verdad? Sí estoy algo enojada con Lyem, también dolida y escandalizada por lo que se atrevió a hacerme. Christopher dice que los golpes entre amigos están bien, aunque no sé qué pensar. No quiero que despidan a Lyem por mi culpa, y aunque no lo entiendo, no quiero que Harper le quite sus bolas. Quizá después de la azotaina que recibí lo mejor y más prudente sería echar a Christopher y mantenerme tan lejos de él como sea posible. Pero sencillamente no puedo. Él es demasiado fascinante.
Suspiro.
-No, Christopher, nadie me ha golpeado -murmuro y aparto la vista.
-Mientes, y como una descarada, Lucero -toma mi rostro entre sus manos para hacerme mirarlo-. ¿Quién lo hizo? ¿Trabaja aquí?
-No.
-Sí lo hace -exclama, molesto. Cierra los ojos por un momento y se pellizca el puente de la nariz-. Santo joder, papá se enojará muchísimo cuando se entere.
Doy un respingo. ¿Enterarse? ¡El señor Quish ni nadie debe enterarse de esto! Quien lo sepa se lo dirá a Harper y...
-¿Dónde está Harper? -Inquiero con un leve estremecimiento.
-Él y papá no han vuelto, pero tan pronto lo hagan les informaré de esto -me mira, sus ojos relampaguean-. Encontraremos al desgraciado que se atrevió a abusar así de ti y...
-Christopher, por favor, no lo digas. Harper se enojará muchísimo y habrá serios problemas...
-Puedes apostar a eso -me interrumpe. De pronto alza una mano y tentativamente la coloca sobre mi muslo. Doy un respingo, hago una mueca de dolor. Él frunce el ceño aún más y se sienta en la cama, junto a mis caderas, observándome casi con indulgencia-. ¿Me dejarías ver el daño?
Me tenso y me coloro. No quiero que vea las marcas. Ni yo misma las he visto, por lo que no puedo saber con exactitud qué tan graves son ni qué podría hacer él si las viera. Además, recuerdo que no llevo bragas.
-Por favor, Lucero. Déjame ver. Tengo que evaluar el daño para saber qué tan severamente será castigado el culpable -hago una mueca, insegura-. Si lo haces quizá incluso podamos evitar el tener que recurrir a Harper o a mi padre.
-De acuerdo.
Ruedo sobre el colchón de cara a las almohadas, allí entierro mi rostro y procuro quedarme tan tranquila como sea posible mientras Christopher toma las faldas de mi vestido y las levanta hasta mis hombros justo como hizo Lyem, aunque con muchísima más gentileza. Escucho cómo el aire silba cuando sale a través de sus dientes apretados; sin necesidad de verlo sé que está terriblemente enojado, y el hecho de que se deba al daño que otro me ha ocasionado me enternece tanto que siento el impulso de sentarme y abrazarlo, pero me abstengo. Un dedo desliza sobre mi piel escocida y pego un saltito; luego toda la mano gentilmente delinea los que han de ser los cardenales aún rojos dejados por el cinturón. Usa ambas manos, seguidas de lo que supongo es su mejilla. Me coloro mucho, más allá de la raíz del pelo. Mi corazón inicia un frenético trote y secretamente esbozo una sonrisita. Me apoyo sobre los codos a tiempo de ver a Christopher inclinar la cabeza sobre mi escocida carne y besar mi piel, cada marca, cada parte dolorida. Sus labios son como un poderoso bálsamo que con cada contacto hace al dolor dimitir un tanto.
Luego se separa y me observa, su rostro surcado por una sonrisa triste.
-Eres tan hermosa... No puedo creer que alguien se atreviera a marcarte de este modo -me besa de nuevo.
-¿Está muy mal?
Sus ojos y los míos se encuentran. La furia de nuevo brillando con el intenso azul, pero en lugar de apartarse y ponerse a pasear por la habitación como Harper tiene por costumbre cuando algo le disgusta, Christopher vuelve a tenderse a mi lado y rodea mi cuerpo con sus brazos en un abrazo bastante confortable, de hecho. Entierro mi cabeza en su pecho tentativamente, y me permito aspirar esa dulce fragancia que es su aroma. Su cuerpo es cálido y grande y me siento protegida en él.
-¿Por qué quieres ocultar la identidad de tu agresor? -besa mi cabello- Sé que si lo vieras lo reconocerías, pero te niegas a darme información. No me gusta que se aprovechen de una niña tan dulce como tú, y saber que fue uno de los trabajadores de mi padre lo empeora todo -guarda silencio por un momento, meditando, me parece, y luego, aferrándome con más firmeza, pregunta-: ¿Por qué no llevas bragas?
Porque Lyem me las quitó y al parecer tiene intenciones de coleccionarlas, porque ya van dos que no me devuelve. Pero claro, no tengo intenciones de decirle nada de esto a Christopher, y lo más sorprendente es que ignoro el motivo.
Suavemente me encojo de hombros.
-Por lo que más quieras, Lucero, dime que no te violaron -masculla en mi oreja.
-Eh... no -pero claro, yo no entiendo qué quiere decir con eso de violar. Sin embargo encuentro prudente negarlo.
-¿Estás diciéndome lo que quiero escuchar o lo que es la verdad?
Y ya no lo resisto; sus labios en mi frente, su garganta contra mi nariz, su pecho enfrentando el mío, sus manos a mi alrededor... No puedo resistirme a él. Me aparto lo suficiente como para observar su más que hermoso rostro, muy masculino y bello. Deslizo mis dedos por su cabello ondulado y sedoso como plumas; con la vista delineo el contorno de su mandíbula, del cuello, de los labios. Sus ojos azules están abiertos y me observan con fijeza; sus manos trazan suaves caricias en mi espalda y la nuca. Me acerco y le beso la mejilla, luego la otra; ambos párpados deliciosamente suaves; la nariz fría y la barba de algunos días comenzando a crecer. Paso mis manos por su cuello, resigo el contorno de su clavícula con un dedo y lo llego hasta el final de la abertura de su camisa, sintiendo esa aterciopelada piel cubierta ligeramente de vellos en el pecho. Lo miro. Es hermoso, alucinante, muy guapo.
¿Cómo fue que me convertí en esto? ¿Cómo fue que pasé de ser una chica tímida, inexperta en todo tipo de trato con otros, a convertirme en esta persona que si tiene ganas de besar al maravilloso hombre que tiene al frente, lo besa? No sé si quizá me estoy perdiendo a mí misma o tal vez estoy evolucionando a una mejor versión, todo lo que sé es que me encanta cómo Christopher me besa, y por eso quiero repetirlo.
Nuestros labios se tocan, se presionan, se unen, se abren. Nuestras lenguas se encuentran, danzan juntas, se rozan y se provocan. Contra mi voluntad agradezco a Lyem el haberme enseñado tan bien, ya que siento que mis movimientos son excesivamente naturales. No sólo me maravillo en cómo me besa Christopher, también me encanta cómo lo beso yo a él, cómo lo acaricio, cómo, lentamente, hago que trepe sobre mí y él logra que la protesta de mi piel escocida no sea más que ruido de fondo en mi cabeza. Me deleito en el tacto de sus manos viajando por mi cuerpo, por mis mejillas, cuello, hombros, cintura, caderas, muslos... Mi espalda se arquea y me pego más a él. Le escucho sonreír con un suave jadeo contra mis labios; toma mis piernas, las separa y las coloca flexionadas a cada lado de su cuerpo. Lo empujo más a mí.
No sé qué me ocurre, no sé qué estoy sintiendo. De pronto los besos no son suficiente, me parece que quiero más de él, quiero entregarle más de mí, quiero ser parte del calor de su cuerpo mientras el mío ya se enciende en zonas tan reservadas que hasta hace poco no sabía ni que podían revivir con tal fuerza. Pruebo su boca, muerdo sus labios, lo abarco con mis manos... lo tengo tan a mi alcance que casi no lo puedo creer.
-Eres una pequeña y encantadora cajita de sorpresas -masculla en mi oreja antes de morderme el lóbulo y tirar de él.
-No le digas a Harper, por favor -ruego contra su cuello mientras sus labios y lengua arremeten tras mi oreja derecha-. Si se entera es capaz de llevarme a un calabozo donde él mismo pueda vigilarme las veinticuatro horas del día. Por favor, Christopher.
-No quisiera que Harper te llevara lejos. Aún hay mucho que quiero conocer de ti.
-Entonces guarda silencio. Yo también quiero conocerte mejor.
Se aparta momentáneamente para obsequiarme una preciosa sonrisa complacida de dientes blancos y relucientes como perlas. Luego se inclina y besa mi nariz, mis mejillas, mis ojos, así como yo he hecho con él, y sus labios regresan a los míos con renovado fervor aunque también suavidad. Él es así: tierno.
-De acuerdo, tú ganas. Mis labios están sellados... al menos referente a esto -añade con una sonrisa torcida-. ¿Sabes? Sé con seguridad que esta noche no voy a poder dormir pensando en ti. ¿Tú también te desvelarás pensando en mí?
Sonrío tímidamente y mis mejillas coloradas reciben dos besos cada una.
-Por supuesto. Mañana tendré un aspecto espantoso -me río.
-No creo que eso sea posible en ti. Eres bella incluso cuando no pretendes serlo.
Atrapa mis manos sobre mi cabeza y entrelaza nuestros dedos. Desciende, me lame los labios una y otra vez, abro la boca esperándolo pero no acaba de besarme. Resulta algo frustrante.
-¡CHRISTOPHER EVERARD QUISH! -Grita una voz cerca de la puerta y al girarnos descubrimos a Lucía con el semblante pálido, los ojos abiertos de par en par junto con la boca y la ira apareciendo a intervalos en su rostro junto con la incredulidad.
Christopher se tensa sobre mí y yo siento que debería estar profundamente avergonzada por haber sido descubierta en esta situación. De hecho, es así precisamente como siento.
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